«Espera, ahora se pone, que está tendiendo la ropa». Sí, eso fue lo que mi hija adolescente contestó a la persona que llamaba a mi teléfono, a la sazón Germán, mi último polvo. No hay nada más sexi en este mundo que te digan «Espera, que está tendiendo la ropa». O «espera, que está llenando el cubo de fregar». Tan sexi casi como que te contesten «Espera, que estoy cagando», que aunque os parezca una ordinariez le pasó a una compañera de trabajo cuando llamó al jefe de mantenimiento de la empresa. Tras lo cual, él, machirulo en todo su esplendor, tiró de la cadena para testimoniar que aquella frase no era una mera forma de hablar.
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Frozen
Queridos todos y todas, seamos inclusivos/as: si creéis, por cualquier razón, que vuestra vida amorosa y sexual es un despropósito, un caos o, directamente, una puta mierda, esperad a ver cómo es el sexo de una MILF, madre soltera con adolescente e hija pequeña.
A mí, que me digan MILF, que es el título de esta serie, me genera sentimientos opuestos. No por lo de «que me follaría», ser objeto de deseo ya me va bien. Me los genera por lo de «señora». Sabes que tu vida empieza a torcerse cuando niños y jóvenes te paran por la calle y te dicen «Señora, ¿me dice la hora?». Aunque tú tengas 29 años o 42: cuando lo oyes, no te dan ganas de darle la hora, sino de darle una hostia con la mano bien abierta al niño en cuestión. Por impertinente y maleducado. Ese primer señora es un punto de inflexión, no cabe duda. Lo que no te imaginas es que después, pasados los cuarenta, serás más señora aún, si cabe, pero además se te juntará la edad con los hijos y su momento vital. Y la casa, y el trabajo, y la hipoteca y la celulitis, y la tripa, etc., etc., etc. Y esto me pasa a mí, que me lo he follado todo y aquí estoy, con cuarenta y tantos (vamos a dejarlo ahí), una hija adolescente y otra que no llega a los 4 años. Familia monoparental, periodista y autónoma. Póngame platillos en los pies y llámenme mujer espectáculo. Si a esto le unís que tengo cero mano izquierda y bastante carácter, tenemos el cóctel perfecto para ser esa mujer que iba en la moto, con el pelo a lo loco, en Mujeres al borde de un ataque de nervios. Tal cual.
Pero retomemos el hilo inicial de esta confesión: estaba yo tendiendo la ropa y aunque a ti, lector de pensamientos lascivos, esa imagen te sugiere una penetración por detrás (ya lo estoy viendo, yo tendiendo la ropa y tú bajándome las bragas con una mano mientras con el otro brazo me rodeas la cintura para colocarme en la posición idónea y ¡zasca!, el miembro dentro sin contemplaciones…) lo cierto es que tender pantalones infantiles, tangas de adolescente y bragonas de regla (otro día hablaremos de esta clasificación) no tiene nada de sugerente. Así que no tienes tú el coño en ese momento para decirle cosas hot a Germán… a Germán ni a quien llame por teléfono. Vamos, que cuando una está en estas labores, no tiene el chichi para farolillos, por usar la expresión filosófica de la Escuela de Frankfurt. Pero te esfuerzas por ser ingeniosa (es agotador, creedme) porque, al fin y al cabo, ya no tienes muchos polvos de armario, o sea, varios tíos deseando follar contigo y no está la cosa como para ponernos espléndidas.
«Sí, Germán, claro, estuvo muy bien (mientes), claro, podemos quedar otro día», vas diciendo, teléfono en la oreja, mientras la pequeña de la casa te pide poner otra vez Frozen. Frozen estás tú, que tienes las ganas de follar en los carcañales, que dirían en Extremadura.
Señoras, señores (y permítanme de ahora en adelante obviad el lenguaje inclusivo que es tremendamente agotador, así os lo digo): les invito a descubrir la vida sexual de una MILF. Sin tapujos, sin mentiras, sin adornos. ¿Les parece que gestionar una pandemia sanitaria es una odisea? Para nada: conseguir follar y más si es con desconocidos, cuando tienes hijos, canas y mal humor sí es una gesta. Pasen y rían.