El día que conocí a Smart Wand 2

Érase una vez un imponente y precioso vibrador que llegó a mi vida de manera azarosa, como ocurre con las mejores historias, las inesperadas.

El inicio de nuestro encuentro fue algo abrupto cuando la mensajería me indicó: «Hemos entregado su paquete». Y yo pensé que no, que no esperaba (pero deseaba) un paquete inesperado (o un paquete, sin más), así que, lo ignoré resignada. Resultó ser un regalo de cierto alcahuete que me conocía bien.

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Cuando me informó, tuve que hacer uso del Whatsapp del vecindario, reclamando el susodicho, sin saber que ocultaba a mi Romeo virtual, que no virtuoso. Agradecí al cielo la elegancia de su emisario, el comprensivo LELO, quien conoce la hipocresía vecinal en lo que respecta a los amantes de silicona.

Y así, entró en mi casa, clandestino, sorprendente y guapo, guapísimo, tanto que me ruboricé al verlo y le di una tímida bienvenida, dejándole a solas en el salón, mientras me recomponía y preparaba para el inesperado encuentro.

Entre tanto, envié un mensaje al alcahuete, abroncando a medias: «¡Pero bueno! ¿Cómo se te ha ocurrido? ¡Esto se avisa!».

Solo obtuve un «jajajaja, cuando lo vi, supe que era para ti…».

Eso me infundió algo de confianza y me asomé por la sala. Ahí estaba, en su caja, de aquellas presencias que lo inundan todo, aún en el silencio de su espera.

Se presentó como Smart Wand 2. Me hizo mucha gracia cuando acentuó el «2». Estaba claro que 2 era más que 1, los dos lo sabíamos, pero él lo recalcó con una seguridad en sí mismo clarificadora: soy el doble que el anterior, el doble.

Al tocarlo le dije «Mmm, esta textura (suave, cálida, blandita) me suena…».

Sí, tengo que reconocerlo, he conocido a varios ya, no muchos (no me agasajan tanto), pero los suficientes como para saber cómo se tocan y cómo me tocan.

Sentí su repentino ataque de celos… qué poco tacto (el mío), no pretendía comparar, sino establecer una charla intrascendente sobre sus amigos y tal…

Tras mi torpeza, lo miré con sonrisa boba y le pregunté por su historia. Me contó sobre su vida, su decepción cuando durante mucho tiempo tuvo que fingir algo que no era, un vulgar masajeador de dolores de espalda. Todos esos años en los que sabía que tenía una misión mucho más importante, impedida por la terrible anulación del placer considerado perverso…

Su frustración por saber lo que era capaz de hacer y hasta dónde podía ayudar… En fin, la historia de un héroe anónimo más, que se mostraba vulnerable ante mí, en mi salón, pareciéndome cada vez más apetecible, más cercano, más, definitivamente, más…

Entonces me acerqué a él, le acaricié despacio, en su suavidad conocida había algo desconocido para mí, y me di cuenta de que su relato, aquellas confesiones, le hacía diferente,  me acercaba a su «piel» desde otro sitio.

Desde aquel que se llama fantasía, imaginación, cuentos inventados o imitados, aquel lugar en el que nuestro protagonista pasa de juguete a juego. ¿Por qué no?

Cuantas veces alargamos la mano hacia aquel objeto inanimado que nos regala alivio, goce, conocimiento, sorpresa, gritos ahogados o desahogados, que nos regala, en fin, momentos.

¿Y por qué no nombrarle, inventarle, hacerle parte de? ¿Cuántas personas pasaron por mi cama sin el protagonismo de este vibrador creado como un Smart Wand 2? ¿Quién con cada orgasmo se iría convirtiendo en alguien? ¿En un Antonio, un Roberto, un Mario…?

Ensimismada en mis bajas filosóficas reflexiones, mi nuevo amigo se había acercado a mí sin preguntar ni vacilar, quizá guiado por mi propia mano en un gesto mecánico. Y de pronto, se enchufó, con un rum-rum que imitaba a los coches callejeros ante un semáforo rojo en un día caluroso e irritante. El sofá me transmitió una clara vibración que se me coló en el culo, tal era su ímpetu. Me encantaba su descarada sonrisa cuando se inclinó hacia mis muslos y los rozó provocando casi un calambre,

–¡Ey, vas muy a saco¡ –iba a decir cuando el rum-rum se convirtió en un rummm-rummm.

Nada tonto, un Smart Wand 2 que sabía que tenía que ir despacito, conocedor de que el placer es tan diverso como los cuerpos, diseñado para eso, para explorar, para adaptarse, para, poco a poco, poco a poco, conocerme, a mí.

Y en ese primer poco a poco, el ya menos desconocido SW2 me concedió el primer baile de muchos, esa vez mi orgasmo sería más apresurado de lo que nos apetecía y algo menos intenso de lo posible, con un toque extra de gemido fingido… Como en muchos principios, pero cuando se apagó, ambos sonreímos. Me miró tierno y me preguntó: ¿Cómo te gustaría llamarme?

Puedes visitar la página oficial del producto aquí: Smart Wand 2 Large de LELO