Sexo

El ocaso de la pichula y el «Festival del clítoris»

Imagínate pasar la vida escribiendo, ser un ratón de biblioteca, venga de escribir y venga de leer, publicar no sé cuantos libros, que reconozcan tu trayectoria con un distinguido premio Nobel para que, en el ocaso de tus días, el común de los mortales te acabe buscando en San Google por tu pichula: «Vargas Llosa y la pichula», «el enamoramiento de la pichula», «la pichula y la Preysler»…

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Porca miseria, si es que no somos nadie, que es una frase que se dice mucho en los entierros y que muestra la fragilidad y lo efímero de todo. Vidas ligeras, efímeras, líquidas como diría Bauman… La pichula líquida que el pobre Vargas Llosa, el mismo que decía que los venezolanos no supieron votar (esto está feo, señor Vargas Llosa, permítame decírselo, lo de decir que los demás no saben votar porque no votan lo que a uno le gusta), reconoce ahora que su miembro viril le sirve para mear y no más.

Si es que no somos nadie, en efecto, la belleza es efímera y los genitales también. Reconozco la grandeza en el gesto del Nobel, no obstante: un hombre que es capaz de reconocer públicamente la inutilidad de su polla (la mayoría se vanagloria de lo contrario, del poderío y la talla) y, más aún, de que sea capaz de reconocer que tuvo un enamoramiento de pichula. Que es una cosa que ha sucedido desde los tiempos de los cavernícolas: el comúnmente conocido como calentón, ¡cuánta gente se enamora, se casa y pide hipotecas envalentonados por el calor de la entrepierna! ¿Cuánta, eh, cuánta? Pues muchísima y por eso Vargas Llosa genera empatía, a mí por lo menos me genera más que su ya ex-pareja, que me parece una señora de belleza tuneada por un buenísimo cirujano plástico. Vamos, es que cada vez que la veo en la portada del Hola me da la impresión de que está más joven que mi hija mayor, bendita cirugía bien hecha.

Reconozco que me gusta la palabra «pichula», me genera cierta ternura. Yo también, si tuviese que verme en una situación íntima con esta mujer de la que hablaba, argumentaría que la pichula no me responde, ni con la Viagra ni con un extensor de pene. Aunque yo no tengo pichula, tengo chumetín, o patatona, como lo llaman los catalanes, que también, como al señor Vargas Llosa y salvando las distancias de generación y económicas, me sirve más bien para poco porque una es así, que se niega a pasar por el carísimo peaje de Tinder para tener que echar un mal polvo.

Los vocablos para designar a los genitales femeninos y masculinos y el gran acto de coitar, que así lo llamaba un profesor mío de la Facultad, son de lo más variado. Existe una gran riqueza lingüística en lo que a estas partes del cuerpo se refiere, ¿verdad? ¿Por qué será? Recuerdo hasta un libro, Las palabras y la cosa, altamente recomendable, por cierto. Para el falo, colita, polla, manubrio, espada, chola, verga… Para ella, chichi, chocho, concha, almeja, chirla… véase aquí una enorme relación con las cosas del comer porque ¡a quién le amarga un dulce!… Por ejemplo, al chumino en Portugal le dirían paxaxa (recuerdo que lo decía la abuela materna de mi ex y mientras lo hacía se moría de la risa), y nuestros vecinos también le dicen «grelo» al clítoris. Seguramente esa sea la razón de que As Pontes, un pueblo gallego, de dónde iba a ser si no, anunciase a bombo y platillo recientemente el Festival del clítoris, para regocijo de amantes de la chanza en general.

Yo me imagino ahí una caravana de buses cargaditos de hombres, al más puro estilo Granjero busca esposa pero al contrario, camino de As Pontes, generando atascos en los peajes, deseosos de llegar al festival del clítoris. Los imagino gastando todo tipo de bromas por el camino, algunas soeces y vulgares, de tan alto voltaje que a más de uno le explotaría la bragueta…

Y esos kilómetros recorridos (muchos, que ya sabemos que Galicia está donde Cristo perdió la zapatilla) y esas ganas de follar latiendo en la entrepierna total para acabar llegando a la Feira do grelo, que es lo que realmente se celebra en As Pontes. Para los no entendidos en la materia, los grelos son una verdura de hoja verde que se toma mucho en Galicia y en Portugal, son los brotes florales del nabo. Al final, algo de nabo (volvamos a los juegos de palabras tan maravillosos) sí que hay en este tema, pero del que se come, no del que se utiliza en los encuentros sexuales.

Al parecer, el error ha sido provocado por una mala traducción de Google, que qué fácil es también echarle la culpa al traductor. Desde el consistorio del pueblo comentan que el traductor confundió la palabra «grelo» con su significado vulgar (lo de vulgar lo dicen ellos, no nosotros) en portugués, que es clítoris.

Vamos, que el señor Mariano, ese que cogió el bus hasta As Pontes porque le habían dicho que «el clítoris es uno de los ingredientes más jugosos de la gastronomía gallega», ese que esperaba encontrarse a mozas lozanas con el coño en modo «Jornadas de puertas abiertas», se ha llevado un chasco porque lo único que ha encontrado son puestos de platos locales y olor a col… Si es que no somos nadie.