¡Ya puedes disfrutar el desenlace de esta maravillosa trilogía de Thais Duthie! Tres orgasmos es el último relato, y te dejará sin aliento.
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Tres orgasmos – Relato erótico lésbico
La imagen de sus ojos clavados en los míos, mientras bajaba mis bragas con los dientes, quedaría grabada a fuego en mi mente. Aguardé impaciente, al tiempo que sostenía mi mirada y separaba mis piernas, acariciándome los muslos durante el proceso. Cerré los ojos, presa del placer, ansiosa por lo que estaba a punto de ocurrir. Me pareció sentir cómo Mia arrastraba las uñas por mi piel hasta detenerse en mis ingles, y gruñí a la espera de su próximo movimiento.
Logré incorporarme levemente justo cuando su lengua recorrió mi intimidad por primera vez. Me mordí el labio para esconder un gemido y pude ver cómo Mia volvía a lamerme de nuevo. Entonces, sus atenciones se volvieron constantes, obligándome a cerrar los ojos mientras me abandonaba al placer. Lo que tanto tiempo llevaba esperando por fin estaba ocurriendo y era mucho mejor de lo que había imaginado.
―Estás empapada… ―dijo apartándose ligeramente, para relamerse los labios sin desconectar nuestras miradas.
Mia retomó las lamidas antes de que me diera tiempo a responder. Disfruté de sus labios succionando mi clítoris entre lengüetazos, abandonada por completo al placer. Perdí la noción del tiempo y los límites de mi cuerpo, hasta me olvidé de dónde estaba. Solo fui capaz de recuperar esa consciencia cuando se detuvo sin previo aviso y escaló por mi cuerpo hasta que encontró mi boca. Pude probarme en ese beso ardiente y gemí contra sus labios, incapaz de controlar lo que hacía.
Mis manos viajaron por su cuerpo, inquietas, y descansaron en su trasero. Sentía cómo la excitación me estaba consumiendo, pero necesitaba recorrer toda su anatomía por completo. Por un momento, la idea de llegar hasta el final se extravió en algún rincón de mi mente y, buscando su mirada, le confesé:
―Quiero tocarte ―lo dije bajito contra su boca, y vi cómo su expresión se volvía más salvaje.
―Shhh… ―siseó muy cerca de mí, acariciando mi mejilla―. ¿Quieres correrte en mi boca?
Su pregunta terminó por silenciar aquel plan furtivo de tomar las riendas y asentí sin pensarlo siquiera. Todavía no había ocurrido y no podía olvidar aquellas palabras que habían resonado en cada esquina de mi cuerpo. Pensar en alcanzar el clímax mientras Mia estaba entre mis piernas era mucho más de lo que había podido desear para aquella noche. ¿De verdad estaba ocurriendo?
Ella obedeció y descendió con lentitud, alargando la espera. Antes de sumergirse en mi sexo de nuevo, tomó mi mano y la dejó en su pelo. Enredé los dedos entre los mechones de su cabello rubio automáticamente para alentarla a retomar aquellas lamidas que ya echaba de menos.
―Muévete contra mí, no tengas miedo.
Estaba en aquel punto donde mi cuerpo iba por libre y mi mente había pasado a un segundo plano. Estaba tan extasiada por sus atenciones, sus caricias, sus besos, que no fui capaz de considerar lo contrario. Mis caderas iniciaron una cadencia de movimientos lentos pero rítmicos contra su boca, mientras su lengua entraba y salía de mi interior con vehemencia. Hice algo de presión para aumentar el contacto de su lengua contra mi sexo, y separé todavía más las piernas para lograr un ángulo de penetración más profundo. Mi cuerpo seguía buscando el suyo con desesperación y pronto sentí que abandonaba mi interior para rodear mi clítoris con la lengua.
Atrapó mis muslos con sus manos, clavando las uñas en mi piel y provocándome una sensación a caballo entre un ardor doloroso y el placer más absoluto. Me moví una vez más contra su boca y Mia succionó mi centro una vez más, antes de volver a las lamidas incesantes, y entonces llegué a ese lugar sin salida. Dejé que mi cuerpo se tensara, que mi espalda se arqueara, que mis ojos se cerraran, que mis músculos se contrajeran. Dejé que la lengua de Mia se ocupara de dosificar mi clímax, que llegó como un torrente. Gemí tan alto y tiré de su pelo tan fuerte que ella, como consecuencia, no pudo hacer otra cosa que lamer más rápido y agarrarme mejor.
Poco después de aquel orgasmo devastador yo seguía con los ojos cerrados, entregada al placer que todavía recorría mi cuerpo. Me pareció haber olvidado cómo respirar unos instantes, hasta que Mia me besó, haciendo que nuestras lenguas forcejearan en una batalla sin ganador. Una de sus manos, que seguía en mi muslo derecho, fue subiendo poco a poco hasta dar de nuevo con mi intimidad. Un escalofrío me recorrió al sentir las yemas de sus dedos en mi clítoris, masajeando aquella zona todavía palpitante. Eran caricias superficiales, pero aún estaba demasiado sensible y cada roce me hacía temblar.
―¿No te vas a cansar de tocarme? ―pregunté cerca de ella.
Besó mi mentón, negando con su sonrisa socarrona. Aproveché aquel desafío para quitar las prendas que le quedaban. Sus dedos seguían confinados en mi sexo, aunque tomé su cintura con mis manos y la acompañé para que se sentara a horcajadas sobre mí. Dejé un pequeño hueco entre nuestros cuerpos para su mano y la mía, que pronto descendería para ocuparse de ella. Hasta entonces, mi lengua trazó una línea invisible entre sus pechos antes de dirigirse al derecho para morderlo con ansia. Mia echó la cabeza hacia atrás y, a modo de respuesta, posicionó dos de sus dedos en mi entrada.
―Voy a entrar, cariño ―dijo buscando mis ojos, y pude ver en los suyos cómo de excitante debía de ser aquella imagen mientras me penetraba con lentitud.
Retomé mis atenciones en su otro pecho y gemí cuando noté cómo arqueaba los dedos dentro de mí. Besé la piel de la zona e hice una leve succión bajo su seno izquierdo que probablemente dejaría marca. Insatisfecha con aquello, descendí hasta tocar su intimidad y solté un pequeño grito al descubrir la facilidad con la que mis dedos resbalaban por sus pliegues.
Mia utilizó su brazo libre para rodear mi cuello y se escondió en el hueco que le dejaba mi pelo. Hincó sus dientes en mi piel, haciéndome sentir la necesidad en aquel mordisco. Estaba extasiada por la forma en que parecía haberme cedido el control, aunque seguía dentro de mí, buscando ese punto que me hiciera estremecer.
―¿Lo quieres? ―dije tanteando la zona.
―Sí.
―Pídemelo ―susurré, y besé su mejilla sin dejar de tocar su centro.
Sentí su lengua deslizándose por mi cuello hasta llegar a mi lóbulo. Lo mordió levemente y liberó un suspiro trémulo antes de pedirme, en un tono de súplica que no le había oído jamás:
―Por favor…
Toda intención de torturarla como ella había hecho conmigo se esfumó por completo. Solo fui capaz de obedecer, de darle lo que me pedía, y entré con uno de mis dedos. Seguía respirando de forma entrecortada en mi oído, lo que me sirvió de guía. Poco después añadí un segundo dedo, arqueándolo junto al primero, y esta vez la prueba definitiva fueron sus dientes clavándose en mi hombro.
―Estoy muy cerca ―me aseguró.
―Yo también…
Darle placer a Mia me estaba excitando tanto o más que cuando ella había estado entre mis piernas. Sentir su cuerpo rodeando el mío ―buscando algo de estabilidad en el caos de sus latidos, su respiración y sus movimientos erráticos― me cegaba de placer, hacía que me perdiera en ella y en sus ojos, en la manera que tenía de suspirar muy cerca de mi oído, para que tan solo yo fuera cómplice de aquel momento.
Noté cómo sus músculos abrazaron mis dedos y aumenté los toques en su interior hasta que ahogó un gemido contra la piel de mi cuello. Con mi mano libre tomé su rostro, sacándolo de su escondite, y la besé mientras ella me embestía a mí, ahora con más fuerza. Mordí su labio inferior, recreándome en el sabor de su boca, y poco después me corrí yo también.
Nuestros cuerpos quedaron encajados, una encima de la otra, durante lo que me parecieron horas, lo que seguro fueron tres orgasmos.
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