Este es el último episodio de la novela MIND FUCK de Karen Moan. En él, encontrarás una gran orgía con todas las prácticas sexuales: desde cunnilingus y vibradores entre amigas, hasta bondage y BDSM, pero, aparte de la enorme intensidad sexual que transpira, lo más inspirador está en su final… Si adoras dar rienda suelta a tus fantasías, no podrás perdértelo.
Sinopsis del capítulo anterior: Las Reinas habían organizado una gran fiesta de temática cabaret en el Volta, en la que castigaban y premiaban a los participantes en función del ingenio, y donde Andrea vio a Mario haciendo un trío en la sala de juego.
Sigue leyendo…
MIND FUCK: La historia de sexo de Andrea (XI)
En la sala de juego hay dos grupos. El grupo de Mario ha ampliado sus participantes, ahora son cinco, orquestados por un atador que une y desune partes de sus cuerpos en posturas imposibles. Mario está arrodillado, los brazos atados en su espalda. Su muslo y el de una chica están sujetos por una cuerda. Sus cabezas libres, se besan con suavidad. El atador coloca a una pareja que también están entrelazados, justo delante de ellos. Mario lame la piel que tiene en frente, que consigue alcanzar con torpeza. La mujer se mueve, coloca su coño frente a su boca, hunde su lengua en él. Me derrito, es fulminante, mi sexo se empapa.
Como un imán, siento la mano de la Reina de picas entre mis piernas. Ya no es solo la humedad, sino el palpitar de los labios, que le dan el diagnóstico definitivo.
—Has perdido. Has de cumplir lo acordado.
Se tumba en el columpio junto a la Reina de diamantes. Ambas levantan las piernas y me ofrecen sus maravillosos sexos. Adoro a mis amores, nuestros juegos y nuestros ¿castigos?
Tengo que olvidarme del grupo de Mario mientras me dedico al placer de las dos maravillosas fieras que se retuercen, columpian y divertidas, me desafían, me provocan. Las lamo, las masturbo, mi líquida excitación se desliza por mis muslos. La Reina de corazones acude en mi ayuda, inmovilizando el columpio y atacando con un vibrador a las traviesas Picas y Diamantes.
Mis sentidos acaparados por su sabor, el sonido de sus gemidos, su resbaladiza piel, olor a sudor y sexo, la vista de sus caderas luchando por huir y alargar un orgasmo que no controlan. Y Mario está ahí, detrás, a escasos metros. Lanzo un rugido que paraliza a las reinas. Ahora mías. la mirada suplicante de Picas hace que me concentre en su clítoris, donde dejo la lengua casi inmóvil, solo con suaves círculos y aumentando lentamente la presión, ella palpita en mí. Con dos dedos apuesto al órdago tocando el Punto G de mi amante, quién agarra mi cabeza y me hunde en ella. Su orgasmo explota en mi cara y lamo hasta la última gota. Tras unos segundos, las tres nos dedicamos a la cuarta Reina, quién ante la multitud de dedos y lenguas, se corre aullando «Vivan las Reinas» y provocando las risas de los presentes.
Cuando me doy la vuelta, veo que Mario está aún atado a la primera jugadora. Por fin, me mira, pero inexpresivamente.
Me acerco al atador, espero alguna señal que me dé paso. Cuando me ve, le señalo a donde está Mario, que afirma con la cabeza y consiente que entre en el juego. El atador me coloca de frente, me arrodillo para estar a su altura.
—Me muero por un último juego contigo —le digo en tono suplicante. Tarda unos largos segundos en responder.
—Levántate— me ordena.
Lo hago. Coloco mi sexo a la altura de su boca. Él sigue mirando hacia arriba, hacia mi cara. Me acerco, tres, dos, un centímetro. Estoy temblando al sentir su aliento. Pasan unos segundos así, ninguno de los dos se mueve. Reconozco una presencia cercana en mi espalda, es el perfume, sé que es una de las reinas. Empuja suavemente mi culo, hasta que por fin siento su contacto. Sus ojos no se separan de mí, y veo, despacio, cómo saca una lengua que no recordaba tan grande y se funde en mi coño recorriendo todo, de atrás adelante, con una calidez y una sensación de plenitud que desvelaría los tells del más ambicioso jugador de póker. Hace tiempo que quería jugar con Mario, mis cartas están sobre la mesa, los signos físicos de mi cuerpo lo cuentan. Mario, atado, arrodillado, en posición de sumisión, me domina. Soy suya. De su experta lengua que no ha dejado de lamer, de succionar con los labios, de derramar saliva sobre mí. No puedo aguantar ni un segundo más. Me corro en su boca, gimo con furia, mi amiga me sujeta, Mario me penetra con sus ojos… Y su sonrisa es triunfal.
—Sus deseos son órdenes, Reina —su tono firme contradice la frase. Mario da por concluido el juego con una señal para que le desaten. Me retiro, confundida, satisfecha, solo sexualmente.
Un rato más tarde me encuentro con él. De nuevo lleva la careta con plumas, está impresionante. Se acerca:
—¿Puedo hablar contigo?
—Claro — respondo contenta. Me coge de la mano y me lleva a la mesa dónde le vi por primera vez. Se sienta en una silla libre y me pide que me suba sobre sus rodillas, como una niña, dirigiendo mi cuerpo hacia el reservado donde me vio jugar cuando nos conocimos.
Las cortinas están abiertas y puedo ver con claridad lo que ocurre en el interior. Empieza a hablar en mi oído, para amortiguar el ruido de la gente que se divierte a nuestro alrededor.
—Ese día tenías la cara más traviesa que he visto jamás. No podía apartar la vista de tus ojos, esos ojos desafiantes, ese alma negra. Quería que me arrastraras a las mismas tinieblas a las que habías llevado a tu amiga. Imaginé que jugabais a algo, por tu falda y vuestros movimientos. No pensé que iba a presenciar lo que ocurrió, pero cuando empezó a azotarte y vi como te retorcías, de dolor, y de placer, quise ser ella, como nunca había querido algo antes.
Mientras habla me quita las botas y acaricia mis tobillos y mis pies con tal destreza que me cuesta concentrarme en sus palabras.
—Abriste un nuevo mundo para mí. La dominación, la contención del placer, los juegos… Y yo, yo estaba dispuesto a hacer lo que fuera por poder castigarte en alguna ocasión. Pero cuando estábamos juntos era yo quién me sentía controlado, mi placer, mi instinto, mi voluntad. Me rebelaba, no funcionaba.
—Entonces ¿no te aburría? —le pregunto despojada de cualquier reserva, anestesiada por el orgasmo y las caricias que me sigue dando.
—Karen me habló el día que estuve en el Atelier, tras despedirme de ti. Me dio la invitación para esta fiesta, y me dijo: «Andrea es como tú». No lo entendí. Estaba muy rayado, había disfrutado como nunca, antes y después de cada encuentro, pero no durante. Y entonces lo vi; lo que tú querías era un compañero de juegos, un igual. Comprendí el mensaje de Karen, «somos iguales». Pero para llegar al equilibrio tenías que someterme, aplacar mi ansia de dominación.
No me lo puedo creer, joder, ¡por fin lo ha entendido! Estoy extasiada de escucharle. Me doy la vuelta y me coloco a horcajadas sobre él. Nos miramos durante un largo rato. Sus pupilas y las mías juegan, desafío, entrega, deseo, lucha. Sí. Somos iguales.
Me levanto y hago una reverencia.
—Sí, querido Pavo real, he sido muy, muy traviesa con usted y merezco mi castigo.
Su sonrisa es infinita.
Me coloco sobre sus rodillas ofreciéndole mi culo. Me da el primer azote, duele pero también llega muy, muy dentro de mí. Gimo.
Esa noche duermo con las Reinas, en mi cama de dos metros, pero no consigo pegar ojo. Al amanecer, me levanto y preparo un café. Salgo a la terraza de mi casa y, al poco, veo aparecer por la puerta a una de mis amigas, aún con inexplicables restos del corazón en los labios.
—¿Cómo estás?
—Contenta, fue una gran fiesta —Acaricio mi dolorido culo y sonrío—, una gran azotaina.
—¿Y ahora qué?
Sé que me pregunta por Mario, pero con respecto a él no tengo ni idea de lo que va a pasar.
—Ahora, a seguir, esto acaba de empezar –Nos sonreímos–. ¡He tenido una idea!
Se ríe a carcajadas. Todas nuestras historias empiezan así, con esa frase. Y añado en tono solemne:
—Vamos a invitarlas a nuestro club.
Me mira expectante. Empiezo a verlo en mi mente, tan evidente, siempre ha estado ahí, la idea, las ganas, la necesidad.
—¿A quiénes? ¿Qué club?
—A ellas, a las mujeres. A las que vislumbran un camino distinto pero no se atreven a dar el primer paso; las que quieren divertirse, las que adoran reír, disfrazarse, las que tienen deseos que cumplir, las que bailan solas, gimen solas, luchan solas. Karen empezó esta historia hace dos años, con nuestra ayuda, lo hará realidad.
—Un Club de Reinas, de payasas, de ángeles y demonios —dice sonriente, lo ve tan claro como yo.
—¡¡Sí!! Dónde inventemos un mundo donde imaginar… crecer, jugar, y también donde fabricar deseos. Fabricar deseos, esos que aún desconocemos, esos que se descubren juntas —Me acerco a su oído y le susurro—: un club secreto en forma de teatro.
Como una niña entusiasmada lanza un gritito, y juguetona susurra: —Me encantan los secretos. ¿Cómo lo vamos a hacer? —pregunta, mientras me abraza, provocando una enorme ola de amor.
—Sencillo, invitándolas…
¡Qué comience el espectáculo!
¿FIN?
¿Sabías que The Moan Club es más que una novela? Echa un vistazo: www.themoanclub.com