Películas eróticas

Tasso (des)monta la película: Nymph()maniac o lo que Lars sabe (y no precisamente de sexo)

Flashback: en la sala debíamos ser unas diez personas… todo un éxito, teniendo en cuenta que en el último estreno de Paul Thomas Anderson éramos dos (mi pareja y yo) y que se proyectaban los dos volúmenes (cuatro horitas bien contadas) de Nymph()maniac, del mítico director danés, Lars von Trier. Creo que fui la antepenúltima que salió de la sala, antes de que concluyera la proyección; aproximadamente, a las tres horas y cuarto de pastosa narración. Ni la banda original de mis queridos Rammstein consiguió que me quedara en la butaca. Y soy de las que aguantan bien, hasta los chaparrones en invierno.  Pero, esta vez, me perdí el final. Aunque pensé que si el final fuera lo único determinante en la vida, ni nuestra existencia en cuanto humanos merecería la pena; ya conocemos de antemano el final de nuestras vidas y es malo, malísimo. Y la mayoría de las veces, torpemente interpretado y pésimamente guionizado.

Películas eróticas
Nymph()maniac. Lars Von Trier, 2013.

Película erótica: Nymph()maniac

Tráiler

Sobre Lars Von Trier

Debo decir que Lars Von Trier, en su trabajo, me parece un genio. Posiblemente, ni él mismo exagera cuando (cuentan que) se otorga el título de mejor director de cine del siglo XX, exceptuando quizá (se agradece una excepción) Tarkosvky. Pero ya se sabe que los melancólicos profundos son tan profundamente tristes como soberanamente narcisistas. Desde los iniciales planteamientos del cine, de Dogma a Europa y Anticristo, pasando, por ejemplo, por Bailando en la oscuridad y, mis dos favoritas, Dogville y Melancholia, su carrera es una infinita delicia de belleza cinematográfica y profundidad discursiva.

Y no es que en Nymph()maniac lo haga mal, es que cuenta lo que no cuenta.  O, dicho de otra manera, se mete en un jardín sin saber distinguir un rododendro de un caminito de grava… y acaba subiéndose a la parra (a la parra virgen, para más señas). Pero no se mete en un jardincito de chalet de veraneo. No. Se mete en el Amazonas: en  la inmensidad oceánica del deseo femenino, el Waterloo donde sucumbió hasta el mismísimo Freud. Y sí que es verdad que la película tiene sórdidas escenas bellísimas, pero las escenas bellas por sí solas no componen un relato. Quizá una exposición de fotografía, pero no un relato sobre algo tan grande. Y sí que es verdad que Von Trier muestra un abismo, y que el imaginario erótico femenino, su sexo y su sexualidad, es un abismo, pero es un abismo completamente distinto.

Con lo que la impresión que una tiene al ver Nymph()maniac es que el autor no tiene ni repajolera idea de lo que es el deseo femenino ni del orden o la gestión femenina de su propio imaginario erótico, y que, por tanto, de lo que habla esta película no es de deseo erótico (ni muchísimo menos del femenino) sino de las estructuras y los símbolos de otra cosa; de la melancolía, quizá. De la infinita melancolía que sí conoce a la perfección y sabe retratar como nadie, el bueno de Lars… O, en su caso, de lo que de sexo él no sabe. Si en Melancholia era imposible no salir triste, hondamente triste, pues la película era la tautología de la melancolía, en Nymph()maniac es muy difícil activar la libido, ni en la entrepierna ni en la sesera, pues no produce el efecto de lo que cuenta.

La película y su… ejem… ¿argumento?

Más que un argumento, la película tiene un eje de articulación: el encuentro y el  manido “rescate” de una mujer (Charlotte Gainsboug) “excesiva” sexualmente (solo se puede mostrar la magnitud de algo, cuando este algo desborda en el exceso, debió pensar Lars) y un hombre de edad (Stellan Skarsgard) extraordinariamente culto, curioso y comprensivo (un alter ego del propio Lars, intuyo, por lo autorreferencial de la propuesta) en el que ella, a cambio de un poco de comprensión y un vasito de leche caliente, le cuenta sus andanzas sexuales, mientras él le habla de cuestiones como la polifonía de Bach, las sofisticaciones de la pesca del salmón, exquisiteces artísticas o literarias y, en fin, todas las cosas cultísimas y refinadas que puede saber Lars… Olvidando, quizá, que el problema es que, cuando uno se empeña en decir todo lo que sabe, demuestra lo que no sabe. Una especie de Mil y una noches en versión hard/punk/escandinava entre la desmedida mujer incontrolable sexualmente y el sosegado hombre sabio. Dos perfiles que, fuera de esta ficción de Lars, quizá no casarían mucho. Al menos, no mucho más allá de un “quítame allá esas pajas”.

Una actriz protagonista o ¿la única mujer que aguanta los caprichos de un director de cine?

Hay muchos actores famosos en Nymph()maniac, pero la actriz protagonista de esta cinta es Charlotte Gainsbourg (Joe, en la película) que, al mérito de ser una gran actriz, le une ser la que mejor resiste al “paisaje” psicológico al que  Von Trier somete a sus actores. Pero, pese a su esfuerzo, su valentía (las “putadas” a las que la sometió el director debieron ser memorables) y su talento, no parecen acabar de salir del pasmo y del desconcierto (quizá porque ella sí sabe lo que es el sexo y lo que es lo femenino) ni de adentrarse en el erotismo en esta carnalmente explícita, muy explícita, bajada a los infiernos que es Nymph()maniac.

Lo mejor de la película 

El tráiler

Lo peor de la película

El hecho de que Lars Von Trier intenta mostrarnos todo lo que sabe (y por lo tanto, todo lo que no sabe) y la duración… En un solo volumen, se podía haber resuelto la película; el volumen 2 es un permanente “déjà-vu”.

En definitiva, y de ahí que digamos que lo mejor es el tráiler, Nymph()maniac es una sucesión de cuentos sicalípticos (algunos, vistos de forma aislada y no en medio de este revuelto, verdaderamente interesantes y sofisticados) hechos desde la fantasía de un hombre (insisto en lo de “hombre”) con talento, pero engarzados con un hilo demasiado fino y demasiado tosco como para sostener la desmedida obra (en tiempo y ambición conceptual) que pretende Trier. Una lástima, pues la combinación director polémico, talento narrativo y sexo explícito auguraba atención garantizada… Vamos, que el mercado ensalivaba más, que la protagonista delante de un rotundo cimbel. En la sala debíamos ser unas diez personas… pero eso ya lo he dicho.

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