Escrita por nuestra amada Thais Duthie, Luz verde es una historia de sexo en el coche, directa e increíblemente excitante. Te quedarás con ganas de más, y habrá más, pero, por ahora, disfruta leyendo…
Luz verde – Relato erótico lésbico
Maravilloso, estaba siendo un día maravilloso.
Cero problemas en el trabajo ―incluso me habían traído el café como a mí me gustaba: con mucha espuma y azúcar moreno―, no hacía un calor excesivo y la práctica de coche iba estupendamente.
Mientras cambiaba a la segunda marcha para entrar en la rotonda, pensaba en la pizza que pediría nada más llegar a casa, aunque todavía no me había decidido entre la carbonara y la cuatro quesos.
―¿Tú que opinas, Iris?
Y por si todo aquello fuera poco, me había tocado hacer la práctica con Iris, mi instructora favorita y la única que me hacía saltarme algún que otro semáforo en rojo por mirarla de soslayo, en vez de estar pendiente de la carretera.
―Si consigues estacionar en menos de dos minutos te invito a una cerveza, eso opino ―dijo desde el asiento del copiloto, sonriendo―. Sin rayar el coche, claro.
―Eso está hecho ―Le guiñé un ojo porque, aparte de algún que otro semáforo, también hacía que me saltase algún que otro latido intenso, cada vez que me miraba así.
***
Lo que iba a ser una cerveza se había convertido en dos cervezas, tres y unas bravas para compartir. Un “te llevo a casa, que es tarde”, y que no faltara mi “no hace falta, pero si así paso un rato más contigo…”. Acepté, claro que acepté, ¿cómo no iba a aceptar?
Pero Iris lo cumplió a medias, porque llevábamos media hora en el descampado que había frente a mi piso. Yo en el asiento del copiloto esta vez, y ella a horcajadas sobre mis piernas, besando mi cuello sin tregua, mientras sus manos masajeaban mis pechos por encima de la camiseta.
Todo había sucedido tan rápido que no había sido capaz de reaccionar mucho más allá del imprescindible manoseo de su culo, lo que me recordaba la única cosa que lamentaba de las prácticas: como se pasaba la hora sentada, no podía apreciarla del todo, excepto cuando subía y bajaba del vehículo. En aquellos momentos, tampoco era capaz de verlo, pero no me hacía falta, porque estaba comprobando con mis propias manos lo duro que era, y también acompañaba sus caderas en una cadencia de pequeñas embestidas, que estaba convencida de que no me enloquecían a mí sola.
Cuando creía que el día no podía mejorar más, Iris abandonó mis labios unos instantes para quitarse la camiseta negra de tirantes. La tiró a los asientos traseros, como si quisiera perderla de vista un buen rato. Ni quería ni podía quejarme, aunque hubiera agradecido una advertencia porque empezaba a tener dificultades para respirar. Me miró divertida, y noté cómo toda la sangre de mi cuerpo corría hasta las mejillas.
«Qué vergüenza».
Así que me pilló por sorpresa cuando llevó las manos a su espalda y, de un movimiento rápido rapidísimo, se desabrochó el sujetador estilo balconette sin tirantes. Como es obvio, la prenda cayó enseguida, y ahí sí que hiperventilé. Lo intenté, de verdad que sí, pero no tuve la suficiente fuerza de voluntad como para despegar mis ojos de sus pechos y, más concretamente, de sus pezones rosados y erectos. Parecían darme la bienvenida, llamarme, saludarme como mínimo.
―Vamos, sé que lo estás deseando…
Vaya si lo estaba deseando, tanto que apenas había acabado de decir la frase, cuando mis labios se posaron en su piel cálida. Recorrí el espacio que había entre sus senos, no supe si para contenerme un poco o para torturarla a ella. En cualquier caso, no tardé mucho en concentrarme en su pezón derecho, lamiéndolo y mordisqueándolo. Alternaba con succiones de vez en cuando y me guiaba, únicamente, por cómo de alto gemía con cada una de mis atenciones.
Temía ir al otro porque eso significaba que estaba más cerca de despedirme de sus pechos ―porque solo había dos y ya me había ocupado de uno―, pero hice acopio de toda mi valentía y me animé. Lo noté endurecerse en mi boca todavía más, e Iris gimió muy muy alto cuando lo mordí por primera vez. Ella me guiaba con las manos, cuyos dedos estaban enredados en mi pelo y me acercaban todo lo posible a su cuerpo.
―¡Oye! ―dijo, interrumpiendo mi ardua tarea. Podía jurar que no la había oído antes ni sabía que estaba diciendo algo.
―Dime ―Mi voz sonaba entre extasiada y vulnerable, pero no podía pedirle más a mi cuerpo, una pobre víctima de la excitación.
―Subamos a mi piso, quiero jugar con tu culo ―susurró en mi oído y, a continuación, mordió mi lóbulo arrancándome un gemido.
«Ay».
Ya puedes continuar con la segunda parte aquí: Luz ámbar – Relato erótico lésbico
Mucho más que sexo en el coche: Relatos lésbicos