Esa profusa barba blanca, tal rubicunda figura y aquel, oh, aquel rojo encendido… Deteneos y no oséis espetarme que jamás de los jamases le habéis visto un puntito erótico-festivo a Papá Noel (y, por descontado, nada de achacarlo a un exceso en sangre de Coca-Cola, marca responsable de la imagen icónica y actual del susodicho). Desde luego, la industria para adultos se ha desquitado en multitud de películas y, sobre todo, disfraces, los cuales son un top ventas en estas fechas.
Vamos, de verdad de la buena, ¿quién podría resistirse a semejante frondosidad vellosa? Amén de que alguien que sufra de pogonofobia (miedo/odio a las barbas), pero seguro que esto os ha llevado a pensar que, si existe la fobia…, ¿lo hará la filia?
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Pogonofilia: πώγων (pogon = barba), φίλος (philos = amado, amante, amigo), más el sufijo -ια (-ia = cualidad).
Dicha filia consiste en la atracción sexual hacia los barbudos y, ojo, no discrimina en cuanto al tipo de chiva: poblada, candado, perilla, circular… No obstante, los psicólogos Barnaby J.Dixson y Robert C.Brooks desarrollaron un estudio publicado en la revista académica bimensual Evolution and Human Behavior y concluyeron, entre otras muchas cuestiones, que la barba de dos semanas incrementaba el atractivo sexual de los varones. Claro, partimos de algo fuertemente arraigado en nuestro propio ADN: en la antigüedad, la barba no solo era sinónimo de virilidad, sino también de madurez, estatus, fuerza y salud. ¿Salud? En efecto, el vello facial, si no está en condiciones, es un foco de infecciones y parásitos; por tanto, si el individuo estaba sano, se reflejaba en la barba. Determinados antropólogos apuntan a que es probable que la misma sirviese de reclamo sexual, un atributo conectado con la «agresividad», y así el individuo se beneficiaba de más emparejamientos y descendencia. Recientes investigaciones aseveran que los barbudos son mejores amantes y gozan de más éxito en la vida. Ojo al dato: según el aventurero Bear Grylls, poseer bigote es la mejor opción para mantenerse caliente en circunstancias extremas, incluso si uno está desnudo.
¿Las féminas en general nos sentimos más atraídas hacia los hombres barbados que hacia los lampiños? Grosso modo, sí, y la ciencia lo avala, aunque, alto, no se traduce en que por el simple hecho de agradarnos los barbudos seamos pogófilas o pogófilos, la pogonofilia no entiende de orientaciones. La filia implica manifestaciones como el rechazo por los varones imberbes y un acuciante aumento del deseo sexual al entrar en contacto con su contrario, palpitaciones, sudoración… Un dato curioso que añadir es la posibilidad de realizar un test online con el objetivo de saber si se es del «team pogonofilia» o no.
Lo irrefutable del asunto es que, a lo largo de los tiempos, la barba ha ido al son de la moda, y para la tendencia lumber es todo un icono (así como también el vello corporal). El lumber style se define por la representación de la masculinidad ruda y, hasta cierto punto, desaliñada, «inspirada» en los hombres que solían dedicarse a cortar leña; de ahí lo de la expresión «estilo leñador» y, por ende, el uso de camisas a cuadros, tirantes, botas… Como novedad, en estos tres últimos años, se ha generado la corriente de engalanar la barba acorde a las fechas natalicias, y se venden kits de tinción, purpurina, esferitas, abalorios o luces led.
Fuera de lo cómico-festivo, el movimiento Movember aboga y lucha por la salud física y mental de los varones con especial hincapié en el cáncer de próstata y de testículos, y contra el suicidio. Lanzan desafíos y otras acciones de impacto recaudadoras de fondos y de concienciación, abanderados por un: «Déjate bigote».
Terminar este escueto y barbudo artículo confesando que ha sido escrito mientras escuchaba en bucle el Here comes Santa Claus, de Mariah Carey (ojo al mencionado). No es too mustache[1], ¿verdad?