BDSM

El miedo a aceptar que te gusta la sumisión (y la dominación)

Recuerdo una conversación, hace años, con una amiga. Me contaba que le había costado mucho aceptar que le gustaba que un hombre la humillara, la azotara, la sometiera… En otra ocasión, me comentaron justo lo opuesto: otra chica, practicante de la dominación, me dijo que lo primero que había tenido que admitir era su sadismo, es decir, que le gustaba hacer daño. Estamos hablando siempre, por supuesto, en el aspecto sexual, dentro de un juego consensuado donde ambas partes disfrutan con su rol. Es decir, hablamos de BDSM (Bondage, Dominación-Disciplina, Sumisión–Sadismo, Masoquismo).

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BDSM

«Me excita la sumisión pero no creo que esté bien practicarla»

Las dudas en el BDSM son más que comprensibles. Uno de los valores en nuestra sociedad actual es la búsqueda de la igualdad entre todas las personas y, precisamente, estos juegos eróticos se basan en lo contrario: una persona tiene el control sobre la otra. Ante esto, es fácil que nos cuestionemos si está bien excitarse cuando alguien nos ordena servirle o si es normal ponerse cuando tratamos a alguien de perrito. Dudas que surgen del choque entre el deseo y la razón.

Juegos eróticos

El sexo tiene mucho de impulsivo, es por ello que se ha intentado controlar (marcando qué está bien y qué está mal) para intentar que los individuos y, con ellos la sociedad, no se «desmadraran» siguiendo su libido. Pero el sexo, las prácticas sexuales son momentos para dejarse llevar, para evadirse, e incluso, para permitir que surja ese «yo» más anárquico. Es, en muchas ocasiones, un divertimento que busca el placer. En esos juegos –temporales, consensuados– todo aquello que no dañe ni nos dañe está bien y no implica que vayamos a perder el control de nuestras vidas. Son juegos acotados.

Pero no podemos evitar ser seres racionales y, algunos más que otros, darle vueltas a las cosas. Damos un paso más hacia nuestra madurez sexual cuando nos permitimos gozar de aquello que nos gusta, cuando nos despojamos de un punto de vista autocontrolador que nos limita. Este autocontrol no afecta solo cuando nos impide aceptar prácticas eróticas más extremas, sino, también, en una sexualidad más convencional, cuando adoptamos un rol del espectador que evalúa si estamos haciendo las cosas según «se espera de nosotros». Una cierta actitud de abandono será una de las claves para gozar y solo podremos dejarnos llevar cuando estemos con plena confianza y tranquilidad. Por eso hay que subrayar siempre que los juegos eróticos y, más cuando hablamos de ceder el control, han de ser con alguien que conozcas bien y puedas consensuar. En un BDSM sano, esto queda más que claro.

Azotes eróticos

Un juego específico en el sadomasoquismo es el de los azotes eróticos y aquí, algunos, vuelven a chocar entre deseo y razón. Desde pequeños se nos enseña que pegar y que nos peguen está mal. Entonces, al descubrir que los azotes (darlos y/o recibirlos) causan excitación, puede que se genere un cortocircuito mental. Pero todo tiene una explicación. Por un lado, en el cerebro, dolor y placer son dos sensaciones que se experimentan en zonas contiguas, así que en el contexto adecuado –siempre es importante el contexto– puede resultar muy estimulante. Si tu postura es la opuesta, es decir, que te guste pegar, ten en cuenta que la violencia es inherente al ser humano. La matizamos bajo el foco de la cultura y el raciocinio, pero algunos estudios científicos ponen de manifiesto nuestra naturaleza agresiva. Y, ya lo hemos dicho, el sexo es una parte animal con lo que no es de extrañar que salgan determinados impulsos primarios.

Feminismo y sumisión

Desde hace un tiempo, se oye la idea de que las fantasías de sumisión de muchas mujeres son efecto de la sociedad heteropatriarcal y hay quién se atreve a señalar a quiénes las tienen, convirtiéndolas en unas víctimas del sistema y exhortándolas a que dejen esas fantasías «porque son incompatibles con la defensa de la igualdad». No puedo estar más en desacuerdo con esto. Puede, no digo yo que no, que las fantasías de sumisión femeninas vengan de siglos de una determinada estructura social, donde hombres y mujeres adoptan unos roles específicos (¿qué pasaría con los hombres sumisos?… Ese es otro debate), pero no es motivo para que se quieran limitar o juzgar las prácticas y, aún menos, las fantasías. Durante mucho tiempo, a las mujeres se nos negó el deseo y el placer. Ahora que lo tenemos, nadie debería ponerle límites.

El feminismo es la búsqueda de una sociedad igualitaria donde todos seamos idénticos en derechos y oportunidades. Y sobre todo donde podamos sentirnos libres, para escoger qué hacer en la vida y, por supuesto, en la cama. Una mujer –al igual que un hombre– puede desear y gozar con lo que le dé la gana, en su intimidad, de forma sana, responsable y con quién ella elija. Y luego ser la primera que defiende la igualdad y no permite los abusos en su día a día.

Las prácticas eróticas son momentos, son juego, son liberación. La razón nos ayuda a que estas prácticas sean hechas con cabeza. Pero una vez en situación, deberíamos dejar esa cabeza a un lado y disfrutar. Luego ya volveremos a ser las personas racionales de siempre, aunque puede que un poco más satisfechas y felices.

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