Esta historia es más que un relato erótico sobre una orgía. Esta historia es un canto sensual a la esperanza y a no perder la cordura en mitad de esta locura, para recuperar nuestra razón de vivir (sentir juntos tras el confinamiento); nuestra humanidad, iluminar la oscuridad, y, con ella, también nuestra animalidad, «follar como bestias».
Disfruta de otro excelente relato de Valérie Tasso.
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Seremos luciérnagas
«Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano».
-George Orwell
Nos hemos reunido muchos cerca del pequeño camino de tierra que tanto hemos añorado. Cerca de la granja abandonada porque sus dueños murieron. Hace poco, demasiado poco.
Nos hemos acurrucado los unos contra los otros, en la hierba espesa, llena de espigas que se clavan en la piel. Pero no hay dolor. Algunos han decidido yacer en los matorrales. Frente a una luna rosa espléndida. Queremos mimar el calor de nuestros cuerpos, saber que todavía existimos, que no somos ya el polvo antiguo de un deseo que se desvaneció, hace demasiado tiempo. Seguimos existiendo. Y es lo más importante. Siempre aparecerán de nuevo las tinieblas, lo sabemos, y nos será difícil no volver a ser evanescentes. Pero hoy, no. No hoy.
Nada nos puede separar. Al menos, ahora. En la caída del día y su puesta de sol. Y una luna demasiado luminosa. La única del año. Hemos querido ligar nuestros destinos, nuestros sexos, hasta los confines del mundo. Cerca del abismo al que querían lanzarnos, como insectos asquerosos. Esa es nuestra rebelión. Estar cerca de aquel abismo para contemplarlo, nada más.
Nuestros ojos tardan en acostumbrarse a las sombras y solo el tacto es capaz de recomponernos. Las manos se mezclan y las caricias dulces se intensifican. Nos manoseamos como jamás lo hubiésemos hecho en tiempos pasados. El pudor se ha quedado atrás, en un rincón de nuestras casas en las que hemos estado confinados demasiado tiempo.
Algunos empiezan a jadear. Un hombre penetra a otro. Sumergidos en el silencio que nos impusieron durante semanas, el mutismo se ve violado por los gritos de placer que no queremos contener más. Nuestros gemidos son como la brisa que roza la hierba. Nuestros cuerpos se aplastan. Es una dulce agonía que nos está saneando, que nos cura del espanto del que jamás hubiésemos pensado salir. Follando. Follando como bestias porque hemos dejado de ser humanos durante demasiado tiempo. Y lo hacemos en manada. Somos lobos hambrientos.
Suspiramos, susurramos, murmullamos, aullamos y nadie puede impedirlo. La generosidad con la que nos lamemos nunca había sido tan intensa.
Somos agua pura. Lubricamos y restregamos estos fluidos contra nuestras pieles rugosas, nuestros cuerpos amorfos. El sudor sale de nuestros poros y centellea como la luna rosa. Brillamos.
El ritmo de nuestras bodas se acelera y solo los pájaros nocturnos son nuestros testigos. Un búho ulula a los lejos, observando este caos de cuerpos en el que nos hemos ahogado. Y le rendimos homenaje a nuestra manera.
–¡Eso es! –dice una voz–. Arquea bien el culo.
Se distingue a un hombre yendo y viniendo entre los muslos contraídos y flácidos de su pareja, rebuznando como un asno.
–Voy a correrme, amor –vuelve a decir la voz–. Y te vas a volver a encontrar. Porque nunca debiste perderte.
Y se calla de repente. Da algunos golpes de cadera, lentamente, profundos, mientras su pareja llora de placer.
–¿Notas ya el calor de la vida? –vuelve a exclamar– ¿Lo sientes?
Y la abraza en un gesto dulce.
De repente, huelo el olor agrio del semen que se ha esparcido. Hubiese lamido la hierba donde se corrió aquel hombre. A cuatro patas, como un animal al acecho de una presa sangrando, rastreándola. Sin miedo a pincharme la lengua con las espigas, que ya son demasiado altas. Hubiese pasado luego la leche a la boca de otros. Esta leche espesa que nutre a desalmados como nosotros. Eso es amar la vida. Eso es armarnos. Eso es volver a humanizarnos y formar comunidad.
Nos hemos echado tanto de menos hasta estas manos vivas, aunque heladas todavía por la falta de contacto…
Una silueta se acerca a mí. No sé si es hombre o mujer. Poco me importa, para ser sincera. Ardo en deseo por cuerpos, no por genitales. Por cuerpos, por olores, por sensaciones. Un olor a amoníaco me guía hacia la sombra. Doy un paso. Me coge, acerca su boca a la mía, escupo saliva sobre sus labios, mi sangre licua la suya, vuelve a bombear un corazón desolado. Chupo su lengua y noto como mi abdomen de mamífera se dilata. Me siento plena. El vacío, el vacío es lo que más temo ahora en este mundo de pesadillas. Ahora, siento nuestras vibraciones. Se hacen eco las unas de las otras, van al compás, en cuerpos tan diferentes y tan similares a la vez. Ralentí. Velocidad vertiginosa. Paradojas. Percibo los movimientos del aire, el calor de su cuerpo, el frío que desprende el mío, los olores olvidados. Me la mete hasta el fondo, cosquilleando mi glotis. Una polla descomunal. Las ondas sonoras que produce mi garganta le hacen correrse enseguida. Mis huesos se debilitan sabiendo que hemos sido uno por un momento. Lo volvería a hacer con mil más. Que me llamen PUTA. Pero, al menos, vuelvo a ser humana.
***
Aquella noche, en este ritual orgiástico, ya no estuvimos solos ni abandonados.
Aquella noche, en este encuentro sexual, brillamos como luciérnagas.
Luciérnagas que siempre se alimentarán de la luna rosa.
Luna rosa…
Pase lo que pase.