Relato lésbico

Atando cabos (3): Sí, mi capitana – Relato erótico lésbico

El desenlace de la trilogía de Thais Duthie viene cargado de pasión, y de unos cuantos azotes…

Si ya disfrutaste los anteriores, Atando cabos (1): Aria y las amantes de la Torre y Atando cabos (2): Te vas a quemar, Aria, sigue leyendo…

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Sí, mi capitana – Relato erótico lésbico

Sentí un escalofrío al oír mi nombre en sus labios. Los observé durante unos segundos y ataqué con un nuevo beso, notando cómo mi cuerpo comenzaba a ir por libre. Mis piernas se separaban más y más sin que yo hubiera dado la orden, mis brazos rodeaban el cuello de Nora, mi intimidad ardía por una caricia. Una o las que fueran, estaba ansiosa y necesitaba sentirla lo antes posible.

Tomó mis brazos y me quitó la chaqueta. Oí cómo caía al suelo cuando sus manos llegaron ascendiendo por mi espalda y desabrochaban el cierre del sujetador. Estaba demasiado concentrada sintiendo cómo recorría mi cuerpo y no me di cuenta de que, en un par de minutos, ya me encontraba desnuda.

―Levántate ―dijo sobre mis labios.

Me llevó unos instantes procesar la información, y luego me puse en pie rápidamente. Observé la hilera de butacas azules frente a la que nos encontrábamos.

―Sí, mi capitana ―susurré, esbozando una sonrisa.

Y rio. Estaba expectante: el hecho de no saber qué iba a hacer conmigo me encendía todavía más. Colocó una de sus manos en mi espalda y me invitó a agacharme un poco y apoyar las manos sobre los reposabrazos. Estaba expuesta, del todo, y como ella estaba detrás de mí, no era capaz de averiguar cuáles serían sus próximos movimientos.

―Quiero que repitas conmigo, ¿vale? Vamos a contar juntas ―me pidió.

Relato erótico lésbicoMe sorprendió cómo, a pesar de lo dura que sonaba su orden, buscó mi aprobación. Asentí varias veces, incapaz de pronunciar una sola palabra. ¿Qué quería que contase? ¿Asientos? ¿Besos? ¿Las veces que haría que me corriera? La respuesta no tardó en llegar: primero lo oí y luego noté cómo mi piel picaba, tras el primero de los azotes. Solté un sonido extraño, a caballo entre un pequeño grito y un gemido.

―¿Uno?

―Uno ―confirmé, y resoplé.

Su mano no tardó en tocar mi piel de nuevo, esta vez más flojo. Acarició mi nalga derecha y me estremecí.

―Dos… ―murmuré, mientras cerraba los ojos.

Nada más decirlo, otro azote resonaba en el interior del buque: más fuerte, con más ganas, ahora en la nalga izquierda. Lo acompañé con un gemido gutural y sentí mi cuerpo arquearse. Conté tres, y los siguientes llegaron uno detrás de otro, alternados, sin darme apenas tiempo a enumerarlos. Cada vez me resultaba más difícil no perder la cuenta, sus manos quemaban contra mi piel y aquellas palmadas lograban excitarme como nunca nada lo había hecho.

Sentía curiosidad por saber cómo de rojo estaría mi trasero, y justo iba a volverme para descubrirlo, cuando las rozó por última vez y, entonces, sus dedos se hundieron en mis pliegues. A juzgar por aquel gemido ronco en mi oído, debió notar mi humedad enseguida. Inició una cadencia de caricias atrevidas por toda la zona, tanteando mi clítoris con insistencia. Lo hacía de forma precisa, como si conociera mi cuerpo. O como si conociera muy bien el suyo y, por extensión, supiera exactamente dónde y cómo debía tocar. Aunque entonces, no podía pensar en aquello, solo disfrutar de la pequeña distancia que me separaba del placer absoluto.

―No te corras todavía ―me dijo al oído.

Noté una especie de torbellino viajando por toda mi anatomía a causa de sus palabras. Una de dos: o me había leído la mente o sí era cierto que conocía mi cuerpo. Liberé un suspiro cargado de frustración, porque estaba muy excitada, hacía demasiado tiempo de eso, y necesitaba alcanzar el orgasmo de una vez por todas. Había estado tan cerca…

―Necesito hacerlo… por favor.

Relato erótico lésbicoY es que había tantas cosas que me excitaban de aquella situación: ella sobre mis puntos más sensibles, yo a cuatro patas. El balanceo del barco, el hecho de estar haciendo aquello justo allí. Sus suspiros, mis gemidos. El sonido de sus dedos jugando con mi humedad. El dulzor de mi humedad. Sí. Su melena rozando mi espalda, mis brazos temblando por sostener el peso de mi cuerpo…

No recibí ninguna respuesta por su parte, durante varios minutos, aunque yo intentaba mantener la calma y controlar mi excitación. Marcar mis tiempos. Con su mano libre arañó mi espalda de arriba abajo, hasta llegar a mi trasero, y volvió a azotarlo con fuerza. Mi piel todavía ardía y, aquel nuevo roce, me hizo sentir un agradable dolor.

―Puedes correrte cuando te lo diga. Ve preparándote.

Tragué saliva, expectante. Me azotó de nuevo y, entonces, introdujo dos de sus dedos en mi interior.

―¡Ahora! ―dijo, mientras mordía mi hombro.

Comenzó a embestir rápida y enérgica, sin detenerse. Mis gemidos invadieron el buque, y yo empezaba a preguntarme si cualquiera que pasara cerca del amarre los oiría también. Me concentré en cómo entraba y salía de mi cuerpo, en sus dientes clavándose en mi piel. Poco después sentí mis músculos contraerse, y un intenso orgasmo me recorrió por completo. Viajó por cada rincón, regalándome aquel placer devastador.

Me dejé caer en el asiento, sorprendida por cómo temblaban mis piernas. Había sido intenso y duro, salvaje. Pero había sentido la pasión y la lujuria en sus palabras y embestidas, tan tangibles como en la leyenda de las amantes de la Torre. Nora se recostó a mi lado y nos miramos durante un buen rato, diciéndonos con los ojos lo increíble que había sido. Repetiría una y mil veces, y no me hacía falta que lo dijera para saber que ella también lo haría.

―Tengo que irme ―dijo, y rompió algo más que el silencio.

―¿Tan pronto?

Relato erótico lésbicoAsintió con una mueca de desagrado. No tenía sentido regresar a la vida que nos esperaba fuera del barco. La observé mientras se ponía la ropa y se colocaba bien la camiseta. Hasta se pasó la mano por el pelo tratando de disimular aquel aspecto aftersex. Yo solo intentaba fijarme en todos los detalles, exprimir aquellos minutos al máximo. Quizá, si le robaba algo, tendría que buscarlo y tardaría más en irse, pero no sonaba un plan muy maduro. Así que, simplemente, capturé su sonrisa en mi mente y sonreí, cuando posó sus labios sobre los míos, en un beso firme y suave. Tomé su barbilla y, cuando hizo un amago de apartarse, volví a acercarla a mi rostro, robándole un beso más. Adoraba la electricidad que dejaban en mi cuerpo.

Se puso en pie y dejó toda mi ropa sobre el asiento contiguo. Se inclinó una vez más para besarme, esta vez a modo de despedida, y dijo:

―Hasta mañana, Aria.

Enmudecí, sin saber qué decir. Lo cierto es que aquel “hasta mañana” sonaba perfecto, salvo por el hecho de que, al día siguiente, yo estaría en un avión rumbo a España, en busca de una nueva vida. Y un sentimiento atravesó mi estómago y el corazón, y se convirtió en palabras que no pude pronunciar:

«Ojalá nuestros caminos vuelvan a cruzarse de nuevo».

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