¿Sabías que el mito de la media naranja se remonta a Platón (427 – 347 A.C)? Y no es que al filósofo griego le diera por hablar de frutas, sino del mito del andrógino, escrito en su libro El Banquete y origen de lo que hoy conocemos como esa búsqueda de la pareja ideal, que nos complementa en todo y que tantas películas románticas ha inspirado.
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Tengo pareja, pero me atrae otra persona
La media naranja
Platón cuenta que, en otro tiempo, las personas tenían forma redonda y estaban unidas por la espalda con cuatro brazos, cuatro piernas y dos órganos sexuales, entre otros atributos. «Eran robustos y vigorosos y de corazón animoso, y por esto concibieron la atrevida idea de escalar el cielo y combatir con los dioses», detalla Platón. Zeus, dios supremo, cansado de la osadía de estos seres, los partió por la mitad para debilitarlos. De esta manera, también, los condenó a buscar siempre y desesperadamente esa otra parte con la que se completaban. Además, la idea de esta unidad partida implica que, una vez se encuentra la otra parte, ambas se juntan en una compenetración total, un ajuste absoluto, una fusión perfecta, incluidos el deseo y la atracción erótica. Así, cuando encuentras esa otra parte, esa parte perfecta, todo encaja.
Una idea derivada se encuentra en las religiones, sobre todo en la cristiana, según la cual no se puede desear a la mujer del prójimo ni cometer adulterio ni, tan siquiera, consentir pensamientos impuros. De hecho, hay varias versiones de los Diez Mandamientos en las que esas creencias se repiten. En definitiva, ya sea por amor romántico, ya sea por ética «no podemos desear a otras personas».
Amor y enamoramiento
Toda esta tradición cultural choca contra algo contundente: los seres humanos estamos hechos para desear y ser deseados, para atraer y ser atraídos. Emparejarnos no anula el deseo ni la atracción por muchos mitos cítricos y mandamientos en tablas que haya. ¡¡Somos tanto seres deseantes como objetos de deseo!!
Siendo precisa, debería decir que, durante el enamoramiento, algo de ese letargo sí que ocurre. El enamoramiento es esa fase que ciega los sentidos hacia cualquier otra cosa que no sea LA persona. Así, lo habitual en esta etapa es que no tengamos deseo hacia nadie más. Pero el enamoramiento solo dura –dicen– unos dos años. Después, llega el amor.
El amor y la atracción
El amor en la pareja es ese sentimiento de intimidad, de compromiso, de proyecto común estable. No tiene el ímpetu del enamoramiento –menos mal, no podríamos vivir en ese nivel de ofuscación mucho tiempo–, sino que es una etapa más serena y también muy satisfactoria.
Así como durante el enamoramiento solo deseamos estar con la persona amada, en el amor esa atracción hacia otros despierta. Y es entonces cuando choca con la tradición cultural y con la educación que muy probablemente hemos recibido. Según la fuerza con la que estén arraigadas, podrán provocar desde nada, hasta sentimientos de culpa o de vergüenza, incluso aunque sepamos que es normal desear a otros. De hecho, cada vez más admitimos que la atracción hacia otras personas es algo que está en la naturaleza de las personas y que no hay nada de malo en ello.
Fidelidad y confianza
Ahora bien, que esté en nuestra naturaleza no es la excusa perfecta de seguir los instintos. Lo que nos diferencia de los animales es, precisamente, poder controlar los impulsos, también los sexuales. La fidelidad es una de las máximas que ha de guiar a la pareja, entendiendo fidelidad como el respeto a los pactos acordados entre ambos. Lo más habitual es que la pareja acuerde exclusividad sexual. Pero también hay otros modelos relacionales que permiten los encuentros sexuales con distintas personas, bajo determinadas condiciones (relaciones abiertas, swingers o poliamorosas, por ejemplo). Si se realizan según lo acordado, hay fidelidad porque no se está rompiendo ningún pacto.
Decirle a tu pareja que te atrae otra persona no implica que quieras hacer algo con ella. Tampoco significa que quieras menos a tu compañero/a porque el amor no se basa en un impulso erótico. Fantasear con el amigo del trabajo o con la vecina del cuarto son elaboraciones de la mente que no hacen daño a nadie, al contrario, nos hacen pasar un rato divertido con nosotros mismos. Y lo del pecado de pensamiento ya quedó desfasado. ¡Solo falta que desde fuera se atrevan a fiscalizar nuestras elucubraciones! Otra cosa sería si hiciéramos alguna acción, esa sí tendría consecuencias en función de los acuerdos de cada pareja.
En sentido inverso, entiéndelo igual. Que tu pareja te diga que le atrae otra persona no implica que quiera hacer algo con ella ni que te quiera menos. Lo único que realmente significa es que hay confianza, complicidad y seguridad en la relación. A partir de ahí, si queréis, se podrían plantear otras cosas (¿hacer un trío? ¿abrir la relación?). Pero esa ya es una deriva que, basada en la confianza y la fidelidad, cada pareja debe decidir.