¿Recordáis nuestra anterior visita a la tumba del eterno erecto en bronce, Victor Noir, ubicada en el cementerio del Perè-Lachaise?
Volvamos hoy al mítico camposanto, aunque no a visitar a Noir, sino a otra figura ilustre con la que comparte infinitud, el gran escritor Oscar Wilde.
Un aciago 30 de noviembre de 1900, con cuarenta y seis años de edad, Oscar Wilde fue besado por la muerte. A causa de su lamentable situación económica —estaba en bancarrota—, sus amigos pagaron el sepelio, pero tampoco pudieron permitirse lujos y lo enterraron en el camposanto de Bagneux. Sin embargo, años más tarde, Robert Ross consiguió suficiente dinero al vender las obras de Wilde, saldó sus deudas y le compró una tumba en el cementerio de Perè-Lachaise. Así pues, en 1909, los restos mortales del irlandés fueron trasladados a su lugar de descanso definitivo.
La madre de sir Coleridge Kennard donó 2000 libras (cuya equivalencia en 2021 sería de 250 000 libras) para erigir un monumento en la tumba de Wilde «con la única condición de que Jacob Epstein realizara el trabajo». Este recibió el encargo en diciembre de 1908 y se presentó a la prensa en su estudio el 1 de junio de 1912. La obra simboliza a un ángel alado y desnudo basado en los toros asirios del siglo IX, que el propio artista había esbozado en el Museo Británico. Las autoridades del cementerio y el prefecto protestaron por la desnudez de la imagen, alegando que no era aceptable que se incorporara en el camposanto; no obstante, el desnudismo no era lo único o lo que más les incomodaba de la efigie, sino los testículos de esta: estaban desproporcionados (según ellos) y eran el colmo. Cubrieron la tumba con una lona y, cuando Epstein acudió con la intención de dar los últimos retoques, se topó con que su creación estaba siendo custodiada por un gendarme que le comunicó el arresto de esta. Aquella noche, y aprovechando que el gendarme se había marchado, Epstein se dispuso a terminar el trabajo y se quedó estupefacto al descubrir cómo habían cubierto los genitales de la estatua con yeso…
Un tiempo más tarde, y rodeado de sórdida polémica, las autoridades llegaron a un acuerdo junto a Robert Ross y colocaron una placa de bronce a semejanza de alas de mariposa sobre los testículos del ángel. Además, y para redondear lo risible del asunto, se cuenta que Aleister Crowley, el famoso ocultista, a principios de agosto de 1914 y acompañado de unos amigos, celebró una ceremonia nocturna en el cementerio, desabrigó la tumba y, semanas más tarde, en un café de la ciudad, se personó ante Epstein portando colgada al cuello la mariposa de bronce.
En el otoño de 1914 (determinadas fuentes sitúan lo ocurrido a inicios de la década de 1960, pero la Oscar Wilde House, en el número uno de Merrion Square North, Dublín, lo contradice) y con la Primera Guerra Mundial avanzando imparable, el dúo de henchidas razones fueron usurpadas y, desde entonces, la efigie permanece castrada.
Allá a finales de los noventa, se instauró la práctica de besar la tumba de Wilde dejando en ella la marca carmesí del pintalabios. Dicha cuestión labial se descontroló, y se acumuló en el monumento tal cantidad de maquillaje y pequeñas frases o dibujos de corazones a rotulador que, debido a las grasas y los aceites, la piedra caliza se deterioró de manera alarmante; además, había que añadir a la ecuación lo agresivo del reiterado tratamiento de limpieza. Las autoridades, junto al único nieto de Wilde, Merlin Holland, desesperados por detener el besuqueo, fijaron una multa de 9000 euros, mas esta medida no obtuvo buenos resultados, ni tampoco la de emplazar una placa disuasoria. No fue hasta el ya lejano año 2011, en el 111º aniversario de la muerte Oscar, cuando se llevó a cabo una restauración orquestada por del Gobierno irlandés y el fondo privado de Irlanda de Francia al catalogar la tumba como un monumento irlandés en el extranjero, y erigieron una barrera de vidrio alrededor para impedir que ningún otro labio la besuquee.
P.D. El mentado par de testículos jamás ha sido hallado. Quizás formen parte de una colección privada, sean los pisapapeles del superintendente del cementerio o… yazcan en el fondo del Sena, ¿quién sabe?