Amor

MIND FUCK: La historia de sexo de Andrea (VIII) – Novela erótica de Karen Moan

Hay una razón por la que este relato es más próximo a una historia de amor, o más bien de amor no convencional, y es porque nuestra amada Karen Moan aparece como personaje principal en este mismo episodio.

Sinopsis del capítulo anterior: Andrea necesitaba reencontrarse, entender su situación sentimental. Sin premeditación, casi por casualidad, realiza un viaje catártico a través del dolor, en una sesión bondage con el Dr. Amor.

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Novelas eróticas

MIND FUCK: La historia de sexo de Andrea (VIII)

—Andrea, ¿cómo estás? Me han contado lo del Dr. Amor… ¡¿Sumisa?! Joder, ¿¡qué te pasa!?

—Karen, tranquila, respira. Estoy bien, él se dio cuenta y paró a tiempo.

—Quiero verte —su voz no admite discusión.

—No te preocupes, de verdad…

—¿Estás en casa? —No espera respuesta—. Voy —Cuelga.

A los veinte minutos suena el timbre y sus nudillos golpeando la puerta. Entra en un estado de histeria.

—Desnúdate.

No puedo evitar sonreír, me he imaginado esta escena muchas veces, aunque no con este estado de ánimo. Cuando ve mi espalda grita, y acto seguido comienza a llorar…

La abrazo con ternura.

—Amor, ya no me duele, me cuidaron bien. Además fue un viaje precioso, estuve dentro de… mi madre.

Mis palabras provocan otro nuevo ataque de llanto. La perdí hace unos años, enfermó de cáncer, a pesar de ser una luchadora, esa batalla pudo con ella. Me crió sola, nunca cedió a las imposiciones sociales, convencida y líder feminista, descartó la estabilidad y fuimos dos rebeldes en un mundo con demasiadas fronteras. Adoré mi infancia y a ella. Cuando se fue lo pasé muy mal, y Karen conmigo. Mi madre era una buena amiga. Nos sentimos muy solas cuando se fue.

Tras unos minutos, se calma, nos sentamos en el sofá y seguimos un rato abrazadas.

—¿Por qué lo hiciste? —me pregunta con dulzura, mirando de reojo las marcas en mi piel.

—Tuve ganas de viajar, surgió así. El dolor es un elemento catártico muy poderoso y necesitaba saber qué me pasaba.

Mientras hablo acaricio su pelo, la siento como un gatito asustado.

—Lo descubrí —continúo—, es mi historia con Mario. Pronto supe que era de los «verticales», pero me convencí de que era una cuestión de desconocimiento. Y me esmeré como nunca en enseñarle. Ansiaba que me entendiera, lo necesitaba. Cuando se fue me quedé bloqueada, no sabía por qué.

Ahora sí, Mario simboliza el cambio, el salto a la realidad. No podemos quedarnos siempre en la misma manada, en nuestra burbuja de amor y sexo. Hay que contarle al mundo esto, porque sería un lugar mucho mejor o yo sería mejor para el mundo. Si no lo contamos, no existe. Así de simple, así de complejo.

—Es cierto, fuera el mundo es hostil e incomprensible. Lo hablamos en la  Opencon, la no-monogamía honesta provoca muchas resistencias. ¡Es tan cínico!

—¡Es verdad! ¿Qué tal ha sido? Cuéntame por favor.

Se incorpora, me mira y, al poco, sonríe. Sabe que estoy bien, que necesitaba el viaje. Y yo sé que está impaciente por contarme todo sobre su Opencon y la Asociación de Poliamor. Sé que le había causado muchos nervios innecesarios, les iba a salir bien, pero ella se preocupa tanto por todo y por todos que no lo podía ver. Ahora, su cara brilla y se explaya.

—Una burbuja de amor: 70 personas desconocidas que en seguida conectamos de manera instintiva. Llevábamos semanas compartiendo la ilusión online, pero materializarlo fue precioso. Las charlas y los talleres fluían, todo el mundo quería participar. Había una energía y un buen rollo contagioso. La noche del sábado tuvimos dos experiencias preciosas. Una clase maestra de biodanza, con un gran amigo, creó una increíble conexión física y mental a través del baile, abrazos y caricias. El otro taller supuso un viaje a lo más profundo de mí misma, encontrando la esencia de las personas, y del amor.

—Suena muy bien, ¿quieres contármelo?

Sonrisa nerviosa, está deseando. Ella es poliamor.

—Puedo leerte lo que he escrito —Coge el móvil mientras yo pongo una canción que le encanta, y lee su última entrada en el blog.

A ciegas

Estoy en una habitación rodeada de gente a la que creo conocer, pero que debido a la venda que cubre mis ojos, he dejado de percibir.

Gritan, sudan, formo parte de un núcleo que se me antoja angustioso, así que me retiro miedosa, contra una pared, a esperar el silencio y la calma de mi respiración, ¿por qué miedo?

No me da tiempo a responderme, nos estamos moviendo como animales, a cuatro patas, en silencio. Doy gracias a la música por guiarme. No quiero contacto, aunque es imposible evitarlo, sigo asustada.

Y la encuentro. Su imperceptible tacto me indica que esta persona es altamente respetuosa y que va a dejarme decidir si quiero o no el encuentro. Las yemas de mis dedos se quedan pequeñas entre las suyas, en muy poco tiempo siento paz en su abrazo. Por fin desaparece la inquietud, y cuando, como un símbolo primitivo y profundamente tierno, pone mis manos sobre su pecho, me doy cuenta de que no puedo separarme. He conectado en una dimensión en la que la piel manda, y la mía siente que esta persona extraña ha dejado de serlo. No hay atracción física/visual, ni psicológica, somos dos seres iguales, carne e instinto.

Exploro su olor, me pierdo en sus infinitos besos, siento su delicadeza y su firmeza, me fundo, me dejo llevar por una sensación desconocida, pero básica, que hasta ahora no había entendido: la conexión con otra persona sin ningún tipo de juicio posible. Simplemente por ser, por existir.

Minutos que se convierten en horas, el desconocido descubrimiento de cada centímetro de mí, el calor y la fusión con un cuerpo que ya no distingo si es suyo o mío.

La conciencia y la ropa dejadas de lado.

Y como un viajero que llega desde una lejana distancia, lo reconozco, aparece ante mí con una certeza que termina por derrumbarme.

Es amor.

Gracias C, por descubrirme el camino a mi corazón.

Me mira con ojos grandes y pecho henchido. Exhala levemente…

—Se lo he dedicado a la persona que nos introdujo en este camino sin retorno. Es tan necesario ir a ciegas por la vida, despojarse de tantos prejuicios, sobre todo en términos físicos, desmontar los estándares de belleza normativa y ver a las personas tras su envoltorio.

—¿Estuvieron los DJs contigo? —pregunto conociendo la respuesta.

—No, ellos no caminan conmigo. Ahora son Alex, Jorge, Elisa… me acompañan en el viaje. Y cada persona que conozco a través de Poliamor Madrid cuenta, suma. Nunca he sentido tanto amor a mi alrededor, tanto respeto y conexión. Es un movimiento maravilloso, construimos una nueva vida juntos. Pero, también hay tristezas. Fran y Leo se van a ir, lo sé.

—¿Y cómo llevas que se vayan?

—A veces siento que hemos fracasado, no hemos sabido crecer juntos, y ellos terminaran yéndose con su música… y parte de mi corazón –Sentida, baja un poco la cabeza y chasca la lengua–. Pero ahora que he descubierto que nuestra capacidad de amar es ilimitada, sé que nunca dejaré de hacerlo, –Se repone sonriente, ilusionada– no importa la distancia, física o temporal.

Casi no nos hemos dado cuenta, nos resulta natural. Todo este rato, mientras hablamos Karen y yo nos acariciamos, nos hemos ido quitando ropa hasta estar casi desnudas, sólo con bragas y calcetines. Nos encanta sentir el calor de la piel, la suavidad, besar y hacer cosquillas. Muchas veces me pregunto cómo podría definir mi relación con Karen. Compañera de experiencias, de proyecto vital, amiga, y… ¿amante? Estoy desnuda con su cuerpo a mi lado. Por supuesto, mi sexo hace algún que otro llamamiento pidiendo atención, pero lo ignoro. Me gusta tanto esta intimidad eterna que no quiero interponer las distracciones físicas de mis genitales. Pero me besa en la boca, me pierdo en su sabor y en su olor. Es tan, tan cálida. Ella toca con cuidado, evitando la espalda y, de repente, frena.

—Cuéntame tu viaje —pregunta ensimismada.

—Estuve en un mar de lubricante de sabor… ¡¡¡a fresa!!!

Se ríe, le encantan las fresas.

—No sabía que te gustaba la sumisión…

—Hacía tiempo que no la practicaba, viene bien para recordar ciertas cosas. Le hice pasar un mal rato al Dr. Amor, era la primera vez que jugábamos y no fui responsable. Debería haberle dicho que estaba sentimentalmente tocada, y él habría estado más atento. Aún así, siguió su intuición y paró a tiempo. Le debo una.

—¿Sabes lo que me apetece hacer ahora? ¡Darme un baño de lubricante de fresa!

—Hummm, espera aquí.

Mi amiguita parece que no me conoce aún. Preparo un baño de agua caliente. Busco una caja de Gelli Baff pink, y en unos minutos la bañera es un gigantesco postre de gelatina de fresa. Vuelvo al sofá, le vendo los ojos, y la insto a levantarse y seguirme. Se ríe nerviosa sin tener ni idea de adónde va.

Cuando introduce el pie en la gelatina empieza a gritar, sin darle tiempo a reaccionar, la cojo en brazos y la meto en la bañera. Chilla, graciosa, como una niña. Alterna carcajadas con expresiones de asco. Y cuando le quito la venda se queda unos minutos paralizada, alucinada.

—¿¡Qué cojones es esto!?

Me meto a su lado, y empiezo a jugar con la gelatina en su cuerpo. Es un poco asqueroso, pero tan divertido que me da igual. Ella se deja hacer, nos revolcamos en el líquido viscoso.

Mi mente aún me manda mensajes del viaje que empecé en el garaje y que parece no haber concluido. Son flashes de sensaciones, de la calidez y la paz que sentí frente al frío exterior.

Al rato, vuelco otros polvos sobre la gelatina y aparece agua.

—Andrea, eres mágica

Vuelvo a reír.

Ya puedes leer el siguiente capítulo de esta novela erótica, aquí: MIND FUCK: La historia de sexo de Andrea (IX)

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