Lis Hernández desata su pasión lésbica en este elegante y muy intenso relato de (algo más que) sexo oral en la ducha. Siéntate, respira y disfruta.
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¿Y si nos duchamos juntas?
Cuando la miro entrar al baño, el deseo se desata.
No sé cómo explicarlo… Ya vi su cuerpo completamente desnudo. Me he ejercitado pensando en él, saciando las ganas que vuelven a brotar, para entregar de nuevo mis anhelos a sus formas. Me he descubierto también en él, y por eso siento que necesito más.
Siempre le digo: “¿Y si nos duchamos juntas?”. Y ella responde rápidamente con un “¡No!”. Seco, tajante… me enloquece. Si ella supiera lo que pasa por mi mente cuando oigo que abre la ducha, me dejaría entrar y acariciar su cuerpo con el jabón. Me permitiría jugar y desenredar su cabello con mis dedos y chupar, de sus hermosos senos, las gotas de agua que bajan desde el cuello. Me ahoga el deseo con tan solo escribirlo.
Hoy compartiremos habitación, y la veré caminar desde la cama hacia la maleta, para buscar su toalla y la ropa interior. Y cuando entre al baño, solo podré mirar sus caderas, y quedarme ensimismada con su ritmo. Y, cuando sienta mis ojos acosadores, me regañará: “¡No me mires!” Y yo tendré que girar la cabeza, una vez más, y fingir que me pregunto qué color será ese con el que está pintada la pared.
Le haré la pregunta por última vez: “¿Y si nos duchamos juntas?”. Pero hoy, después de replicar por centésima vez con ese “¡No!”, sonreirá. Y, tras su sonrisa, podré ignorar su negativa.
Y la predicción es ya un hecho…
Me levanto rápidamente de la cama y la abrazo contra la pared, y le susurro al oído lo que alguna vez me dijo: “Esto será lo último que haremos”.
Le arranco la toalla y miro sus ojos… Noto cómo me desafía a soltarla, pero su mirada no me intimida. No me detengo. Beso, chupo su cuello, y comienzo a sentir cómo su cuerpo lucha; pero su piel erizada en mi lengua reconoce su derrota; sus grandes senos, y esos pezones erectos que mis dientes apenas se resisten a mordisquear, entre la rabia y el deseo.
Y caigo de rodillas frente a su abdomen plano y sensual. Con mi lengua en su ombligo, le indico que ya no habrá nada que me detenga: abro sus piernas y mi lengua humedece sus labios. Gime, y yo alzo su muslo levemente para observar su bello clítoris. Y, justo cuando sus caderas buscan mi boca, me levanto y la agarro del pelo, empapada ante el cuerpo que siempre deseé, y le ordeno: “Vamos a ducharnos”.
Ella abre la ducha y se mete, tal y como le ordeno. Mientras el agua cae por su divino cuerpo, mi ropa interior lo hace sobre el suelo. Soy suya, es mía.
Jabón en sus hombros, brazos y manos; desde el abdomen hasta sus senos. Los aprieto con hambre. Y tras un suplicante contoneo y rápidos movimientos, el apasionado dedo dentro, el sensual aullido fuera.
Su mirada es la de una niña asustada, sus pestañas bajan para esconderla, mi apetito se hace más voraz. Y la agarro de nuevo del cabello hacia mí, para besar y morder sus labios. Y al girarla, mi lengua recorre su columna y para en círculos entre sus nalgas. Agarrándolas casi con las uñas, separo mi boca y le pregunto:
–De verdad, ¿crees que esto va a ser lo último que haremos? –Exhala y me intenta mirar con el cuello contorsionado y la respiración acelerada. Yo sonrío–. Esto no es siquiera el comienzo de lo que viviremos…
Al levantarme intento besarla, pero me rechaza. Quizá no le ha gustado la última parada de mi lengua, quizá no está acostumbrada.
Ante su sorpresa, salgo de la ducha, me seco y la apresuro:
–Sal pronto y vístete, tenemos que irnos…
Para volver, cuanto antes, a ducharnos juntas.