No te pierdas el desenlace de «Virgo: Todo va bien».
Si no leíste la primera parte, puedes hacerlo aquí: Virgo (1): Todo va bien
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Virgo (2): Todo va bien
Pasaban unos minutos de la medianoche y no había ni rastro de Zoe cerca del fotomatón. No fue hasta que miró el reloj una vez más que fue consciente de lo que acababa de ocurrir: en aquel lapso de tres horas había acontecido lo que había preparado durante meses y cada pequeño detalle había sido ejecutado a la perfección. Y todo eso sin darse cuenta, sin un ápice de nervios. ¿Dónde había quedado la Nerea maniática, controladora, la que no se permitía fallar ni una vez? Dio con la respuesta de inmediato: embrujada por aquella chica de traje de raya diplomática que la hacía enloquecer como si no hubiera pasado el tiempo.
La wedding planner se decía —y decía— que se había convertido en otra mujer, una bien distinta a la de la universidad. Una que nunca habría dejado la carrera de Filosofía, no habría ocultado su verdadera orientación sexual y habría disfrutado de la libertad. Pero lo cierto es que ahí estaba, con el corazón desbocado por Zoe igual que entonces.
«Todo va bien».
Su mantra comenzaba a perder efecto y el subidón inicial de lo bien que estaba yendo la boda se diluía. ¿Y si no se presentaba? ¿Y si solo había querido fastidiarla como antaño? La perspectiva de que aquel beso hubiera sido una farsa le causó vértigo.
—Me encantaría decirte que te he hecho esperar a propósito, pero no podía quitarme de encima a una chica que intentaba ligar conmigo desde la despedida de soltera. A la que no viniste, por cierto —añadió Zoe acusándola con un dedo.
—No son lo mío.
—¿Ves como no has cambiado?
Nerea sintió el peso insoportable de ser la misma chica miedosa de entonces, de no haber evolucionado nada. A punto estuvo de darse media vuelta y fingir que comprobaba cualquier cosa en su carpeta, pero eso sí que sería hacer lo que se esperaba de ella. Huir. Su siguiente movimiento sería el primer paso hacia el nuevo camino o el regreso a la senda anodina de siempre.
Miró a su alrededor: las novias bailaban country en el centro de la pista como si estuvieran solas, las bombillas guiaban a los invitados en la oscuridad y un cartel de neón colocado a la entrada le recordaba que aquel día jamás volvería a repetirse. Así que tomó la mano de Zoe, apartó la cortina y la empujó al interior del fotomatón.
Era un espacio demasiado pequeño y el taburete estorbaba. Por lo menos el terciopelo las cubría de pies a cabeza. Se las apañó para colocarse frente a ella y besarla con las ganas acumuladas de demasiados años. Con todos los «¿Y si…?» haciendo cola, uno por uno. Aunque la pilló desprevenida, Zoe reaccionó enseguida: tomó su trenza y se hizo con el control del beso. Cuando la mujer intensificaba el contacto, ella tiraba con suavidad para apartarla y luego la buscaba. Era una lucha cuerpo a cuerpo por el poder, pero Nerea acababa de decidir que aquella noche ya no lo quería.
Soltó internamente la tensión contenida y se sintió más ligera. La excitación se adueñaba de ella, llenaba todos los espacios. Ya no quedaba hueco para nada más.
—Siempre he sabido que era esto lo que querías —murmuró Zoe contra su cuello—. Y seguro que tú también sabías que yo te quería a ti.
Se miraron antes de unir sus labios una vez más en una promesa muda y luego todo se volvió físico. Nerea metió las manos bajo el elástico de los pantalones de la chica trajeada, provocándola. Ella no tardó en darse por aludida y le bajó los tirantes del mono que, por la caída del tejido, se deslizó hasta sus pies. El sujetador de la wedding planner desapareció sin que se diera cuenta entre que le quitaba los pantalones y se resistía a hacer lo mismo con la americana. Había algo enormemente estimulante en la chaqueta, en sus pechos desnudos, en que tuvieran sexo así, con ella puesta. Tan solo metió los dedos debajo para arañar sus pechos y arrancarle un pequeño grito.
El deseo que sentían la una por la otra era magnético cuando estaban en la universidad y con el paso del tiempo había crecido. Se había ido gestando en ambas sin que se dieran cuenta, el reencuentro hizo que detonara. Sus cuerpos sudorosos se acoplaban en aquel metro cuadrado de manera asombrosa y pronto fueron una. Zoe llevó sus manos a las bragas de Nerea y, sin apartar la tela siquiera, comenzó a tocar justo donde lo necesitaba. La mujer se limitó a dejar caer su peso en la entrepierna de ella. ¿Su radar? Los gemidos que liberaba una vez tras otra.
Solo escuchar un jadeo demasiado alto le recordó dónde se encontraban. El fotomatón, la boda, el timing.
—Podría venir cualquiera de un momento a otro —susurró, pero no detuvo las embestidas contra su sexo.
—Y aun así quieres seguir aquí conmigo.
Lo dijo con una voz cargada de ansia, de fuego, de flaqueza. Durante la universidad, Nerea le dio vueltas a cuál podría ser el punto débil de su provocadora amiga para devolverle cada una de sus jugarretas, pero nunca se le había ocurrido que, tal vez, su debilidad ella era. Aquella revelación avivó la llamarada que sentía en su centro y también en todas partes hasta que fue imposible detenerse.
Ya no recordaba ni quién era ni quién había sido. El pasado se redujo a cenizas y el presente se veía borroso. Únicamente podía centrar su atención en Zoe, en el vaivén de sus senos enmarcados por las solapas, en cómo clavaba los dientes en su piel ante el inminente orgasmo y en que se arrojaba al suyo.
La pantalla del fotomatón se había empañado cuando pulsó el botón para fotografiar con una de sus nalgas. Se había olvidado hasta de dónde estaba al sentir el flash automático que se activaba cuando había luz insuficiente, pero eso no la detuvo. Se echó sobre Zoe y sintió que iban a una. Su muslo le sostenía la mano a ella y cada embestida hacía que se estimulara con sus dedos.
No quería poner fin a aquello y, aun así, sabía que todo tiene un final. La wedding planner habría dado lo que fuera por que lo que se inmortalizara en aquel cubículo fuera el tiempo y no una instantánea, pero el clímax llegó. La azotó igual que una tormenta en verano, arrasando y abrasando todo a su paso. Contuvo un último gemido largo y lento, luego impidió que Zoe gritara tapándole la boca con sus labios.
Se vistieron en silencio, hasta que Nerea alargó la mano y recuperó una tira de fotos borrosas con mucha piel desnuda. Se rieron y la mujer recordó la otra cara de la moneda: esos momentos en los que compartían confidencias. El country se había transformado en canciones lentas y, todavía con la piel erizada y la respiración acelerada, le costó distinguir la voz de una de las novias, que parecía acercarse al fotomatón.
—¿Hay alguien ahí? Llevas mucho rato.
—Soy yo, ¡todo va bien! —improvisó Nerea. Esperó a que sus pasos se alejaran para encarar a Zoe—. ¿Todavía crees que no he cambiado nada?