Bélgica permite tener un compañero de mimos para combatir la soledad durante el confinamiento. Leo esto y pienso: los belgas siempre en mi equipo. Gente lista, por mucho que los franceses se hayan pasado media vida gastando bromitas sobre ellos. Pues me voy a Bélgica, pienso, total, el idioma ya lo hablo, el chocolate me gusta y también la Gran Plaza de Bruselas… Los belgas así, en genérico, no sé si me gustan mucho o no porque es un mercado que no exploré aún, aunque si lo pienso, sí que tuve a un belga enamorado de mí cuando estudiaba la carrera. El pobre angelito era amigo de un amigo y se quedó prendado de mí cuando me conoció en Salamanca: normal, ahora soy MILF, pero entonces era un pibonazo. Fue amor no correspondido, porque soy una siesa y porque él era admirador del cantante de The Cure y vestía y se peinaba igual, o sea, con un helecho en la cabeza y unos abrigos largos que no le quedaban precisamente como a Keanu Reeves en Matrix. Y oye, a mí me gusta mucho la canción de Friday I’m in love, de hecho tiene la rara facultad de ponerme de buen humor aunque tenga un día de perros, pero de ahí a querer liarme con semejante espécimen, va un trecho bien largo…
Como soy mujer de tomar decisiones y no de estar pochando los pensamientos, voy sacando las maletas para irme rumbo a Bruselas por aquello de tener un compañero de mimos durante el confinamiento y, de repente, caigo en que me tengo que llevar a las herederas conmigo: la pequeña no es problema, lo jodido es la mayor, que es teen y bueno, pues cualquiera se lleva esta carga… Podría abandonarla en el aeropuerto, cierto, pero luego me pondrían en búsqueda y captura por abandono de menores y, en fin, que todo se complica. Jodidas descendientes, siempre fastidiándome los planes. Así que tras este breve baño de realidad, vuelvo a sentarme delante del ordenador y analizo la cuestión: cómo puedo conseguir un compañero de mimos aquí en Madrid. Seguro que vais a decirme que espere a la próxima decisión de los gobernantes regionales: total, hemos pasado en menos de una semana de tener toque de queda de medianoche a seis de la mañana, a poder llevarte «no convivientes» a casa en el mismo tramo horario. Que luego dirán que es que la gente se pasa la pandemia por el forro, pero no, lo que pasa es que nos volvéis locos…
No sé, a mí, que ya peino canas, me genera mucha pereza la posibilidad de llevarme un «no convivientes» en ese tramo horario porque, además, si te cansas (y yo me suelo cansar enseguida), ¿qué haces luego con él? Porque no le puedes poner de patitas en la calle, que hay toque de queda… Así que te ves obligada, te guste o no, le huelan los pies a queso o a rosas, duerma como un ángel o ronque como un cerdo, a quedártelo hasta que amanezca.
No. Descarto esa posibilidad y de repente se me ocurre un plan sin fisuras: voy a buscarme un muñeco sexual y así, cuando quiera mimos, lo saco del armario y cuando no, lo desinflo, lo meto en su cajita y arreglao. ¡Ideaca! Como además ya es Black Friday seguro que lo puedo encontrar a buen precio. Pongo muñecos sexuales masculinos en «San Google» y me sale una ristra de soluciones prácticas para mis necesidades de mimos. Lo primero que me aparece es un «solotorso» con pene descomunal y no, no me refiero a uno de esos tipos del Tinder que sobre todo lucían torso y a los que yo denominaba de esa forma, sino a que al muñeco que me sale es realmente solo un torso. Un torso pegado a un pene enorme o viceversa.
Esto no me acaba de convencer porque cuando quiera mimos, o incluso algo de conversación, me dará un yuyu de la hostia interaccionar con un sujeto sin cabeza. Que ya sabemos que la cabeza les sirve más bien poco a los hombres, pero joder, adorna. Yo quisiera un muñeco sexual completo, coño, y hasta en eso me doy cuenta de este sistema y del yugo al que estamos sometidas las mujeres: ellos tienen todo tipo de muñecas sexuales, de todas las razas, más o menos realistas, e incluso, inteligentes. Y tú te pones a buscar, ¿y qué te ofrece Google? ¡Un puto torso! Con un pollón, es cierto, pero torso al fin y al cabo.
Una vez escribí un reportaje sobre muñecas sexuales inteligentes: me tuve que ir hasta Cataluña para entrevistar al ingeniero que las diseñaba. Vivía en una masía en mitad de la nada y mi amiga Pris se negó a que yo fuese sola a entrevistar a aquel degenerado. Vaya mochila la de los ingenieros que diseñan muñecas sexuales, la sociedad les etiqueta como degenerados y a lo mejor son fabulosas personas, ¿verdad? El caso es que Pris, ejerciendo de hermana mayor aunque tenga diez años menos que yo, obligó a su hermano a llevarme a la masía y yo temí entonces por mi vida. No por el ingeniero depravado que me iba a diseccionar para ponerle mi cerebro a su próxima criatura, sino porque el hermano de mi amiga conducía como un energúmeno por carreteras que parecían caminos de cabras.
Llegué de una pieza a casa del creador y una de las muñecas nos esperaba sentada con las piernas abiertas, mirándonos a través del ventanal. Él nos decía que podían hablar en varios idiomas y entablar conversaciones con humanos. A mí me parecieron un poco lentitas, si he de ser sincera, pero bueno, también tenemos a lentitas de políticas y tampoco pasa nada, ¿verdad?
El caso es que lo de inteligentes era puro marketing. Puro teatro, que cantaba aquella. Yo no quiero un muñeco sexual inteligente, para inteligente ya me basto yo. Yo quiero uno que pueda acompañarme viendo una peli, calentarme los pies en la cama ahora que Winter is coming, hacerme una tortilla de patatas si es menester y, por supuesto, empotrarme bien. O que yo pueda subirme en su verga y cabalgarle un ratito, que soy mucho de cabalgar.
Quizá desde Japón puedan hacerme algún envío, que los nipones siempre han tenido este mercado muy desarrollado. Hay una película maravillosa titulada Air Doll, es japonesa, por supuesto: en ella, una muñeca sexual, Nozomi, cobra vida y va descubriendo el mundo que la rodea. ¡E incluso se enamora! que es una cosa maravillosa que te pasa cuando tienes corazón y no una patata. Vi la película hace ya unos años, en uno de esos cines de autor que hay en Madrid, a los que vamos cuatro y más si la película es coreana. Air Doll es un poco como Blade Runner, que al final ella tiene más sentimientos que muchos humanos. Y eso como metáfora es precioso, pero menudo papelón si el torso de repente un día se me pone intensito y me dice, por gestos claro (os recuerdo que no tiene testa), que hace tiempo que no hablamos o que en qué pienso…
Ufff, no, mira. Eso sí que no. Ya está, paso de los muñecos sexuales y de las tentadoras ofertas del Black Friday: prefiero adoptar un perro. Así al menos tendré excusa para salir a la calle en el próximo encierro.