Novela erótica
Fotografía: Karen Moan - Relatos eróticos | Novela erótica

MIND FUCK: La historia de sexo de Andrea – Novela erótica de Karen Moan

Inauguramos nuestra sub-sección de relatos eróticos con K. Moan y su novela online Mind Fuck (continuación de The Moan Club). Más allá de una simple historia sexual, su autora nos hará explorar distintas formas de vivir, sentir y entender el amor, el sexo y la sexualidad, a través de los ojos de Andrea y Mario…

Andrea está decidida a follar mentes. Lleva tiempo deconstruyendo las relaciones sexuales coitocentristas, y pretende que la imaginación, el juego y, sobre todo, el morbo compongan su vida sexual. Ha conocido a Mario, quién siente curiosidad por iniciar una relación con ella, pero sus normas son difíciles de asimilar. Su sexualidad nunca había sido cuestionada, hasta ahora. ¿Mente o instinto?

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Novelas eróticas
Fotografía: Karen Moan – Relatos eróticos | Novela erótica

MIND FUCK: La historia de sexo de Andrea 

Por fin encuentro la foto para el perfil del móvil, un esponjoso conejo blanco. Karen se descojonará al verla. Las maravillas del país de Alicia dieron mucho juego a nuestra imaginación y nos encantó la idea de teñirme el vello púbico de blanco en la próxima fiesta, en la que recrearíamos ese cuento.

La curiosidad nos mueve, nos estimula, nos lleva a meter las narices en una madriguera. Descubriríamos ese viaje de la realidad al sueño, el despertar del alter ego que representa nuestra naturaleza más extrema, y la revelación de la locura, que, en mayor o menor medida, todos padecemos.

Llega un mensaje de Mario.

«Ayer le hablé de ti, de primeras se enfadó y casi se va de la cama.»

«Has tardado mucho en hacerlo.»

«Joder, si la conozco hace un mes.»

«Sí, pero ya has follado con ella tres veces.»

«Me gusta la foto del conejo. ¿Cuándo te voy a ver?»

No contesto, no tengo ganas.

Antes de guardar el móvil le mando un mensaje de ánimo a Karen. Anoche perdí la cuenta de los tequilas después del quinto, bebimos más rápido de lo habitual y su intención de ahogar los celos no funcionó. Pobrecilla, hay demasiadas personas en esa relación mal llamada poliamorosa, que no hablan, no evolucionan, y solo se limitan a bailar en torno a las sesiones de los dos DJs.

El metro llega a Gran Vía, me bajo y ando lo más rápido que puedo entre la multitud; algunos se apartan ante la pisada de mis Dr. Martens, los pinchos de la cazadora y mi cara de mala hostia. Quería llegar media hora antes al estudio pero ni oí el despertador, o a lo mejor ni lo puse.

Al llegar está todo listo. Saco la máquina, analizo la luz y el decorado. El silencio es extraño. Nadie dice nada, y las breves instrucciones de la maquilladora y el maestro en Shibari se producen entre susurros.

Este se dirige a mí.

—Necesito que estés lo más cerca posible nuestra, sin tocarnos. Cuando empiece no seré consciente de tu espacio, tendrás que apañarte.

—Entendido.

Siempre que fotografío sesiones de cuerdas me cuesta un poco concentrarme, cuando en un determinado momento la visión de la fibra que aprisiona la piel me hace desear que sea la mía. Me mimetizo y, casi inmóvil, dejo que solo mis ojos y mis manos sean libres. Es curioso porque ocurre al ver las marcas en los cuerpos a través del objetivo. Fuera de las sesiones de fotos, soy yo la que ata.

Novelas eróticasLa decoración es envolvente, inspirada en Japón. Largas telas de seda colgadas cubren parte del suelo, en el centro un tatami de madera oscura y dos postes verticales permiten la suspensión. La modelo lleva un kimono de seda. Oigo un suspiro. Es la chica, tras el desliz de la cuerda entre sus piernas. Me fijo en ella por primera vez, pelo azul, largo, moviéndose como un péndulo sincronizado con su cuerpo. En los párpados han maquillado dos ojos, de manera que aunque los cierre, parecen siempre abiertos para observar el exterior mientras viaja dentro de sí, en un recorrido de la luz a las sombras. Un tatuaje con forma de corazón asoma en su pálido hombro, y el kimono, ya desordenado con las ataduras, deja entrever una figura de formas redondeadas, cómodas. Esas pieles cálidas a las que adoro acariciar.

Esta vez su suspiro se transforma en gemido, en un hilo de voz que sugiere una atadura más. Noto un leve sudor en las manos. Solo se oyen los clics de la cámara, el casi imperceptible ruido de los correajes sobre la seda y sus respiraciones… Respiraciones, entrecortadas y profundas. Entrecortada la de él, profunda la de ella. Tira del pelo de la modelo, primero suave, luego con fuerza hasta que sus caras están pegadas. Ella abre un poco los labios, él se acerca hasta que la distancia no se aprecia. Hago zoom, me tiembla un poco el pulso. Aún no la ha rozado, y tras varios segundos, la suelta. Su gemido ahora es decepción. Las cuerdas continúan su trabajo, la inmovilización, la presión en puntos energéticos vitales, la sumisión y el delirio.

Intento alejarme de la excitación, tengo que serenarme para acabar bien el trabajo. Me concentro en los preciosos nudos, sin mirar la piel, desenfocándola. Como en todas mis sesiones, cierro los ojos, y lanzo el disparador, las tomas del inconsciente, las llamo. Consigo terminar la sesión un poco más calmada. Me dirijo a la maquilladora y en un susurro le digo que me voy, y que le comente al maestro que en un par de días tendrá el trabajo.

Ando a casa a paso rápido, a lo mejor la hora de ejercicio calma la ansiedad de mi cuerpo. A pesar del frío hace sol, y el calor de los rayos se unen al mío, interno. Al llegar me tiro al sofá, las escasas horas de sueño vencen la excitación y me quedo dormida…

—¡Qué voz!

La suya suena divertida, es Karen, al teléfono, al que he respondido aún sin abrir los ojos.

—Sí, estaba dormida.

—Gracias por la imagen del conejo, llevo todo el día riéndome.

—Te gustará verlo cuando lo decolore.

—¿Lo vas a hacer? ¡Te quiero! ¿Qué tal Mario?

—Sigue follando con otras, aún no lo entiende.

—Dale tiempo Andrea, no es fácil.

—Lo sé, creo en él, pero mi paciencia es finita.

—Tu paciencia es inexistente. Debe gustarte mucho.

—Joder, sí.

Novelas eróticasLa presencia de Mario en mi cabeza es constante desde que le conocí. Fue en el Volta, hace dos meses, uno de los jueves en los que nos juntamos para leer y comentar el libro Opening Up. Tras la lectura, solemos quedarnos a charlar o a jugar en el reservado que el Volta permite usar, si eres kinker.

Está al fondo del bar, tiene dos entradas con cortinas para acceder a él. Si no conoces el sitio, entiendes que es un área privada, aunque si eres observador, dependiendo de tu situación en el bar, puedes adivinar que hay algo más.

Esa noche estábamos solas mi amor Morna y yo, y había un grupo desconocido cerca de la entrada. Nos encontrábamos en medio de una especie de role-play, a ambas nos encantaba el juego. Habíamos quedado varias veces para que me enseñara técnicas de retoque fotográfico y en las clases había sido maleducada y provocadora, como una alumna imposible ante una profesora impaciente. Sabía que Morna había tocado límite cuando me agarró fuerte el muslo y me dijo que íbamos adentro. Debía estar tan caliente y enfadada que ni siquiera iba a esperar al sábado, que era cuando nos tocaba la clase siguiente. También supuse que el hecho de haber elegido una falda de tablas a cuadros había accionado el clic.

Me fijé en el grupo que había de camino al reservado y entonces le vi. Los tatuajes son imanes para mí, y él debía tener muchos, ya que ambos brazos estaban cubiertos. En nuestro breve paseo al interior de la zona privada le miré directa a los ojos. Él supo que iba a pasar algo.

Dejé la cortina entreabierta, mi compañera ni siquiera se dio cuenta, aunque sabía que un poco de voyerismo nos ponía a las dos.

Estábamos de pie, una frente a otra. Empezó a acariciarme, lenta, alternando caricias con unos ligeros arañazos, allá donde tocaba mi piel. De vez en cuando yo miraba fuera. El chico tatuado ya no prestaba ninguna atención a la conversación de su mesa, tenía el ceño un poco fruncido y parecía nervioso.

Grité cuando Morna me mordió en el hombro.

—¿Te ha dolido? Lo siento, pero deberías prestarme atención.

Tenía razón, no estaba con ella al cien por cien. El tatuado me desconcentraba, pero aún así, su tono condescendiente me molestó y quise apartarme.

Pero ella me sujetó contra la pared, agarrando firme mis hombros. Sostuvimos la mirada hasta que yo la bajé.

Novelas eróticasMorna empezó a lamer el mordisco, subió mojándome de saliva hasta que llegó a mi boca, y metió la lengua, sin soltarme. Me gustaba, su lengua era grande, todo en ella lo era. Casi nunca me besaba, cuando lo hacía era para tranquilizarme, sabía lo mucho que me gustaba perderme en los besos. Cuando mi respiración se calmó, Morna se sentó en el sofá, y con ambas manos me instó a arrodillarme sobre ella.

—Andrea, eres muy irrespetuosa, necesitas un buen correctivo. He perdido el tiempo contigo durante dos semanas, y no pienso hacerlo más.

Joder, los azotes y las manazas de Morna. Bien, me lo había ganado a pulso. Con ella nunca sabía si el castigo sería físico o mental. Aunque cuando elegí la falda de colegiala deseaba lo primero. Mi cuerpo se puso en alerta. Frené la aceleración y relajé muslos y nalgas, el impacto sería menor que si me tensaba, aunque mi sexo palpitaba de manera independiente. Despacio, me levanté la falda hasta la barriga. La visión de mi pubis desnudo no cambió su expresión, aunque seguro que lo hizo en la cara del  tatuado, pensé.

Puse las rodillas en el suelo y me coloqué sobre su regazo. Me acarició un par de segundos y muy seguido me dio el primer azote, el que más pica, cerca del interior de mis piernas. Me mordí la lengua de la impresión.

—Si llevaras bragas, te dolería menos.

No respondí. Me dio otro azote, que resonó en la sala. Iba fuerte hoy. Me concentré agarrándome en el cojín del sofá. Siguieron dos, tres, cuatro, alternados con caricias en el clítoris, las que menos. Morna desplegó un repertorio que pronto hizo que me moviera alrededor de sus piernas buscando alguna zona intacta. Ella me inmovilizó con la presión de su cuerpo y su único brazo libre, y gracias a dios, entré en el viaje. Me vi desde fuera, desde los ojos de aquel desconocido; me lo imaginé erecto, con su mano, inconsciente, cerca de su entrepierna. Se habría apartado de sus amigos con la excusa de ir al baño, y colocado en un lugar donde tener plena visión de mi castigo, del color rosa fuerte de mi culo, la falda arrugada, mi mirada perdida y la brutalidad aparente del monstruo de Morna. Su instinto le acercaba de manera sutil a nosotras, como si quisiera protegerme, y entonces yo lo hice. Rugí, de placer, de rabia, de placer, de rabia, de placer. Morna apretó las nalgas y metió varios dedos en mi coño, me retorcí, volví a mi cuerpo de manera inmediata, en cuestión de segundos me corrí en sus salvajes y hábiles manos…

Cuando salí de la sala, derretida en un abrazo a mi amante, él seguía allí. Había vuelto a la conversación con los suyos, nos miramos, nos reconocimos. Acabamos de compartir algo único. Al poco, Morna y yo decidimos irnos. Antes me acerqué a su mesa y me coloqué frente a él. Todos se callaron, le di la tarjeta del Atelier con mi número.

—Llámame. Me di la vuelta sin atender a reacciones.

Tardó una semana en escribirme, casi me había olvidado de él.

«Soy Mario, me diste tu número en el Volta el pasado jueves. Me gustaría tomarme un tequila contigo.»

Nuestro primer encuentro fue tenso. No me contestó cuando le pregunté su opinión sobre lo ocurrido en el Volta y, cuando le conté cómo me relacionaba sexualmente, hubo momentos de incómodo silencio. Estaba frente a un hombre heterosexual, que oía por primera vez a una mujer hablar de relaciones abiertas, juegos sexuales sin penetración, cambio de roles, exploración de límites… Al final, un condescendiente «Probemos» me sonó mal.

Distancié las quedadas para darle tiempo. Hablábamos por mensajes y me contaba otras aventuras. Yo no quería exclusividad, eso lo sabía, pero para jugar conmigo necesitaba que dejara de follar unos días. No me valía que la contención que practicábamos la aliviase con otras amantes. Estaba siendo dura con él, me ponía nerviosa, me gustaba cada día más. Y me moría por empezar a explorar las reacciones de su cuerpo, aún virgen a mis manos.

Miro el móvil, su último mensaje me taladra. Vernos…sería la cuarta vez. Voy directa al cajón donde guardo los juguetes. Hoy necesito una larga sesión de auto-cuidado. Saco mi último capricho. Es tan, tan bonito, y me lleva tan lejos… El único problema es que hoy no creo que aguante más de un par de minutos. A veces desearía que estos cacharros no fueran tan efectivos. Lo vuelvo a guardar y me pongo unas bolas. Voy a por la cámara y cargo las fotos en el portátil. Me muevo sobre la silla, sonrío, hoy todo me da mucho placer. Diez minutos más tarde me doy cuenta de que voy a retocar la misma foto por tercera vez…

Cojo el móvil:

«¿Cómo tienes la semana que viene?»

Responde a los pocos minutos.

«Hoy es martes, dijiste una vez a la semana.»

No estoy preparada para verle, ¿¡qué me pasa!?

Desisto de trabajar, vuelvo a la cama, saco las bolas y empiezo a masturbarme con la perfecta máquina de color morado, que se ha convertido en parte de mí. Su cuerpo tatuado me flashea la cabeza, es él quién está manejando el juguete, no puedo resistirme, ni resistirle. Mi orgasmo viaja por el clítoris al Punto G, y vuelve… Jodido cacharro, ¡qué bien funciona! Presiono fuerte cuando estalla y grito, enfadada, su nombre.

Le escribo antes de dormir.

«Ven mañana al Atelier.»

Mañana estoy sola en el local. Me preparo mentalmente: aguanta Andrea. Cuando te toque, cuando le toques, todo cobrará sentido.

Ya puedes leer el siguiente capítulo de esta novela erótica, aquí: MIND FUCK: la historia de sexo de Andrea (II)

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