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Las olimpiadas del sexo

Seguro que lo has leído, visto u oído: en los Juegos Olímpicos de Japón no se folla. Si quieres sexo, a solas, que al fin y al cabo, en Japón son mucho de vivencia en solitario… Mientras en los Juegos de Río 2016, se repartieron casi medio millón de preservativos, unos 42 por deportista, y en los juegos de invierno la utilización de Tinder y otras apps para tener sexo aumentó un 350%, en el país del Sol Naciente los deportistas duermen solos y sobre camas de cartón. Porque ese es el secreto para impedir el fornicio en la cama (que a ver, también puede ser de pie contra la pared, en el suelo o en los baños, todo es ponerse): los lechos son de cartón reciclado (porque los nipones quieren reciclarlo todo tras las olimpiadas), y solo soportan el peso de una persona. Yo no le quito mérito, pero chico, camas de cartón es como muy homeless, la verdad, y lo del peso de una persona no sé cómo demonios lo habrán calculado porque a lo mejor el lanzador de martillo pesa como dos de gimnasia rítmica, ¿no? Aunque fíate tú de los nipones, que son muy listos, ahí están sus WC con múltiples botones y comodidades para demostrarlo que yo, la primera vez que los vi, aparte de empaparme el culo y los pantalones, me quedé ojiplática.

En los juegos olímpicos todos manifestamos, de repente, un especial interés por el deporte, aunque ese interés sea desde el sofá comiendo ganchitos y poco más. Tengo amigos que solo ven los juegos para deleitarse con los cuerpazos de determinados atletas (desde aquí un caluroso saludo a Saúl Craviotto, que lo mismo te lleva en piragua que te vende un ordenador en su cuenta de IG). O sea, mis amigos hablan mucho de deporte y tal pero ellos lo que quisieran sería follarse a esos que ven en la tele y lo del ejercicio físico se las trae al pairo porque el único ejercicio que les interesa es el que podrían hacer con esos deportistas en la cama. Que esperemos, no sean de cartón.

Yo una vez me enrollé con un jugador de waterpolo, que es disciplina olímpica, por cierto. El tipo se dedicaba al mundo gastronómico y además, jugaba a waterpolo. Yo me lo imaginé en muy buena forma y me lo imaginé mal porque cuando lo vi como sapo culebrero tumbado panza arriba en mi cama, la panza era así como gelatinosa: waterpolo, 0; mundo de la gastronomía, 1. Lo peor no era la tripa sino que el tipo era muy pasivo: le cabalgué lo que pude, que fue más bien poco, se corrió y ya está. Yo no dejaba de pensar en pleno polvo que no sé qué posición tendría en su equipo de waterpolo, pero que éste se debería mover más bien poco en el agua. Sí, lo reconozco, era un pensamiento triste para tener en pleno folleteo, pero peor es que te la estén metiendo y estés valorando cuándo poner la lavadora y más ahora, con la subida de la luz.

El que sí se movía y tenía cuerpo de deportista olímpico era un ucraniano con el que me enrollé. Tenía sus años, nunca me confesó cuántos, tampoco me interesaba mucho, la verdad, pero tenía el mejor cuerpo fibroso que he visto en mi vida: durito, musculoso, grandote… Fijaos cómo sería de grande que cuando le tuve encima por primera vez interrumpí el polvo, cual anuncio de pasta dental, y le dije: «Permíteme, pero es que eres tan ancho de espaldas que tengo que saber cuánto miden». Y ahí me puse con la palma de mi mano derecha a medirle lo ancho de las espaldas, que ese hombretón parecía la estantería Billy del Ikea. Qué espalda, de memoria creo que fueron cinco manos, no os digo más.

Os estaréis preguntando si aquel señor era deportista olímpico: pues tampoco, fue piloto de guerra en la antigua Yugoslavia… Es que una ha hecho de todo y en todos los mercados, es lo que tiene el freelanceo