Películas eróticas

Tasso (des)monta la película: Átame o de otro príncipe rana…

Almodóvar nunca ha sido, por más que algunos de sus incondicionales lo pretendieran, un fino analista de la condición humana. Sabe sacar, eso sí, aspectos latentes de ella que tienden a reprimirse o a ocultarse, sabe llevar al extremo lo humano en situaciones límite sin caer en lo meramente paródico, pero no la conoce con la amplitud y precisión de un Paul Thomas Anderson,  un Haneke, un Erice y hasta un Lars Von Trier o, por entrar en la comedia dramática, de un Chaplin, un Berlanga o hasta un Woody Allen. El de qué diablos está hecho eso que se mueve sintiente en sus largometrajes, qué miedos, deseos, represiones, pasiones (tristes o alegres) o desesperanzas componen la sinfonía de lo humano no es el fuerte de Almodóvar, aunque lo pudiera parecer. No dudo que pueda conocer bien a su madre o a su hermana o la vecina del quinto y que con ello haya sabido construir un vistoso arquetipo (la «chica Almodóvar») que sustenta el núcleo duro del general de los «dramatis personae» que emplea, pero a poco que se pretende ampliar el registro o la tesitura de este paradigma, la materia que los mantiene tiende al naufragio. Tampoco es su propósito explicar o dejar que transpire por encima de todo la condición humana, eso es cierto, por más que se le haya presentado como el baluarte de la pasión humana hecha cine, y su territorio, que es la comedia dramática, no tiene la amplitud de la tragedia como para poder hacerlo. Pero es que, además, en Almodóvar hay un condicionante añadido; todo lo que propone está supeditado no a la comprensión de la existencia en cuanto humano, sino a otro propósito; la película de Almodóvar en sí.

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Átame

Sinopsis

Átame, de 1989, me parece un buen ejemplo de lo anterior y del Almodóvar que sorprendía. El punto de partida del guion no puede ser más arriesgado… A Almodóvar nunca se le ha encogido el brazo el partir de situaciones complicadas. Un chico escapado de un frenopático (Antonio Banderas) secuestra, tras darle el coñazo un breve tiempo, a una antigua actriz porno (Victoria Abril), dada a las drogas, superviviente y existencialmente desnortada para acabar, pese a su resistencia inicial, enamorándola y proyectando con ella y en ella un horizonte de sentido. Dos personajes acostumbrados a enmascararse, ella, por actriz y superviviente; él, por loco y superviviente. Ambos abandonados, con un hueco enorme por llenar, con mucho sentido de la existencia por generar. No sé si hoy en día una productora de cine aprobaría una sinopsis de guion como ésta. Y es que si algo zozobra últimamente es la posibilidad de abordar cuestiones complejas sin que formemos la de Dios es Cristo, hiramos de muerte todas las particularidades, sensibilidades o volvamos a incendiar Troya. Con un tema así, son infinitas las cuestiones que pueden entrar en juego para intentar descubrir qué es eso de un humano; el amor y la maldad, los vínculos afectivos y sus perversiones, la condición sexuada, el maltrato de género, los mecanismos y dispositivos de dominación y sometimiento… Cientos de miles de cuestiones problemáticas que darían para un nuevo «Tratado de las pasiones humanas» si Descartes no hubiera escrito el suyo. Cientos de miles de cuestiones que pueden entrar en juego, pero que, en Átame, nunca acaban de entrar en juego o que, en el mejor de los casos, son tratadas como un sencillo juego de damas. No quiero decir con ello que esto no sea una película (de Almodóvar) impecable, pues, por ejemplo, la dirección de arte, el «fuerte» de Almodóvar, es soberbia.

Tráiler

Los actores y el sexo

Mención particular merecerían dos cuestiones en la propuesta: los actores y las escenas de sexo. Victoria Abril, una actriz con un talento que desborda, dará su salto definitivo, personal y profesional a Francia, tras esta película, en la que exprime hasta lo imposible de la credibilidad lo muchas veces imposible de creer de su personaje. Para Antonio Banderas, es la última película, si mal no recuerdo, que realiza en España antes de su salto a Hollywood y, en ella, demuestra, como hace el magistral Paco Rabal, que es un actor difícil de ningunear por «exótico» que sea lo que tiene que defender (algo más difícil de testificar en su etapa norteamericana). Es, por cierto y a mi entender, de las últimas veces que dos personajes masculinos, Rabal y Banderas, mantienen algo de «propiedad» en sus personajes y no devienen un simple elemento de tramoya en las propuestas almodovarianas. Las actrices secundarias María Barranco, Rossy de Palma, Julieta Serrano y Loles León imprimen el sello de autor, siendo ésta última la que mejor parece leer lo que sea que está escrito entre líneas.

Si en algún momento de los ciento once minutos que dura el largometraje uno tiene la sensación de que «la cosa va en serio», es en las escenas de sexo. Escenas que, por cierto (y recordamos a modo de ejemplo Amantes, de Vicente Aranda), Victoria Abril sabe llevar a un punto de perfección y nitidez que asombra. Lo que unido a un entendimiento particularmente carnal y convincente con Banderas, hace que las representaciones de sus interacciones sexuales (las de ellos o la de ella sola con el submarinista de bañeras a pilas) sean lo más descarnadamente humano de todo el melodrama. Escenas que, por cierto, dinamitaron la proyección de la película en los EE.UU. al ser catalogada X… Y es que allí, ya se sabe; si el arte no lleva un rifle semiautomático, puede herir susceptibilidades.

Conclusión

Los hermanos Grimm supieron adaptar a su cuento, El príncipe rana, una vieja leyenda popular en la que una desdichada chiquilla transforma, tras una leve intervención, a un repugnante batracio en el príncipe azul de sus sueños. No mucha gente sabe que esa «intervención» en el cuento de los hermanos Grimm no consiste en un beso, sino en estamparlo contra la pared. Lo que sí sabe la mayoría de la gente es que cuando te encuentras con un sapo, lo más probable es que sea un sapo toda su puñetera vida y que si alguna transformación en la vida real se produce, sea a la inversa; la de la conversión de un aparente príncipe azul en un incuestionable y viscoso sapo. No pasa esa ley de la existencia humana en Átame y, con la tonada del  Resistiré de marras, parece que vuelve a darse el increíble cuentito de hadas… Algo asombroso (como son los cuentos), por lo que es mejor no preguntarse mucho por el cómo continuará la historia cuando la desnortada y el chalado se casen, pidan su hipoteca y den a luz a su primer retoño. Pero en fin, todo sea asumido para mayor gloria de Almodóvar y de eso tan complejo y humano de la esperanza.

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