Aquel aciago 22 de mayo de 1885, los burdeles parisinos cerraron como gesto de duelo por la muerte de Victor Hugo. Las prostitutas asistieron a su funeral de estado, ¿cómo no hacerlo tras haber sido uno de los mejores clientes?
A tal fin, y a pesar de la intensa lluvia (en efecto, las nubes lloraron también su partida de este mundo), se reunió la mayor multitud nunca vista en Francia en las exequias de una figura pública. Se estima que acudieron más de dos millones de almas, muchas de las cuales —se calcula que unas cuarenta mil— aguardaron toda la noche con tal de conseguir una buena posición a lo largo del recorrido por el que se había previsto que pasase el séquito mortuorio en dirección a su destino final: el Panteón de París. Un emplazamiento honorifico, y eso que se cuenta que el propio Hugo pidió ser enterrado en el ataúd de un mendigo y no como un héroe nacional.
Pero empecemos por la vida y no el óbito del ilustre, y, sobre todo, de lo vivaz, valga la redundancia, que había sido esta con respecto al sexo.
Victor Hugo, nacido en 1802, es uno de los autores más famosos y laureados de la historia, y con una vigorosa e incandescente intimidad, en parte, debidamente registrada por escrito (eso sí, empleaba determinadas palabras clave procurando encriptar un tanto el asunto). El citado fue todo un conquistador, al menos hasta que contrajo nupcias con una amiga de la infancia, y a su vez escritora, llamada Adèle Foucher, de la que relató que en la noche de bodas mantuvieron un total de nueve relaciones sexuales.
Para el año 1930 la pareja tenía cinco hijos y, en opinión de la especialista en Victor Hugo, Marva Barnett, la esposa ya no deseaba volver a embarazarse, así que optó por la abstinencia. No obstante, se asevera (otros muchos discrepan) que Victor continuó siéndole fiel hasta solo un año después, y a la luz de que esta se había encandilado de un amigo suyo, el crítico literario Charles Augustin Sainte-Beuve. Pero en esencia, Adéle permaneció con su marido hasta su correspondiente fin en 1868, yéndose, de facto (o supuestamente), en sus brazos.
Mas unos años antes, en 1833, Victor volvió a las andadas y entabló una relación amatoria con Juliette Drouet, una actriz. Su primer encuentro carnal tuvo lugar en febrero de 1833, fecha que usaría el autor en Los miserables para convertirla en el día de la boda de los personajes Marius y Cosette. Y a esta no le fue fiel, aunque, con todo, el vínculo duró también hasta el fallecimiento de ella a los setenta y siete años. Y cuando digo que no le fue leal, quiero decir que no lo fue con múltiples féminas, entre las que sumaban fulanas, otras actrices, damas conocidas de la alta sociedad… Y a la que en particular habría que incluir es a la bella Léonie, esposa del pintor Auguste Biard. El 5 de julio de 1845 en un apartamento de soltero en Passage Saint-Roch, a Hugo y a ella los pilló en pleno acto el marido de la susodicha, acompañado por un comisario de policía. El tema no acabó bien para Léonie, que fue detenida y encarcelada a la espera de juicio, mientras que Victor se libró al ser par de Francia. Este acontecimiento constituyó un enorme escándalo en todo el país.
El protagonista de este artículo tuvo una vida sexual tan movida que, haciendo caso a sus notas de 1847 a 1851, copuló con más mujeres que poemas compuso. De hecho, cuantificó ochenta y tres encuentros en el lapso de cuatro meses justo antes de perecer por pulmonía a los ochenta y tres años.
Graham Robb rubricó que el funesto 22 de mayo de 1885, las meretrices, aparte de concurrir al funeral, se cubrieron el pubis con un crespón como señal de luto y respeto a Victor Hugo. Sea esto verídico o una bonita y, hasta cierto punto, sátira invención, ¿quién lograría algo semejante a no ser de uno de los célebres de la literatura?
P.D.: Una leyenda urbana relata que nueve meses después del funeral de Hugo, París experimentó un baby boom.