MIND FUCK: La historia de sexo de Andrea (II) – Novela erótica de Karen Moan

La historia erótica de Andrea continúa iniciando a Mario en el BDSM. Si te perdiste el primer (y explosivo) relato de esta deliciosa novela online, puedes leerlo aquí: MIND FUCK: la historia de sexo de Andrea. Si prefieres engancharte o continuar ahora, sigue leyendo.

Sinopsis del capítulo I: Andrea, mujer kinker que practica una sexualidad activa y no convencional ha conocido a Mario, heterosexual y normativo, por quien a pesar de no ser el tipo de hombres con quien se relaciona, se siente muy atraída. Pero el juego que plantea Andrea tiene unas reglas que Mario no quiere seguir. Continúa más abajo…

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MIND FUCK: La historia de sexo de Andrea (II)

De camino al Atelier, diseño el guion de mi encuentro con Mario. Siento la excitación en el bombeo de la sangre por mi cuerpo, en la ráfaga de escenas que visualizo en mi mente en un segundo, en cómo se mueve mi sexo, inquieto. Toda yo soy nervio. Me flipa el juego mental. No recuerdo el momento exacto en el que me planteé una sexualidad alternativa.

El hecho de ser kinker y practicar sexo abierto frecuente, estimuló una búsqueda hacía un modelo distinto, donde la imaginación sustituyera lo explícito, donde desapareciera la presión sobre el perfecto pene erecto, el orgasmo simultáneo o las complicadas posturas del sexo grupal. Cambiamos la perspectiva y empezamos a jugar.

Pre-fiesta: chat telefónico. ¿Dresscode?¿Reglas?¿Escenarios? Fotos con ropa fetish sobre cuerpos desconocidos, intercambio de personajes, de música, mensajes de voz con sugerencias sobre el guion, vídeos de excursiones a jugueterías… Una única regla: nada podía ser sexualmente evidente. La invención y perversión llenarían los huecos.

Fiesta: empezaba con algo sencillo, como el escondite, buscar y reconocer a tus enmascarados compañeros sin el uso del habla, solo por gestos o caricias. Luego, pasábamos a interpretar elaboradas escenas pactadas: un burdel de la II Guerra Mundial, un místico encuentro entre demonios y vírgenes, o un juego de ciencia ficción donde asexuales seres extraterrestres absorbían la energía sexual de los humanos. El lema siempre era: «El mundo se acaba mañana».

Chat post-fiesta: hilos de textos de resaca sexo-afectiva que, cuando empezaban a escasear, enlazaban con las ganas de organizar la siguiente.

Estos eventos se convirtieron en tal estímulo que distanciamos las fechas de celebración, aumentando la elaboración, el morbo y el deseo del reencuentro.

Novela eróticaEntretanto, trasladé el modelo fuera de los eventos. Empecé a follar con las mentes…

Lo primero, explicar las reglas. En una primera cita nunca habría contacto genital. El único momento sexual consistiría en una larga contemplación de mi sexo, desnudo y provocador, tras una media de rejilla, traslúcido cinturón de castidad, que imposibilitaría cualquier intrusión.

Después, pediría a la pareja de turno que me enseñara su excitación, tras la ropa interior. La inmensidad de su erección o la humedad de su coño traspasando las bragas, despertaban mi hambre. ¿Te tocarías para mí?, les preguntaba. El momento en el que se quitaban ese trozo de tela, dejándome ver por primera vez la palpitación, el ansía del miembro o los dedos resbalando en sus propios jugos hacían que mi coño gritase como un adicto con síndrome de abstinencia. Conocer a alguien a través de su masturbación es la escena pornográfica total, el inicio de la perversión natural prohibida, el genuino juego del amor kinker.

¿No vamos a hacer nada más?, se lamentaban mis compañeros. A mí también me dolía, pero era una maravillosa tortura.

Intenté lo mismo con personas de fuera del entorno kinker, pero me cansé pronto. Esta era la primera vez que insistía, además, con un hombre heterosexual monógamo. El juego con Mario me resultaba tan estimulante que había recuperado ese añorado dolor, sin saber realmente por qué.

Abro la puerta del Atelier, hoy no viene Karen, los miércoles son días tranquilos. A partir del jueves comienzan los talleres y el fin de semana hay mucho trasiego de gente. El Atelier no es solo un espacio de trabajo, es nuestro armario, nuestra juguetería, nuestra casa. Los clics de mi cámara inmortalizan diversión y placer. Tras las charlas y eventos, el sonido del cerrojo celebra nuestro mantra: «Juguemos, antes del final del mundo». Estas paredes están llenas de gemidos, gritos de guerra, música a todo volumen y amor, mucho amor.

Novela eróticaLos recuerdos se mezclan con mi imagen en el espejo del probador, enfundada en un body rojo de látex. Armado con cremalleras, CocóLaté me viste para el amor y su guerra. El deseo de que estos cierres dentados se abran se estampa contra su incomprensión. Pero antes de que pueda responderme, escucho a alguien gritar afuera.

—¿Cuál es la norma aquí?

Es Mario, ¡mierda!, la música tan alta no me ha dejado oír la campana de la puerta. Salgo del probador, me lo encuentro a pocos metros, me alejo al equipo de música para bajar el volumen.

—Aquí hay muchas, depende a lo que vengas —respondo. Él sonríe, mientras mira alrededor—. Por favor, siéntate y ayúdame a decidir qué me queda bien.

Mario duda unos segundos, y se sienta en un sillón individual frente a los probadores. Cojo los accesorios para completar mi atuendo y entro en uno.

—¿Necesitas ayuda? —me pregunta. Me sobresalto al oírle tan cerca. Está justo detrás de la cortina, pegado a ella.

—¿Puedes volver a tu asiento? —le ordeno.

—¿Eres siempre así? —Su voz se ha distanciado y suena más grave de lo habitual.

Salgo del probador enfundada en el body de látex rojo, botas por encima de las rodillas y una máscara con orejas de gata, sin orificio para la boca. Sonrío sin que él se entere. Me encanta su enfado, me pone cachonda. Está sentado, obediente, pero sus manos en forma de puño le delatan. No parece nada, nada, acostumbrado a acatar órdenes…

Actúo como la perfecta dependienta de una tienda de ropa fetish; muestro cómo estimular la imaginación con juguetes. Y le enseño su uso mediante gestos. No hablo, escenifico.

Novela eróticaCojo un vibrador tan potente, que traspasa cualquier prenda que lleves. Me acerco al sillón hasta que estoy a un metro de distancia, y empiezo a masturbarme de pie, ante sus ojos. Ya me ha visto hacerlo antes, uno de aquellos días en que intentaba explicarle que hay sexo más allá del coito, aunque nunca me había vestido así.

—Puedes tocarte tú también —le sugiero. Pero, como siempre, no lo hace.

Sigo a lo mío. Con este aparato he conseguido orgasmos en menos de un minuto, aunque ahora estoy un poco nerviosa. Me alejo hasta encontrar la pared y poder apoyarme, las botas son muy altas, mi equilibrio en este estado, precario. Lo separo del clítoris y hago círculos para alejar mi clímax, aunque ya está cerca. Durante unos minutos no existe Mario, ni estoy en la tienda con la puerta abierta; durante ese tiempo somos yo, el vibrador y la humedad que resbala tras el látex.

Decido abrir una de las cremalleras, que deja al descubierto parte de mi pecho, y acerco el aparato al pezón, me duele un poco, se eriza. Mario no me ha visto aún sin ropa. Le miro, no sé leer su expresión, porque parece atravesarme. Me voy a correr, y decido que lo voy a hacer en silencio.

La primera vez no me creyó, se convenció cuando le expliqué que no había ninguna lógica en mentirle. Que tener un orgasmo silencioso y casi sin moverme era un juego tan divertido como el Impávido. Me sentía como el aristócrata fingiendo que la mujer del Conde no me hacía la mamada del siglo. Los cortesanos franceses eran unos cabrones muy traviesos…

Novela eróticaLo más complicado es detener el deseo de presionar con fuerza, la intensidad es menor, pero la duración mayor. Siento como llega, y abro la otra cremallera liberando mi otro pecho. Una maniobra de distracción para poder deleitarme en la sensación de éxtasis que empieza en el clítoris y recorre todo el cuerpo. Los músculos se tensan, descargo presión, dejo que el placer se alargue y se funda con las vibraciones… ¡Joder, qué difícil es no gemir! ¡Qué complicado es el Impávido!

Me tomo la licencia de cerrar los ojos unos segundos y, al abrirlos, espero un rato, mientras el ritmo cardiaco se recupera. Cierro las cremalleras, me acerco a él de nuevo.

—¿Qué tal estás? —le pregunto. Su mirada al vacío se dirige a mí. Vuelve al mundo

—Bien, ha sido bonito verte.

—Gracias. Este es uno de mis juguetes favoritos. —Le dejo el vibrador y, según lo coge, lo acerca a la nariz para olerlo.

—Es muy interesante, y la demostración un lujo —Sonríe por primera vez—. También me gustaría ver tu fusta. Quiero utilizarla contigo.

A pesar de la sorpresa, su tono me enciende de nuevo, ¡pero si acabo de correrme!

Habíamos hablado de los azotes con anterioridad, nunca como algo que quisiera llevar a cabo. El BDSM le parecía lejano. Quizás un camino que recorrer más adelante.

—No funciona así, hay que saber muchas cosas antes de azotar a una persona —Intento no sonar condescendiente, me ha pillado desprevenida.

Novela eróticaAfirma con la cabeza. Me acerco al mostrador, abro un cajón y cojo la fusta. La hago restallar contra la mesa, y contra cualquier cosa que me encuentro en el camino de vuelta a su sofá. Cuando llego, golpeo con fuerza en el reposabrazos,  a escasos centímetros de su mano. No se inmuta. Cuando voy a lanzar el segundo golpe, tiende la mano interceptándola en el aire. El sonido contra su piel no me gusta, ha sido demasiado fuerte y me cabreo por lo que ha hecho. Agarra la fusta, sé que le ha dolido, el extremo tiene una parte metálica. Estoy preocupada, enfadada, siento la sangre bombeando contra las sienes. Mario empieza a tirar, no sé si para aproximarme o para quitármela. No la suelto, me acerco involuntariamente. Solo puedo ver su boca, la mía está seca, huelo su aliento. Ninguno hace nada durante largos segundos. Un sonido familiar me descoloca ¡Mierda! ¡Es la campana de la puerta!

Me separo brusca, y tiro de la máscara con fuerza, no es fácil sacarla de una vez. Veo mi cara desencajada en el reflejo de los espejos, de camino a la entrada. ¡Menos mal que tengo el pelo corto! Me paso la mano por la cabeza para arreglarlo.

Me encuentro de bruces con un cliente que ha abierto la cortina de entrada al local.

—Hola. Está abierto, ¿no? —Su expresión refleja duda. El sudor que resbala por el cuello, mi sofoco ¿he cerrado las cremalleras del body? Mario en pie, al fondo, con el puño apretado, esta vez por el dolor.

—Sí, sí, pasa. ¿En qué te puedo ayudar? —intento que mi voz transmita algo de normalidad.

—He leído en la puerta que impartís talleres de iniciación al BDSM y quería informarme.

Acabo de caer en la cuenta de que la fusta sigue en mi mano, que la agarra temblorosa. Respiro hondo mirando al desconocido e intento calmarme.

—¿Es buen momento? Puedo venir en otra ocasión.

Querido desconocido, no podías haber sido más oportuno, pienso en mi convulso interior. Ofrezco una sonrisa algo forzada.

—Has llegado justo a tiempo. Él ya ha terminado —respondo, acariciando la fusta, justo donde Mario la había agarrado.

Mario pasa a nuestro lado como una exhalación, y se despide con un seco adiós.

—No parece haberle gustado —comenta el desconocido con tono confuso.

—Yo creo que le gustó demasiado —suspiro y olvido a Mario—. Sobre los talleres, no los imparto yo, pero puedo enseñarte alguna cosa…

—Encantado, tengo tiempo. Soy amigo de Morna, ¿eres Andrea?

Sonrío. Morna suele enviar gente sin avisar, de fuera del entorno kinker. Le encanta difundir nuestro modo de vida.

Voy hacia la puerta y le doy la vuelta al cartel. Reza:

TALLER EN CURSO

Disculpen las molestias.

Giro sobre los enormes tacones de las botas, aún sin explicarme cómo sigo en pie.

Ya puedes leer el siguiente capítulo de esta novela erótica, aquí: MIND FUCK: la historia de sexo de Andrea (III)

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