Hace algún tiempo, hablaba de las delicias del bondage y la manera en que podíamos iniciarnos, poco a poco, en el arte de dejar a tu pareja a tu merced. El uso de esposas, cintas o cuerdas, de una manera sensual y divertida, que propicie la complicidad, la comunicación y, por supuesto, un campo de juego para el sexo, lleno de infinitas posibilidades.
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Bondage experto
Hoy voy a ir un paso más allá, para mostrar algunas prácticas de inmovilización no tan extendidas, pero igualmente maravillosas; tanto para la apreciación estética de quien observa, como para el deleite de quienes las practican, pero que no están exentas de cierto riesgo. Ya sabéis, no pain, no gain, y en este caso, sufrir un poquito puede llegar a cuotas sublimes de placer.
La belleza del metal
Vamos a dejar a un lado la idea de las esposas policiales, cubiertas de plumas o peluche, y adentrémonos en el atrezo de la esclavitud y el sometimiento. Desde grilletes de acero que nos trasportan a eras oscuras de la historia, cargadas de simbolismo, hasta la inmovilización con cadenas.
Un fetiche poco conocido, pero que sin embargo es muy compartido (cuando se visualiza o se percibe por primera vez sobre la piel), es la inmovilización con cadenas. Sentir el acero frío, el peso del metal, que puede llegar a inmovilizar contra el suelo por sí solo; el sonido metálico de los eslabones al chocar entre sí o cuando ruedan sobre la piel… Un fetiche en sí y por sí mismo.
Obviamente, no pueden hacerse nudos ni grandes composiciones artísticas como con las cuerdas de yute, pero el contraste acerado sobre la piel desnuda es igualmente estético. Otro aliciente es el uso de candados que, por supuesto, pueden cerrarse con llave, para mantener las cadenas en su sitio, y dejar a tu pareja desvalida y atrapada, en un grado de sometimiento completamente distinto. Aquí, ya no caben las siglas SSC: Sensato, Seguro y Consensuado. Nos movemos en el terreno del polémico, aunque por mucho preferido, RACK: Risk Aware Consensual Kink o, en una traducción libre por mi parte, “Ambos sabemos que el sexo no convencional que practicamos conlleva riesgos, y los asumimos”. Ni que decir tiene que los niveles de comunicación y confianza que debemos compartir en este punto son muy elevados. Piensa que, en este caso, la persona inmovilizada no podrá deshacerse de sus ataduras, y necesita de la plena atención por parte del dominante que lleva a cabo la acción.
Un artículo perverso en todas las cocinas: El film de plástico
Imagínate un rollo de film de plástico y a tu pareja completamente desnuda. Le ordenas que permanezca quieta, de pie. Rodeas sus caderas con la delgada película transparente y comienzas a dar vueltas, y vueltas, y vueltas por su cuerpo, hasta dejarla totalmente momificada.
Hay parejas, ya más experimentadas en el arte del bondage, que añaden un extra de peligro y juego envolviendo también la cabeza. Por supuesto, dejan abiertas un par de ventanitas, con mucho cuidado, en la nariz y en la boca, para que la persona inmovilizada respire con normalidad y, además, tener acceso a los labios. Como veis, es una práctica muy peligrosa, y no es inhabitual que puedan surgir crisis de pánico, por lo que hay que saber cómo reaccionar en caso de que esto ocurra.
Después, con mucho cuidado, las tumban en el suelo. Al moverse en bloque, es más fácil de lo que parece, la persona inmovilizada sentirá que está totalmente indefensa y la sensación de poder para el dominante será brutal. Por otro lado, quien está envuelta sentirá el abrazo firme y a la vez suave del film, y la piel comenzará a sudar, generando una sensación extrañamente sensual.
Quienes son expertos en estas lides, con unas tijeras de seguridad, abren otras ventanitas a nivel de los pezones y de la entrepierna, y deleitan a sus sumisos con largas sesiones de masaje, besos y pequeños mordiscos, o de tortura sensual con pinzas. Los dedos pueden incursionar y explorar desde un ángulo estrecho, y también pueden hacer uso de un vibrador o aprovechan de hacer una magnífica felación si es un hombre el que está inmovilizado. También pueden dejar los pies descubiertos, y someterlos a una sesión de cosquillas con un teaser de plumas o a unos pequeños azotes con un flogger suave.
Este tipo de prácticas conllevan riesgos: si hay una falta de comunicación o un descuido, puede ser fatal. Los dominantes son muy conscientes de esto y lo tienen muy presente. Se preocupan si su sumiso está cómodo, si está asustado, y por encima de todo, si está disfrutando con la experiencia. Hay que recordar que el bondage no es para todos y que estamos hablando de prácticas extremas que pueden llegar a asustar.
Las camas de vacío
Para llevar al extremo esta sensación, tenemos las camas de vacío. Imaginad un saco de látex que se cierran sobre la persona con una cremallera estanca. Por un orificio que se conecta a una aspiradora, se extrae todo el aire hasta que las dos láminas de látex se pegan por completo entre ellas y en torno al sumiso, con un aspecto que recuerda la tremenda escena de la Guerra de las galaxias, en la que Han Solo es criogenizado en carbonita. Para respirar, un pequeño tubo conecta el exterior con la persona encerrada. La oscuridad es absoluta, la inmovilidad, total. La mezcla de adrenalina por la sensación claustrofóbica, y la paz que significa tal aislamiento del exterior hace que la experiencia no precise de añadir ningún otro aderezo. Simplemente, brutal.
Este proceso de momificación aísla por completo los sentidos. Los entendidos en la práctica refuerzan este estado de incomunicación, por ejemplo, con tapones para los oídos, una mordaza o una venda para los ojos. Importa tanto el proceso como el resultado final, y se preocupan mucho por el aftercare (cuando se libera a la persona y esta tiene que volver a la realidad): abrigan y abrazan a la persona sumisa, porque habrá sudado mucho y al quitar el plástico, se enfriará. La hidratación también es muy importante.
Los sentidos vuelven poco a poco, y magnificados, saben que en estas sesiones no valen las prisas, y le dedican todo el tiempo del mundo a disfrutar.
En el lado B del asunto, también hay quien llega a sufrir verdaderas crisis de pánico, de manera que ten a mano unas tijeras de punta roma, guía la respiración de la persona con calma para que no hiperventile, y, sobre todo, sed ambos conscientes de que eso puede pasar para leer las señales y detener la escena antes de que las cosas se salgan de madre. Una crisis de pánico no es nada agradable, ni de vivir ni de presenciar.
Recuerda que esto es bondage para expertos: Si no sabes lo que haces, puedes acabar en urgencias, o peor aún, en un titular.
El shibari: Desde una sencilla karada a la suspensión
Shibari significa, literalmente, atadura. Si hablamos de kinbaku, la atadura es con tensión. Con mayor firmeza. El shibari es bondage, porque inmovilizan al sumiso, pero no se puede en ningún caso igualar bondage a shibari, porque este último es un arte: tiene en cuenta al maestro atador, a la persona atada y a un posible espectador que disfruta de la creación. Además de la búsqueda de lo estético, también tiene en cuenta la presión en puntos estratégicos de energía, que vienen de la medicina tradicional oriental. Como veis, no es solo sexo, a veces el sexo es lo de menos, importa el arte y el sentir. Como comentaba en el artículo anterior, las sesiones de ataduras constituyen a veces verdaderas catarsis, y como elemento curativo, debe manejarse con respeto y precaución.
Pero no podemos dejar de lado el placer. Los entendidos dicen que lo que otorgan las cuerdas viene desde todos los sentidos: desde disfrutar de su aroma inconfundible, sentir la suavidad áspera sobre la piel, escuchar las hebras deslizarse sobre el cuerpo y deleitar la vista con las preciosas composiciones, que se logran con las intrincadas técnicas. Aquellas que tienen su origen en las torturas japonesas de la antigüedad. ¿El gusto? Saborear la piel de la persona sumisa, entregada e inmóvil entre las cuerdas.
¿Cómo empezar? Investiga. Compra un buen libro para iniciarte, como por ejemplo, Two Knotty Boys showing you the ropes, con ejemplos ilustrados paso a paso. Después, si te enganchas, hay verdaderas maravillas que puedes adquirir. Algunas en preciosas ediciones de coleccionista.
¿Y si a todas las sensaciones y emociones que hemos comentado, se le añade la sensación de ingravidez? Flotar en el aire, sujeto de unas cuerdas. Volar y mantenerte suspendida, inmóvil y sin posibilidad de huir, mientras tu atador te excita con sus manos, te azota con sensualidad o, quizá, si así lo quieres y lo has pactado, te genera dolor. Aquí hemos llegado al enigmático y muy complicado mundo de las suspensiones. Solo apto para expertos en las cuerdas y, además, en el cuerpo humano. Hay que conocer a la perfección los nudos para no ocasionar un daño a la persona atada, y permitir que la vivencia esté exenta de miedo y preocupación. Y eso solo se consigue con expertisse. Es por ello que, si estás empezando a sumergirte en el bondage, desaconsejo esta práctica hasta no alcanzar más experiencia.
Si ya eres un iniciado, sabes de lo que hablo y seguro estás sonriendo con complicidad.