Relatos eróticos

Pillow(sidades) – Relato erótico

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Relatos eróticos

Pillow(sidades)*

*Pillow, en inglés, significa «almohada».

Es básicamente queratina. Por lo que recuerdo de mis estudios de química e interés sobre el tema, su componente principal es el azufre. En la base de cada uno se encuentra una raíz desde donde se irrigan sangre y el sebo, que le da su textura sedosa al tallo que emerge del folículo piloso. Dicho así, en su descripción más científica, pudiera parecer que es cualquier cosa. La ciencia, en su descriptiva, no entiende nada de poesía y, lo que es peor, no sabe nada del sentido de las cosas que describe. La ciencia, frente a un cuerpo desnudo, no ve más que un cuerpo desnudo.

Se acaba de despertar. Me sonríe. Levanta ligeramente su cabeza de la almohada de satén y estira perezosamente los brazos hacia arriba intentando vanamente alcanzar el techo. En sus axilas, esa hermosísima conjunción esquiva entre sus senos y el hombro, puedo ver el vello que las recubre. Es oscuro y firme, a la vez que flexible y tierno. Su extensión está bien limitada a la ligera oquedad cóncava que forma la enigmática unión y es como un ligero arbusto de unos cinco centímetros que se mantiene de forma natural siempre bien recortado. De él se escapa un ligero calor y un aroma que, cuando acerco mis labios, no deja de recordarme el de un panecillo tierno recién horneado. Me enloquece. Hace que toda ella me vuelva loco. Cualquier estudioso de salón, de esos que se ganan el sustento analizando las correspondencias simbólicas más evidentes, me diría que lo que me fascina de ella es la relación entre sus axilas y su pubis. Que de alguna manera interpreto en ella la existencia de tres coños, que ella es o representa para mí una de aquellas viejas y olvidadas diosas telúricas de la fertilidad que, por poder engendrarlo todo, tienen el cuerpo recubierto de jugosos y hambrientos genitales. Así como los ángeles, que todo lo ven, tienen sus cuerpos y sus alas llenas de ojos. Paparruchas. Aunque he de reconocer algo. Cuando veo esos irregulares triángulos de vello, no puedo contener mi deseo de lamerlos, como me sucede con su vulva, de frotar sobre ellos mi pene, de acercarme lo máximo posible a lo indisponible, oculto y fascinante que tienen. Quizá sí tenga que ver con los coños heterotópicos y múltiples. ¿Quién querría al cegato del cíclope con su único ojo pudiendo tener a los mismísimos ángeles? Bien pensado, tiene más sentido eso que lo de la queratina.

Un oasis. Tumbarme a su lado y observar de costado la ligera protuberancia de su vientre liso y acristalado que, al respirar, viene a verterse en la planicie de su frondoso pubis. Lleno de vegetación, de agua, de olores a vida, de sabores frutales. ¿Quién se resiste a un oasis? Poder dejar los dedos corretear por entre lo emboscado del vello, sumergirlos en esa garganta fluvial de forma que las yemas noten el hospitalario frescor, libar el néctar como hacen las mariposas. «Lepidópteros» dice la ciencia.

¿Qué sabrá la ciencia de las mariposas? Del deleite de observar el vello de su pubis como se observa en primavera un campo de mies mecido por el aletear de una mariposa, de contemplar el rizado del mar cuando le susurra, impertinente, un viento terral que te invoca a adentrarte en él. «Ven aquí si tienes huevos». Y tú que vas, no porque tengas cojones, sino porque tienes necesidad de paz, de fundirte, de perderte, de seguir el rastro, la gloriosa diana que te señaló el vello. Aquel que tiene el ostentoso color de la fruta madura. De la que pide ya ser comida. No es el verdor rancio o amarillento de lo lampiño.

Cuentan que el vello del pubis y las axilas no crece más allá de unos centímetros porque el tiempo que tarda en hacerlo es justo lo que tarda en que sobrevenga el nuevo vello que reemplazará al anterior. Podría contar una historia del tiempo mientras la observo desperezarse brazos arriba y con el primer aire de la mañana que inhalan sus pulmones y que endereza su pecho para marcar la frondosidad de la meseta de su pubis.

Queratina, dicen. Para mí como si fuera pasta de boniato. La ciencia no sabe por qué esta mañana no me cambiaría por nadie ni sabe por qué a lo importante siempre se le antepone el sentido de lo importante. El intrincado cuento que narra, por ejemplo, el vello de su cuerpo desnudo.