Relatos eróticos

17 minutos (I) – Crónicas Moan (by Eme)

No te pierdas el último juego de Karen Moan.

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Relatos eróticos

17 minutos (I)

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Narración: Karen Moan

Intento concentrarme. Imposible. Desde hace exactamente 17 minutos, al ver su nombre en la pantalla del móvil, las palabras vuelan borrosas, mi cuerpo parece haberse fundido con la silla y, por supuesto, mi coño desprende tal calor que me sobra toda la ropa.

Le dije que hoy tenía una importante presentación por la tarde, un momento clave en mi trayectoria laboral, le pedí, le rogué, un descanso de 48 horas. Ayer lo respetó, hoy supuse (deseé) que ocurriera esto, y aún así, quiero matarle.

17 minutos que se han alargado por siete, como se supone sienten el tiempo los gatos.

17 minutos peleándome con él, no te voy a abrir, no te voy a abrir… Mi apagada vocecita «profesional» (una categoría que va descendiendo en picado tras conocerle, hace dos meses) mantiene el pulso con todo mi cuerpo, un cuerpo que viaja solo desde que apareció por la puerta de mi despacho aquel día, y como si del suyo se tratase o nos conociéramos de siempre, se sentó sin esperar mi invitación. Trastocando mi agenda y, casi inmediatamente, mi vida.

El cuerpo hace 17 minutos que quiere mover mis manos esos escasos centímetros que las separan del móvil y leer y sentir lo que quiera que mi desconsiderado amante ha decidido enviarme.

Rendida, decido acabar con el suspense y con la inútil rebeldía, dispuesta yo sí a obedecer. Porque sé que tras ese inocente texto con un nombre que me devuelve el móvil, encontraré una de sus rebuscadas manipulaciones de mi tiempo y de mí.

Me confesó que tardó exactamente tres minutos en decidir jugar conmigo. Cuando salió de mi despacho aquel día, reconocí una energía que había inundado el espacio y, de alguna manera, mi pensamiento. Su rapidez en entrar en acción era proporcional a la intensidad de su propuesta. Tras una semana de intercambiar numerosos mails, llamadas y tener un proyecto que debería habernos ocupado un mes, casi terminado, me anunció:

–Esto está hecho. Ahora jugamos nosotros.

Su uso constante de la palabra «jugar» me divertía, entendiéndolo desde un enfoque muy distinto al que llegaría después.

Tras su primer mensaje:

«–Ve al baño, llévate el bolso. Quítate las bragas. Luego ve al armario del material que hay en frente de mi despacho. Ahí coge un sobre americano pequeño y, ahí mismo, sácalas del bolso y ponlas dentro. Entonces, date la vuelta y, mirándome, cierra el sobre lentamente, lamiendo el pegamento que sellará esa especial misiva. Acércate a mi secretaria y deja el sobre para mí. No dejes de mirarme, en ningún momento».

Por supuesto, no lo hice. De hecho, mis manos empezaron a temblar y sudar como si el teléfono quemase. Con dificultad para enfocar las letras, las leí una y otra vez.  Mi mente se quedó en parálisis toda la mañana y, después de comer, tuve que irme a casa, diciéndole a mis compañeros que estaba indispuesta. Al llegar a casa, vomité.

Las piezas encajaron como un puzzle que, hasta ese día, era inconexo. Desde el primer momento, cuando me describió su vida con un único objetivo, jugarla; cuando me pidió que «dibujase» el proyecto que nos habían designado con los colores que me gustaban de niña; todas y cada unas de las insinuaciones sobre la partida, las instrucciones, el tablero. Todas aquellas risas que me evocaban a un niño grande, acababan de encajar.

«–Ahora jugamos nosotros».

Mi sonrisa, sincera, curiosa, le había dado un sí del que yo misma desconocía su significado.

Al meterme en la cama por la noche, no conseguí dormir. No recordaba nervios similares en mi vida. No sabía si tendría que reportarle o confrontarle, con furia o con humor… Lo mas razonable parecía acudir a Recursos Humanos, pero… algo dentro de mí encontraba esta idea cada vez más dramática.  Porque según leía y releía el mensaje, parecía ser, cada vez, más inofensivo.

Cerré los ojos y visualicé su orden. Aquella primera. Mi cuerpo no dudó ni un segundo, dirigiendo mis manos hacia mi sexo, que despertó como si lo hubieran zarandeado. Y fue él quien me dio la respuesta: «Quiero jugar».

Ya puedes leer la segunda parte aquí: 17 minutos (II) – Crónicas Moan (by Eme)

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