Spanking, Bondage, Waxplay, juegos con pinzas… «¿Por qué sentir dolor puede resultar tan excitante?», me pregunté en una noche de insomnio. Navegando por la red, descubrí que no soy la única persona que se ha formulado la misma pregunta; de hecho, numerosos científicos han centrado sus investigaciones en hallar una respuesta y todos coinciden en una cosa: el amo del calabozo es nuestro cerebro.
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El amo del calabozo
No solo los amantes del BDSM y los fans de Queen saben que el dolor y el placer están unidos de un modo indisoluble, también científicos como Barry Komisaruk, eminencia de la Universidad de Rutgers, New Jersey, que lleva más de 50 años desentrañando los misterios del orgasmo y al que debemos el primer mapa cerebral del placer femenino. En sus investigaciones para descubrir las regiones cerebrales que responden a la estimulación genital para generar orgasmos y las vías neurales por las cuales dicha estimulación accede al cerebro, Komisaruk descubrió algo realmente interesante: durante el orgasmo, se activan 30 regiones cerebrales y algunas de ellas coinciden con las que se activan cuando se experimenta dolor.
Beverly Whipple, profesora emérita de la misma universidad estadounidense, también ha dedicado más de la mitad de su vida a investigar los misterios del orgasmo. Esta sexóloga, conocida mundialmente por ser coautora del libro The G Spot and Other Recent Discoveries About Human Sexuality, en el que popularizó el Punto G y la existencia de la eyaculación femenina, descubrió en la década de los 70 que, durante el orgasmo, nuestro cerebro libera oxitocina y endorfinas que «desconectan» las terminaciones nerviosas relacionadas con el dolor, por lo que, tal y como desarrolla en el libro The Science of Orgasm, del que es coautora junto con Komisaruk y Carlos Beyer-Flores, cuando las mujeres experimentamos un orgasmo podemos soportar el doble de dolor físico.
Dolor, placer y neurotransmisores
Tanto la oxitocina como las endorfinas son neurotransmisores, biomoléculas que transmiten información desde una neurona a otra, a una célula muscular o a una glándula mediante la sinapsis. Al igual que las hormonas, con algunas de las cuales están íntimamente relacionados, estos neurotransmisores juegan un papel importante en el deseo, el placer y el dolor, junto con la adrenalina y la dopamina.
Oxitocina
A este neurotransmisor se le llama coloquialmente «la hormona del amor», y con razón, porque no solo está íntimamente relacionado con emociones como el altruismo, la generosidad, la compasión, la empatía, la confianza y el apego, también refuerza las relaciones afectivas y el establecimiento de vínculos amorosos, especialmente en la etapa del enamoramiento. Cuando nos enamoramos, el cerebro segrega grandes cantidades de oxitocina, provocando que sintamos tal placer al estar con la otra persona que puede llegar a convertirse en algo tan adictivo como el alcohol.
Endorfinas
Estos neutrotransmisores cumplen muchas funciones, entre las que se encuentran aumentar el deseo sexual, inhibir el dolor físico y emocional (actuando como un analgésico) y provocar sensaciones de felicidad, bienestar, placer y calma, por lo que no es de extrañar que también potencien las relaciones sexuales y la creación de vínculos románticos entre los amantes.
Además, las endorfinas son consideradas opiáceos endógenos porque cuando el cerebro las libera, el cuerpo experimenta una euforia similar a la provocada por el consumo de drogas, como la morfina, y la recibe como una recompensa, impulsando al cerebro para que repita el comportamiento que generó su liberación. Este proceso puede llegar a causar una adicción similar al consumo de estas drogas, con síndrome de abstinencia (a nivel psicológico) incluida.
Adrenalina
La adrenalina es una hormona y neurotransmisor que se libera principalmente en momentos de estrés, peligro y excitación para ayudar al organismo a reaccionar ante una situación extrema que se percibe como un peligro, aumentando las cualidades físicas y mentales (como si de repente tuvieras «superpoderes»), con el objetivo de enfrentarse a él. Es, por lo tanto, un mecanismo de defensa que nos permite adaptarnos al medio y reaccionar ante lo que nuestro cerebro considera un peligro con toda la artillería de la que disponemos.
Lo curioso es que la descarga de adrenalina no solo aumenta los sentidos y nuestras capacidades físicas y mentales, también provoca sensaciones similares a los que vivimos durante un orgasmo: emoción y placer durante el subidón, bienestar y calma durante el bajón, que pueden ser tan intensos que generen adicción. ¿Por qué? Por la influencia de otro neurotransmisor: la dopamina.
Dopamina
La dopamina establece la manera en la que el cerebro reacciona ante estímulos como el dolor y el placer, impulsándonos a actuar en consecuencia; es decir, nos mueve a evitar lo que consideramos como algo negativo y a conseguir lo que consideramos positivo, así como a repetir conductas que nos resultan placenteras o beneficiosas, entre las que se encuentra el sexo, claro.
Pues bien, cuando vivimos una situación de estrés, peligro o excitación, la adrenalina incrementa la producción de dopamina, de ahí que sintamos esa emoción y placer durante el subidón, calma y bienestar durante el bajón y que queramos repetir la experiencia, pudiendo llegar a convertirnos en adictos a ese tipo de situaciones.
Como puedes ver, los efectos de estos neurotransmisores aclaran, en parte, por qué las prácticas BDSM en las que están presentes el dolor y el peligro resultan tan placenteras y adictivas… En parte, sí, porque no todas las personas sienten placer al percibir estas dos sensaciones ni, claro está, se vuelven adictas a los estímulos que las generan. ¿Por qué? Porque, en palabras de la ONU, «la sexualidad está influida por la interacción de múltiples factores biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales, éticos, legales, históricos, religiosos y espirituales» y, por lo tanto, también lo están las prácticas BDSM, como descubriremos en otro artículo.