Explora en un romance de sudor veraniego con esta nueva entrega de Mar Márquez.
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Miau
Hacía tanto, tanto, tanto calor que no nos importó quedarnos abrazados una eternidad. Amarse a 40 grados a la sombra requiere de unas ganas extra y cierta complicidad de más, y, ¿qué son un par de grados añadidos si a cambio te resbalan unos besos de ternura? Un maullido acalorado que decía «sigue, sigue» terminó de miar en una dosis de amor blanquecino sobre mi vientre. Entonces fue cuando empezamos a follar.
Entonces fue cuando le dije que «de las mil y una maneras que hay de morir, mi preferida es la del pez», que si había visto esa. Le describí paso a paso, con drama y tensión el programa que había visto aquella noche de insomnio y que me mantuvo despierta, tragando dosis de telebasura hasta altas horas de la madrugada. Entonces fue cuando contestó que «lo que a él le había atrapado de verdad, era ese de Impacto Total», que daban a las tantas de la noche. Y comenzamos una batería de recuerdos adolescentes que nos penetraban los oídos con el estruendo de helicópteros en llamas, saltos sin paracaídas y tormentas de olas gigantes. Una batería de ejemplos aterradores e inverosímiles que nos quitaba el sueño, que nos lanzaba a la mente del otro, que nos hacía acompañar esas horas de madrugadas ebrias como dos críos. Follamos a carcajadas con sus platos favoritos de comida, tan opuestos y contradictorios como el calor de aquella habitación y la brisa que sentíamos a través de nuestras palabras. Nos follamos en cada historia que le conté sobre hombres excéntricos que habían intentado seducirme torpe y guarramente en distintos capítulos, ahora divertidos, pero que ya pertenecen a otra vida. Follamos en los besos suaves de cariño y ásperos de alcohol reseco que pedían hidratación continua y desesperada.
El sueño nos ganó por un rato pero despertamos rápido en un naufragio de almohadas mojadas con la cara llena de besos frescos, hasta que la habitación comenzó a quemar sin brisa ni pausa.
Un tampón de más y un condón de menos nos obsequió con mejores miradas. Mejores fueron también las escuchas, las fricciones, los espasmos y temblores que siguieron a la curiosidad de sus dedos en mi vulva. Me agarró desde atrás, así fue. Me agarró desde atrás clavándome en el abrazo su pene en la espalda y sus dedos en mi vulva. ¿O fui yo la que, al retorcerme en uno de sus jugosos besos, giró y se frotó fuerte sobre ese palo duro, que asomaba por debajo de un casto pijama de amistad? Movía sus dedos sobre mí con la misma delicadeza con la que me besó durante tanto rato. Justo la que necesitaba para no anestesiar mi clítoris sensible, y borracho de más, con un zarandeo fuerte y descontrolado. Me vuelven loca los abrazos desde atrás, sentir el aliento en el cuello, sentir los gemidos en el oído. Su excitación provoca y aumenta la mía; el vaivén de nuestras pelvis, ese culo inquieto mío que, caprichoso, insiste y repite una y otra vez empujando con fuerza. Cada vez más. Necesito sentir la dureza de las pollas desde mi espalda, así, en general. Seguramente fui yo la que se giró. Sí, definitivamente, fui yo. Me reconozco en ese gesto. Al igual que reconozco las miradas de deseo. Las nuestras se habían cruzado algunas cervezas y pizzas atrás. Esa noche volvimos a compartir bares y cierres, también compartimos apretados un taxi a su casa y nos miramos con timidez al cruzar la puerta de su habitación. «¿Aquí es donde voy a dormir?», consulté algo avergonzada y prudente. Me dijo que sí. «¿Y tú?», le pregunté. «Yo aquí también», me contestó, aunque lo que mis orejas salvajes captaron fue un «Miau», fuerte y potente, que me invitó a ronronearle muy cerca a pesar de aquellos 40 grados a la sombra.