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Te vas a hacer las uñas y te comen el chocho

Me cuenta mi madre que el domingo pasado, cuando quedó con las amiguis, se armó una buena en la churrería y que se oían las risas en la otra punta de la calle. Mi madre tiene por buena costumbre quedar con sus amigas, como muchas otras señoras de cierta edad, a comer churros con chocolate (o con café, según el apetito), los domingos por la tarde. Hasta la churrería del barrio se acercan ellas, muy dignas, y se meten entre pecho y espalda unos cuantos churros. Y luego para colmo cenan en casa, que son unas locas y no temen el colesterol ni el azúcar.

El caso es que ese día vino a la quedada La Lupe, que es la más dignísima del grupo de amigas de mi santa madre y que, en tiempos, fue médico, dermatóloga para más señas. Aunque ya jubilada, La Lupe es una señora muy instruida y sigue leyendo como ratón de biblioteca aunque ya, según dice ella misma, se le cansa la vista. Enviudó hace unos años y va por la calle muy pintona, muy estilosa. El caso es que llegó La Lupe y nada más poner el culo en la silla les dijo que les tenía que contar algo, pero que era muy ordinario y que no sabía cómo contarlo. Se hizo un silencio incómodo en la mesa hasta que Gloria, la más pizpireta de todas dijo: «A ver, Lupe, que no tenemos años como para estar esperando, no te hagas la interesante y suéltalo ya». Y Lupe lo soltó: resulta que la semana anterior había ido a su local de confianza donde le hacen la manicura y la pedicura, porque ella es muy coqueta y le gusta llevar manos y pies impolutos. Y ahí estaba con el chino haciéndole las uñas cuando, al finalizar la mano izquierda, la miró muy seria y le dijo: «Señora, ¿quiere que le coma el chocho?».

Según lo dijo Lupe se montó una escandalera en la mesa de padre y muy señor mío, entre las que se reían al mismo tiempo que decían «Ay, que se me escapa el pis, menos mal que me he puesto la Tena Lady» y mi madre que defendía que se lo estaba inventando, que Raúl (el chino, porque ya sabemos que los chinos se ponen nombres de lo más español, como Raúl, Pedro o Nieves, porque ninguno conseguimos pronunciar los suyos) eso no podría haberlo hecho nunca. Jamás de los jamases. Y Lupe erre que erre, que sí, aguantando ya la risa (y el pis) como podía: que le había dicho claramente que le comía el chocho. Y pronunciando bien, detallaba Lupe: «que no había dicho ¿Quiele que le coma el chocho?, sino pronunciando bien las erres que para eso lleva aquí más de 15 años».

Ninguna dudó del conocimiento del idioma de Raúl porque lo había pronunciado correctamente y además utilizando la palabra «chocho», demostrando tener calle, como diría mi teen. A Raúl, en el tema del sexo no le falta calle, no cabe duda pero le sobra osadía, eso sí, porque Lupe se levantó indignadísima y roja como un tomate (que se sonrojen con casi 80 palos me parece maravilloso) y salió como pudo a la calle. Acalorada salió y acalorada lo comentaba a las amigas mientras se metía otro churro (y no el de Raúl, no piensen mal) en la boca. Porque aunque ella argumentaba que aquello era una falta total de respeto, que ella era cliente habitual de Uñas ChiLu porque le gustaba mucho cómo se las dejaban, mejor que la esteticista de la peluquería, que además era más cara, pero que ya no volvería más por allí. Porque a ella su patatona (Lupe es catalana) no se la comía nadie más que su difunto Gerardo. Lo decía convencida y un pelín orgullosa también: al fin y al cabo, un tipo al que casi le triplicaba la edad le había hecho una proposición indecente y eso, queridos, no se oye todos los días.

Y así se estuvieron riendo el resto de la tarde, divagando sobre si Raúl, el chino lascivo que quiere comer chochos añosos, se lo diría a todas las clientas o solo a las de cierta edad. El caso es que, ahora que caigo, de un tiempo a esta parte han proliferado por mi barrio y me apuesto el cuello a que por otros barrios de Madrid también, muchos locales donde se hacen las uñas, ¿acaso no habrá gato encerrado en este tema como en el de los locales de helados de yogur, que parece que no hay más sabores? ¿Qué se esconde realmente tras estos negocios aparentemente inocentes?

Desde aquí, muestro mi solidaridad con Raúl porque seguro que le pagan mal y tiene que hacer servicios extras, como comerse coños, que a lo mejor a él no le apetecen, pero tiene que prestarse a ello para redondear el mes. Y lo único que puedo decir es que basta ya de tabúes y de hipocresías, llamemos a las cosas por su nombre: a ver cuándo sustituyen esos letreros de Uñas Chu Li (que era el mayordomo de la serie Falcon Crest, los lectores que peinen canas lo recordarán) por «Se comen coños».