Relato lésbico

Cinco, cuatro, tres. Parte 2: Cuatro habitaciones – Relato erótico lésbico

Ya no son cinco filas, sino cuatro habitaciones de hotel las que la separan de un pasional encuentro con Mia.

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Cuatro habitaciones – Relato erótico lésbico

Cuatro habitaciones había entre la suya y la mía. Había pasado por la 209 para coger su pijama, asegurándome que, cuando tuviera que volver, no le importaría recorrer medio pasillo con él.

―De haber sabido que venías no habría reservado habitación. Podríamos haberla compartido ―dijo tumbándose en la cama de lado, junto a mí―. Como en los viejos tiempos…

―Planes de última hora ―expliqué colocándome de lado.

Esbozó una sonrisa y volvió a bajar la vista a mis labios. ¿Iba a hacerlo?

―¿No te pones el pijama? ―murmuró sin apartar la mirada.

―¿Y tú?

Negó y buscó mis ojos.

―Luego.

Un extraño silenció se adueñó de la habitación. Podía notar su inquietud, y jugué brevemente con ella al lamerme el labio inferior. Suspiró de forma casi imperceptible y llevó una de sus manos a mi cintura, comenzando a trazar círculos sobre la tela de mi camisa.

―No sabes cuánto me alegro de verte.

―Puedo hacerme una idea ―susurré y acorté la distancia entre ambas―, porque yo también me alegro de verte.

Relato lésbicoCasi por inercia, mi mano terminó posada en su mejilla y bajó por su barbilla. Me di cuenta de que su pecho subía y bajaba con más rapidez y sonreí. Tomé su mentón y me acerqué, aunque con movimientos lentos. Mia sabía lo que estaba a punto de hacer y no parecía tener intención de detenerme.

―Y tú no sabes las ganas que te tengo ―dije sobre sus labios, sin darle tiempo a responder.

Los acaricié con los míos en un roce breve y la besé, adentrándome en su calidez y aquella sensación tan agradable que empezaba a instalarse en mi bajo vientre. Suspiró contra mi boca y me pareció notar cómo temblaba. Su mano se aferró a mi cadera con firmeza, mientras me devolvía el beso con suavidad y deseo, al mismo tiempo.

Me detuve tan solo para tomar algo de aire, sin intención de dejar sus labios abandonados demasiado tiempo, pero mis ojos conectaron con los suyos y la vi sonreír antes de decirme:

―¿Ganas de qué?

Tomé el cuello de su camisa esta vez y la obligué a sumergirnos en un beso hambriento, mientras mis caderas chocaban contra las suyas. Ya no había un solo centímetro entre nosotras, pero sentía cómo la ropa quemaba. Bajé las manos por la silueta de su cuerpo y paré al llegar a la parte inferior espalda. Me colé bajo la prenda y acaricié su piel, arrastrando las uñas con lentitud.

Mia soltó un suspiro y, con movimientos rápidos e imprevisibles, se sentó a horcajadas sobre mí. Me quedé quieta unos segundos, en los que me dediqué a observar sus ojos teñidos por el deseo y su respiración entrecortada. Aprovechó aquellos instantes de silencio para desabotonar su camisa, descubriendo su busto cubierto por un bralette de color gris. Por el amor de Dios, ¿cómo había tardado tanto en verla de aquella manera? Alargué mi brazo para tocarla, pero Mia se me adelantó: tomó mis muñecas y las inmovilizó sobre mi cabeza, haciéndome jadear. Se agachó, aumentando el contacto de sus caderas contra mi intimidad, y mordió mi cuello con algo de fuerza.

No sabía cómo ni de qué manera, pero Mia estaba al tanto de que el cuello era mi punto débil y utilizaba aquella información para desarmarme. Me sentía vulnerable, pero era una sensación agradable, e iba extendiéndose por mi cuerpo y aumentaba mi ansia.

―Me vas a matar ―alcancé a decir entre suspiros, ladeando la cabeza para darle espacio.

―Muy pronto para eso, preciosa ―Volvió a mirarme con esa sonrisa tan suya y liberó mis manos.

Se contoneó sobre mi cuerpo y perdí la poca cordura que me quedaba. Sus labios ardían contra mi piel y me recorrían por completo. También olvidé en qué momento sus manos se deshicieron de mi ropa, pues me abandoné a sus besos y a la excitación que se iba incrementando con el paso del tiempo. Cuando quise darme cuenta, solo me quedaban las bragas, y su boca jugaba sin control con mis pezones. Mis manos, actuando por sí solas, se habían enredado en su pelo rubio, alentándola a seguir.

―Mia… te necesito ya ―supliqué desde un lugar muy cercano a la desesperación.

La rubia se incorporó para mirarme y sonrió contra mis labios, antes de buscar cobijo en mi cuello. Hacía rato que había perdido el control, y me sentía cada vez más desesperada, más vulnerable frente a ella. Podía ver en su rostro cómo disfrutaba de aquel momento, y mentiría si dijera que no lo hacía yo también. Deslizó su lengua por un camino tortuoso hasta el lóbulo de mi oreja y murmuró en mi oído:

―¿Me necesitas aquí?

Negué con un gruñido y tomé su cuello, invitándola a bajar de una vez por todas. Esta vez lamió mi escote en sentido ascendente, con una lentitud insoportable.

―¿Y aquí?

―Más abajo ―resolví, como si fuera necesario.

Ella sabía dónde la quería, y justo por eso no iba a dármelo. O por lo menos no todavía. Me estremecí cuando sentí su pelo acariciando mi abdomen a medida que bajaba. Esta vez arrastró la lengua alrededor de mi ombligo.

―Quizá aquí…

―Joder, Mia ―bufé y me cubrí el rostro con las manos.

Relato lésbicoOpté por llevar a cabo la última idea que se me ocurría: la empujé con mis caderas, arrancándome un jadeo al sentir el contacto con su abdomen. Si no me tocaba pronto acabaría en combustión espontánea. Pareció tener intención de hacerme caso de una vez por todas, y bajó hasta posicionarse entre mis piernas. Notaba cómo la expectación crecía en mi interior a cada segundo, y me sorprendí a mí misma al separar más mis muslos para darle el acceso que necesitara.

Mia arrastró los labios por mis muslos, subiendo con cautela. La sentí en una de mis ingles, y aguardé inmóvil. Sin embargo, no quiso llegar adonde la quería y deslizó la lengua por uno de los bordes de mis bragas.

―¿Aquí?

Agarré las sábanas con fuerza presa de la frustración y maldije para mis adentros. Sabía que quería que me quejara, ponerme más ansiosa, hacerme presa de la impaciencia. Debí de acertar esta vez, porque entonces noté aquel músculo caliente y húmedo contra la tela de mis bragas. Abrí los ojos de par en par al sentirla y la encontré mirándome fijamente. La forma en que me miraba y arqueaba la ceja me desarmaba y acabé soltando un gemido.

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―Creo que me necesitas aquí ―dijo contra mi ropa interior, al tiempo que sentía el roce de sus dientes tomando la prenda para bajarla.

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