Vuelve el bondage a la historia de sexo de Andrea, pero en esta ocasión ella es la sumisa.
Sinopsis del capítulo anterior: decidida a continuar con su vida sin Mario, Andrea protagoniza una intensa sesión de sexo lésbico con Morna, en el reservado del Volta. Sin embargo, a pesar de los mimos de su amiga, no lo puede sacar de su cabeza.
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MIND FUCK: La historia de sexo de Andrea (VII)
Los días transcurren lentos. No consigo despertar de una especie de estado letárgico que llama la atención de mis amores.
—Es el frío —me excuso ante sus preguntas, aunque yo también estoy extrañada de este excesivo cansancio.
Esta tarde voy al garaje, hay sesión del Dr. Amor. Hace tiempo que tengo ganas de conocerle. Le definen como un dominante imaginativo que combina dolor y amor. No me puedo imaginar la mezcla.
Me despierto sobresaltada, miro el móvil, mierda, me he quedado dormida tras la comida y voy a llegar muy tarde al garaje. Salgo lanzada de casa pero cuando entro por la puerta, efectivamente, ha terminado. Está recogiendo sus cosas ante los incondicionales de sus cuerdas, que le contemplan hablando entre susurros. Les saludo con un ademán y me dirijo a él. Es corpulento, normal, no dice gran cosa. Hasta que me mira y sonríe, una sonrisa que llena su cara, transmite paz, no corresponde a la imagen de Amo, me cautiva. Nadie que sonría así puede ser malo.
—Siento haberme perdido la sesión, tenía muchas ganas de conocerte. Soy Andrea.
—¡Ah, sí! La fotógrafa, la dueña del Atelier.
—Encantada. No te dejas ver mucho…
—Ya sabes cómo va esto, hay ciclos de expansión y otros de recogimiento.
—¡Qué rabia! Llevaba meses detrás de ti.
—Mi sesión ha terminado, pero ahora empieza el tiempo para mí. No me importa jugar contigo si quieres.
—¿Conmigo? —Joder, eso no lo había contemplado…
No soy sumisa. He jugado con Morna a serlo, por probar en mí lo que reproduciría como dómina, para conocer el funcionamiento de la mente ante el dolor y la técnica de los distintos utensilios del BDSM.
Busco en mi cabeza una asertiva negativa, cuando desata una correa de cuero con la boca mirándome de tal forma, que siento un inmediato golpe de deseo. Las palabras salen solas…
—Me encantaría Dr. Amor.
Se produce el silencio a nuestro alrededor. Nadie me ha visto como sumisa en público.
Él se acerca y me da un abrazo, ¿cómo? El caso es que me siento de nuevo muy a gusto así. Me acaricia los hombros y la nuca. Cierro los ojos. Durante un buen rato, lo único que hace es conectar con mi piel, con mi respiración. Me toca estudiando mis reacciones, pero es todo lento y suave. Se aleja un momento para apagar casi todas las luces, deja una en el suelo, tan baja que prácticamente no se ve nada. Pone algo de música, no distingo qué, algo tribal y melodioso.
—¿Cuál es tu palabra de seguridad?— pregunta.
—Karen.
—La intensidad del uno al cinco. Uno es verde, tres naranja, cuatro o cinco, rojo.
—Vale, conozco los códigos.
—¿Qué quieres?
—Tú decides —respondo.
Vuelve a abrazarme y me mueve al compás como en un baile, ahora es su boca la que me recorre, y empieza a morder de manera gradual. Poco a poco, un mordisco que comienza con el roce de los dientes y continúa, hasta que de manera instintiva parece saber que no puedo más. Entonces empieza a contarme una historia con una voz que casi no reconozco como suya, grave y melodiosa:
—Estaba buscando algo, no sabía el qué, ni en dónde se encontraba. Sintió cuerpos cercanos que, de vez en cuando, acercaban sus manos para tocarla. Eran caricias cálidas pero extrañas y ella seguía avanzando. No había casi luz, se adentró en un pasillo largo con infinitas puertas. De algunas salían ruidos de gente follando, de otras risas, de otras nada. Ella avanzaba por un estrecho pasillo apoyando las manos para no caerse, hasta que llegó al fondo, y allí la oscuridad la inundó —En este momento, me pone una máscara sobre la cabeza, totalmente cerrada, excepto por unos pequeños agujeros para respirar.
—Se sintió mareada —continúa— pero unas manos, tres, cuatro, cinco, no sabía cuántas, la sujetaron, la alzaron y la colocaron en una superficie blanda, en donde le resultaba imposible mantenerse de pie. Así que se puso a gatas, y aún así parecía flotar. Cuando quiso darse cuenta estaba desnuda, o quizás lo había estado todo el tiempo. Ahora lo notaba más porque tenía frío. Como si lo hubieran adivinado, alguien colocó una sábana encima, que la cubría entera. Se refugió en sí misma para entrar en calor. Seguía flotando sobre una superficie líquida.
Mientras habla me ha atado muñecas y tobillos. Creo estar desnuda aunque estoy tan metida en la historia que no me percibo a mí misma. Reconozco los pinchazos constantes de las púas de la rueda metálica: el corta-pizzas del dolor con el que el Dr. Amor recorre mi cuerpo en una especie de dibujo que no consigo descifrar.
—La sábana empezó a aprisionarla, cada vez más tensa a su alrededor, fundiéndola contra el inestable suelo, como si fuera a atravesarlo. Se tumbó de espaldas y la sábana dibujó su cuerpo y la momificó.
La rueda empieza a marcar territorio, el constante fluir de los pinchazos me devuelve a mi cuerpo y a mis sensaciones. No es de mis juguetes favoritos, me alegro cuando desaparece.
El Dr. Amor se acerca por la espalda, siento su presencia un rato, a un escaso centímetro, noto el calor de su cuerpo. Empieza a acariciarme con un flogger, siento el mango recorrer mis piernas, y acercarse a mi sexo rozándolo levemente. Cuando se aleja espero el primer golpe, siempre el más temido. Llega y no es flojo. Gimo, silencio.
—Tres —le indico, señalando mi nivel de dolor.
Sigue con un latigazo de similar intensidad. Y otro. Entre ellos, acaricia la parte interna de mis muslos con el cuero. Una vez pone el mango sobre mi sexo, lo deja ahí unos segundos. Me muevo hacia él. Estoy muy húmeda. Me permite unos momentos de placer, lo separa y golpea, antes de notar el dolor, vuelve a frotarme el clítoris. La presión es perfecta, el calor de los golpes se une al de un incipiente orgasmo. Continúa el éxtasis y el castigo, su voz pregunta por los colores.
—Verde —contesto cada vez, aunque quizás hace rato que ya no lo es. Reconozco ese momento en el que el dolor se apodera de tu voluntad, se difumina, se transforma.
—La superficie donde se apoyaba se rompió, y ella se hundió en un líquido viscoso y transparente que le recordó al lubricante que utilizaba para masturbarse —continúa narrando.
En ese preciso momento me uno a la historia, ahora soy yo la que flota y me encuentro encerrada dentro de algo familiar. Oigo ruidos lejanos, de cuero contra piel, una voz cuyo ya no entiendo. ¿Dolor? Nada. Sigo flotando y me gusta mucho, mucho estar ahí. Calor, unión, placer.
—Andrea, Andrea, Andrea.
Ahora estoy tumbada, una sábana me cubre y aprisiona contra una superficie que no es blanda. Estoy en posición fetal y un cuerpo se ha acoplado al mío.
—He tenido que parar, no respondías —escucho en un susurro.
Abro un poco los ojos, está oscuro. Distingo las paredes rocosas del garaje. No parece que haya nadie, aunque hay poca luz. Vuelvo a cerrarlos.
Cuando me despierto, le siento tras de mí. Su respiración me indica que está dormido. Me muevo un poco, me duele todo el cuerpo. Noto una tela que nos separa y el peso de una gran manta encima, aunque mis extremidades están frías. El culo y la espalda parecen palpitar hirvientes. Descubro que estoy cubierta de vendas impregnadas en crema cicatrizante.
—¡Ay!
El Amo se mueve.
—Andrea, ¿estás bien? —su voz parece preocupada
—Bien, duele un poco.
—¿Un poco? ¿Seguro? No diste ninguna señal, y cuando te pregunté decías que estabas bien. Seguí mi instinto y paré cuando creí que era suficiente, pero te has llevado unos buenos azotes. ¿Por qué lo has hecho?
—He disfrutado, no te preocupes.
—Podía haberte hecho mucho más daño.
—Necesitaba un viaje, me he ido lejos.
—Esto no se hace con alguien desconocido.
—Tú eres el Dr. Amor, estaba segura.
—No, Andrea, así no se juega y lo sabes.
Tiene razón, agradezco sus cuidados. Hacen honor a su nombre.
He sido irresponsable e injusta. No puedes dejarte ir de esa manera con alguien que no te conoce muy, muy bien. No es tarea del dominante conocer tus límites, es imposible que lo haga. Me siento mal por él, es un tío muy especial y no he sido honesta. No tengo fuerzas para enfadarme, me siento pesada y dolorida, vuelvo a sentir mucho sueño.
Cuando me despierto veo luz en el pequeño ventanal que comunica el garaje con el mundo exterior. Me cuesta mucho moverme, he dormido sobre una alfombra fina y nada cómoda. Se acerca a mí para ayudarme a que me incorpore. Me ofrece un zumo que debe haber comprado en algún bar de la zona. Lo bebo con ansiedad.
—Gracias, gracias por todo. Lo siento…
—Está bien, deja que te mire cómo están las heridas. No me esperaba esto con alguien como tú.
—Lo sé, no debía haberlo hecho.
Se sienta a mi lado, despacio desata las vendas y me mira. Pone un poco más de crema y vuelve a vendarme, todo en silencio.
—Está mejor de lo que pensaba. En un par de días estarás bien.
—Me has cuidado mucho, te debo una.
—Me vale con que te cuides a ti misma.
—Eres un tío muy noble. Me gustaría volverte a ver, conocerte con unos tequilas por medio. Sin juegos.
—De momento ¿qué te parece si me invitas a desayunar? Me muero de hambre —Sonríe y de nuevo veo esa expresión que me había encandilado la noche anterior.
—Claro, eso está hecho. Vivo cerca de aquí, si te apetece comemos algo en mi casa.
Por el camino me cuenta que la noche anterior había hablado en sueños de un túnel, un conejo, una tal Karen, y que repetía la pregunta ¿dónde estás?
—Buscabas a alguien —dice.
—Supongo que a una persona que conocí hace poco, que no llegó a entender mi juego y a quién no sé si hice daño.
—Te gusta mucho —afirma.
—Sí, pero somos tóxicos, él se siente atacado y a mí me descontrola.
Sonríe.
—Es importante para ti. Y has querido sacarle de tu vida sin terminar lo que habíais empezado —habla vacilar.
—Se fue.
—Y no fuiste detrás.
¿Por qué parece conocerme tan bien? Es paranoico y me molesta.
—No, no lo hice —respondo seca.
No dice nada más, ha percibido mi tono de enfado.
—Me gustaría ver vuestro Atelier, me han hablado muy bien de él —corrige con alegría.
—Claro, después de desayunar vamos —Su alegría es contagiosa. Este hombre es como un imán. Enigmático y a la vez cercano.
Pasamos el día juntos, entre mi casa y el Atelier. Me cura las heridas varias veces. Hablamos mucho, analizamos mi viaje, mi huida, mi búsqueda. Esa noche, en la cama, tumbada boca abajo, recorriendo escenas con mi mente y sensaciones en la piel, lo tengo claro.
Ya sé por qué buscaba a Mario.
Ya puedes leer el siguiente capítulo de esta novela erótica, aquí: MIND FUCK: La historia de sexo de Andrea (VIII)