Cuando las redes sociales se incendiaron con la Session 53 de Shakira y Bizarrap, discutiendo sobre si Shakira se había pasado con la letra o si era mejor un Rolex que un Casio, recordé otra polémica sobre relojes protagonizada por Drake en 2019, cuando apareció en el RM 69 Tourbillon-Erotic que llevaba en la muñeca, durante un juego de playoffs de la NBA, la sugerente frase «Me encantaría besar tu coño». Clara-mente, Drake gana esta competición, le pique a quien le pique.
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Aunque, para ser honestos, el Richard Mille del rapero canadiense resulta hasta infantil si lo comparamos con otros relojes obscenos, como el President’s Activities del relojero Sven Andersen, creado en 1998, en el que Bill Clinton participa en un menage a trois con Monica Lewinsky y Paula Jones, en el despacho oval, mientras el águila calva, orgulloso símbolo nacional de Estados Unidos, disfruta como buena voyeur imaginando el placer que debe sentir Lewinsky haciéndole una felación a Clinton, al tiempo que disfruta de un imaginativo sexo anal con el saxofón de este metido en el culo.
Origen y evolución de los relojes eróticos
Aunque los primeros relojes de bolsillo datan de mediados del siglo XV (1462), según Antiquorum Auction House, los primeros relojes con imágenes eróticas se fabricaron para el emperador de China y su séquito, alrededor del siglo XVII. Mucho tiempo me parece, la verdad, considerando la obsesión del ser humano por meterla introducir el sexo en todo lo que crea, incluyendo el arte. Y no, no soy exagerada, cuando el mutoscopio apenas estaba en pañales, ya había rollos con mujeres ligeras de ropa y parejas follando como locos, la primera película erótica se rodó unos meses después de la invención del cinematógrafo y los primeros productores de pornografía ya hacían su agosto en 1896. Imaginad.
A lo que iba. Sea verdad o no lo del emperador de China como precursor de los relojes de bolsillo con escenas eróticas, lo cierto es que pronto se convirtieron en una pieza codiciada por las clases pudientes europeas. Según Nelson Lucero, vicepresidente de ventas de Ulysse Nardin en EEUU, la nobleza compraba relojes con escenas eróticas o pornográficas en sus esferas o en la tapa de la caja, para divertir a sus invitados en las reuniones (algo así como el cuadro L’origine du monde o El origen del mundo de Gustave Courbet, que Khalil-Bey mostraba a sus visitas más destacadas, pero en pequeño), como regalo especial para un amante o como consuelo onanista en las largas noches solitarias de servicio en el ejército.
Aparte de los diseños personalizados a gusto del comprador, el tipo de escenas más habituales solían ser satíricas e irreverentes con los poderes fácticos (obispos, sacerdotes, monjas, nobles, sirvientas…) o más elegantes y artísticas, con escenas cotidianas entre amantes de alta posición económica.
Con el tiempo, los relojes evolucionaron a mecanismos más complejos, y las imágenes eróticas estáticas fueron sustituidas por autómatas o figuras en movimiento, que se entregaban con frenesí a los placeres de la carne, cuando el propietario apretaba un botón oculto o en una hora determinada (reloooj, no marques marca las hoooorassss). Por si esto no fuera poco, tras la creación de los relojes de pulsera en 1812, tan libidinosos actos comenzaron a adornar las muñecas de los pudientes y, como no podía ser de otro modo, las autoridades religiosas de los cantones suizos de Ginebra y Neuchâtel formaron una alianza para acabar con tal afrenta a la moral y las buenas costumbres.
Pero «hecha la ley, hecha la trampa», y los relojeros crearon mecanismos más complejos para ocultar tamañas obscenidades dentro del fondo de las cajas. De este modo, los relojes eróticos siguieron gozando de compradores lujuriosos hasta comienzos del siglo XX, debido (en parte) a la proliferación de las películas eróticas que podían visionarse en la clandestinidad de los palacios (véase la historia de Alfonso XIII ), burdeles, clubs de caballeros (como ocurrió con el cine pornográfico mudo) y en las casas de los proletarios, a salvo de las redadas contra la pornografía.
Resurgimiento de los relojes eróticos
En las décadas de los 70 y 80 del siglo XX, la industria relojera se enfrentó al mayor revés de su historia, la «Crisis del cuarzo», motivada por la aparición de relojes de este material, mucho más asequibles, debido al material y al sistema de producción tecnológica de empresas asiáticas como Seiko, Citizen y Casio, que coparon la industria y llevaron al borde de la ruina a marcas tradicionales como Ulysse Nardin, que fue adquirida a principios de los 80 por un grupo de inversores con la intención de reconstruirla desde sus cimientos. ¿Cómo? Con un reloj de pulsera erótico. Una idea muy inteligente, si consideramos que los coleccionistas pueden pagar miles de euros por relojes antiguos con escenas sexuales y lo más pornográfico que podías hacer con un reloj de cuarzo era poner X35 en su modelo calculadora.
A partir de ese momento, la industria de los relojes eróticos encontró (o redescubrió) un nicho de mercado, y comenzaron a ofertar modelos con escenas sexuales estáticas o autómatas. En la actualidad, marcas como Richard Mille, Blancpain, Chopard, Perrelet, Audemars Piguet, Jacob & Co y, claro está, Ulysse Nardin fabrican modelos de tiradas limitadas no aptos para cualquier bolsillo (por muy pequeños que sean los relojes), con ilustraciones eróticas (shunga, vintage, Milo Manara…) y complejos mecanismos.
No quiero ni imaginar, al paso que va la IA, lo que harán los autómatas cuando cobren conciencia.