Novelas eróticas

El propósito – Fragmento de Sabré cada uno de tus secretos

¿Qué ocurriría si tu jefe investigara tu vida más íntima? Sabré cada uno de tus secretos es una novela de Valérie Tasso sobre las pasiones más atávicas. Y El propósito es el extracto de increíble calidad narrativa que ella misma ha seleccionado para el blog. Un fragmento duro, no apto para mentes cerradas, pero, sobre todo, no apto para quienes solo leen la literalidad de las palabras, sin intención alguna de interpretación. Dicho esto, como expresaría Drácula en el pórtico de su castillo, “entra libremente y por tu propia voluntad y deja parte de la felicidad que traes contigo”.

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Nota sobre derechos de autor y publicación: este extracto ha sido escogido y autorizado para su publicación online por la autora y su editorial (Alienta Editorial) para Volonté, el blog de LELO.

Novelas eróticas

El propósito

—«El desgarro anal ha sido producido por un objeto contundente».

Por encima de las gafas, el médico observa sus ojos, que permanecen fijos e impasibles.

—«Algo duro, flexible y con estrías en la punta» —prosigue, mientras golpea con la base del lápiz en la mesa—. No sé lo que ha podido producirle estas lesiones en el recto… pero usted, sin duda, sí lo sabe…

El médico levanta el papel y empuja ligeramente, en un gesto cotidiano, las gafas sobre el puente de su nariz con intención de llevarlas hasta sus ojos.

—Sigo leyendo. Se aclara ligeramente la voz.

—«La paciente, identificada como Annette de la Resange, es ingresada en este centro tras sufrir un desvanecimiento en el baño de la suite «Goldberg» del hotel El Alquimista de la calle Tržiště número 19».

Según manifiesta la encargada de la habitación, oyó un fuerte golpe sobre las veintidós horas, cuando se disponía a entrar. Tras llamar con insistencia en la puerta sin obtener respuesta, utiliza su llave maestra y encuentra a la señora De la Resange desnuda junto al inodoro, en estado inconsciente, hecho que comunicó inmediatamente, y con la consiguiente angustia, al Responsable de Recepción, quien por su parte alertó a los servicios de urgencias de guardia en aquel momento.

«La señorita Annette de la Resange se había registrado en el hotel el día 5 de noviembre con pasaporte francés, bajo este mismo nombre y sola».

Tras un primer intento de reanimación por parte de los sanitarios que la atienden, la paciente no parece responder, por lo que es trasladada al hospital Nemocnice.»

El médico detiene un momento la lectura, vuelve a fijar su vista sobre los ojos de Annette, retoma el tamborileo del lápiz sobre la mesa y continúa.

—«Al llegar al centro hospitalario, la paciente presenta sus constantes vitales estables aunque su pulso es débil, los niveles de azúcar altos y su reactividad a los estímulos nula. Se le aplica el proceso estándar de reanimación en estos casos. Al colocarle un parche de glicerina, la enfermera jefe descubre una lesión en el pecho izquierdo y me lo notifica siguiendo el protocolo establecido por nuestras autoridades policiales. Dicho protocolo implica que si el paciente responde bien al tratamiento debe efectuársele un minucioso y completo examen físico. A la una y quince minutos de la madrugada, y bajo mi autoridad y competencia, se inicia dicha exploración».

El médico para un instante, ante la indiferencia de Annette.

—Los hematomas en los glúteos, la fisura en la costilla, las múltiples quemaduras de cigarrillo en el pecho, los cortes en su vientre… todo eso son lesiones que aquí, en la República Checa, debemos notificar a la policía.

Annette se inclina sobre la mesa.

—¿Me permite usted el lápiz?

El médico, tras dudarlo un momento, se lo tiende. Annette rompe el lápiz en dos y deposita cuidadosamente los fragmentos sobre la mesa.

—¿Sabe usted algo del dolor, mon cher doctor?

Su inglés es fluido y su tono no manifiesta afectación alguna. Mientras, el doctor muestra claramente su creciente incomodidad.

—No soy yo quien debe responder preguntas, sino su marido o su pareja sentimental… —apunta el médico—. En su analítica hemos detectado cocaína, ketamina y unos niveles extrañamente elevados de serotonina. Además, está usted embarazada de dos semanas. También consta esto en el informe.

Annette fija sus ojos en los del médico, descruza las piernas sobre la silla e inclina elegantemente su torso sobre la mesa.

—Usted quiere desvelar algún secreto mío, ¿no es así doctor?

El médico permanece en silencio. En el bolso de Annette suena el teléfono móvil. Lo atiende y mantiene unas breves palabras con su interlocutor:

—No, nada importante, es solo que tiene algo que me pertenece.

A continuación, Annette alarga el teléfono al doctor.

—Es el Responsable de Seguridad de H.H. Corporation, la empresa que represento. Es un auténtico hijo de puta, que hace su trabajo casi tan bien como yo hago el mío.

El doctor escucha sin poder intercalar palabra. Su rostro palidece.

Annette le retira el teléfono. El médico permanece inmóvil y lanza una mirada involuntaria a la copia del informe que está en un cajón abierto, lejos de la vista de Annette.

—Lo de «examinar» casi a diario a su vecinita de seis años no está del todo bien, ¿no ha jugado ya bastante a los médicos, cher doctor?

Annette se levanta de la silla, alisa su falda de tubo de cachemira, rehace el nudo de su fular color añil, recoge el bolso, retira el informe de la mesa del doctor y da unos pasos hacia la puerta. Sin girarse, apunta con voz firme:

—¿Ve usted, gilipollas, lo fácil que es darle a alguien por el culo con algo duro?

Annette toma el ascensor. Realiza un gesto de incomodidad al ver que debe compartirlo con otras dos mujeres; una de mediana edad y una anciana. La anciana se sostiene con dificultad ayudada por el soporte de pie del suero y por el brazo de la más joven, que Annette intuye debe ser su hija.

No puede reprimir un gesto de asco cuando, encogiéndose de hombros, pasa al lado de ambas. Fija su vista en el interruptor de la planta baja que permanece encendido y se ensimisma con la luz.

Pensé tantas veces en asesinarte mamá. ¿Pero cómo asesina una niña de diez años a su madre? Eso no nos lo enseñaban en el colegio. «Eres una bastarda y una inútil», me decías para acunarme, tu violación, claro, pero yo no tuve la culpa, mamá. Durante años, mis años de niña, tu desprecio fue todo el cariño que me diste. ¿Cómo asesina una niña de diez años a su madre? No fue hasta los quince que tomé conciencia de que sí podía hacerlo, y de cómo hacerlo.

En un gesto distraído, Annette fija su mirada en el interruptor para llevarla luego hasta el techo del ascensor. Le molesta la respiración entrecortada de la anciana. Sigue con sus recuerdos:

A Alain, mi primer novio, le dijiste que me orinaba en la cama. Y era cierto. Me meaba en la cama. Es fácil, eso lo pensé con dieciséis años, que una borracha como tú tropiece y caiga por las escaleras. Nunca trataste de olvidar al que te forzó, siempre trataste de olvidarme a mí. Sin embargo, no me olvidaste un solo minuto. Aquella primera vez solo te partiste el fémur. El jodido retranqueo de la escalera frenó la caída.

El ascensor se detiene y se abren las puertas. Annette sale sin ceder el paso y sin despedirse.

Reconvertir el dolor en placer es la máxima aspiración, la más útil y la más endiabladamente sublime de cualquier ser humano, ¿sabes, mamá?, piensa Annette, con una mueca de satisfacción.

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