Relatos eróticos

Una procesión de pasión y frases de amor – Relato erótico

Frases de amor y pasión. ¿Pueden existir las unas sin la otra? Quizá sí, pero lo que su autor nos plantea con esta historia es que las dos se deben conjugar para obtener un relato erótico. Jugando con las líneas conceptuales que separan (¡o unen!) la religiosidad de la pasión sensual y la eclesiástica prudencia de lo privado del sexo, nos adentra en un –muy– romántico y sexual encuentro de la fe en la belleza de las palabras, y la estética de las creencias en los cuerpos: la (ideal) pasión erótica.

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Relatos eróticos

Una procesión de pasión y frases de amor

Todo empezó el 18 de octubre de 2014. En la noche, Córdoba se agolpaba frente al Patio de los Naranjos, para ver la salida de una procesión extraordinaria: María Santísima de la Paz y Esperanza.

Las conversaciones se convertían en murmullos, y estos en bisbiseos que antecedían a los clics y flashes. La penumbra se abría en la divina iluminación natural de los cirios, y los shhh recorrían las primeras filas, cuando noté su cercana presencia a mi espalda. Disimuladamente, me giré; intuitivamente, sabía que era bello.

La Virgen salió, y las cornetas y tambores comenzaron a mezclarse con los vítores y aplausos que la recibían.

Frases de amor

–La Virgen es lindísima –dijo con marcado acento francés–, pero yo estoy aplaudiendo a una divinidad –concluyó, y dio un paso al frente para alcanzar mi posición.

Le miré. Me miró y sonrió.

–Soy ateo –continuó–, pero hoy pongo mi religión a prueba. Pensé que no había seres superiores, y que de haberlos, serían estéticos; bellas figuras inertes, como la de esa impresionante talla que bambolean –prosiguió, con académico ritmo y melodía–. Pero, puede que me haya equivocado; puede que todos estos años de estudio, descifrando borrones de tinta sobre papel amarillento, me hayan cegado. Y eso solo lo puedo saber porque, hoy, mi mirada te está conociendo.

Mis defensas languidecieron. Años de entrenamiento para proteger mi imagen de mujer inaccesible caían, en capas, como armaduras de sedoso metal.

–Perdón, ¿nos conocemos? –pregunté automáticamente, sin reparar en que mi tono daba cuenta de que me moría de ganas porque siguiera hablando.

–Probablemente no. Estoy casi seguro de que no nos conocemos porque eso es precisamente lo que pretendo –continuó con dulzura–. De cualquier modo, me llamo Saúl. Enchanté –susurró extendiendo su mano.

Los invisibles hilos del espíritu de un titiritero alzaron mi brazo y posaron mis dedos sobre su mano. Esa leve y ceñida caricia abrió una puerta que jamás cerraría: la imagen de su cuerpo desnudo hendiendo mi sexo sin piedad.

Pasión

Tras las presentaciones, y otros piropos añadidos, decidimos abandonar la procesión y peregrinar a esos parajes donde los recuerdos se derraman sobre la espuma.

Los minutos caían sobre las cervezas, las palabras se almacenaban escritas en nuestros oídos y las sonrisas… Las sonrisas nos despojaban de los miedos y prejuicios.

–Nunca he hecho esto –le dije–, pero quiero que vengas a casa conmigo. ¿Te apetece? –le pregunté electrizada en vergüenza y nervios.

Bien sûr, claro María, soy tuyo desde el instante en que me imaginaste, detrás de ti, en el Patio de los Naranjos. Y, desde ese momento, solo deseo idolatrar cada centímetro de tu piel, y abocarla al deseo de volver a ser reverenciada…

Me dejé halagar, hasta que un breve silencio elevó tímidamente sus alas. Y yo le besé, cortándolas de cuajo. Y, como ángeles, volamos al refugio de mis sábanas, donde encontré la voluntad de ser poseída. Y él me hizo suya, cumpliendo su palabra.

Salvaje, me desnudó, y convirtió sus frases en lengua, y mi sexo en su devoción. Y cuando creí estar en paz, me dijo que debía someter a su diosa; a mi diosa, que eres tú, dijo.

Y en mi cabeza, vestía como un centurión romano. Y, después, como un gladiador echando la red a la bestia. Y en el centro del Coliseo, y sus onduladas sábanas como arena, estaba yo, desnuda, inerme y a la vez protegida por su sexo, que me ahogaba en pasión…

Siete días después, Saúl regresó a Aix-en-Provence. Y, desde entonces, alimento la esperanza de peregrinar al sur de Francia para sentir paz, para sentirme humana.

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