Estás a punto de disfrutar una de esas fabulosas historias lésbicas en las que Thais Duthie construye poco a poco, escalonando la intensidad, un elegante escenario de pasión entre mujeres.
Sigue leyendo…
Primero con ascensor (1) – Relato erótico lésbico
Las dos chicas entraron en el ascensor y dejaron la caja en el suelo. Resoplaron casi al unísono cuando aquello ocurrió, soltando una carcajada.
―¡Sí que pesa el maldito árbol! Espero que la Navidad en tu piso merezca la pena.
La morena rio y asintió varias veces, manteniéndose callada para no desvelar sorpresas antes de tiempo. Claro que merecería la pena, iba a ser la primera Navidad que pasaría en Finlandia y, aunque dejaba lejos a su familia, había invitado a todas las amigas que tenía en los pocos meses que llevaba en aquel gélido país.
―El ascensor está un poco viejo, ¿ves? ―dijo cambiando de tema radicalmente y señalando el panel de botones, donde algunos se iluminaban―. Está loco.
―¡Deja de quejarte por todo! Necesitas un polvo ya, Gemma ―aseguró su amiga mientras salían del ascensor.
La inquilina abrió la puerta del piso mientras forcejeaba con la llave oxidada, tratando de meterla en la cerradura. Además de las humedades, los ruidos del frigorífico, algunos enchufes defectuosos y el ascensor viejo, también tendría que decirle a la casera que cambiara la cerradura de una vez.
―Eso no es asunto tuyo, Beth ―le comentó en un tono amigable, que contrastaba bastante con el mensaje, y abrió la puerta por fin.
―Tengo una compañera de trabajo que también es bollera. Puedes pasarte un día y…
―No es necesario, gracias.
Entraron en el piso, dejando la caja con el árbol apoyada en la pared, y se tiraron en el sofá. Beth apoyó las piernas en el regazo de su amiga.
―Puedo crearte un perfil en esa aplicación, ¿cómo se llamaba? ―Suspiró mirando el árbol―. Her, creo que era. Y pongo esa foto que te hice cuando salimos de fiesta la última vez, con el cubata y esa sonrisa idiota.
―He dicho que no ―dijo Gemma mirando al televisor apagado, en un intento por evitar los ojos de Beth.
―¿Pero por qué? Solo sería sexo, nada más…
―Justo por eso. Además, no quería decírtelo todavía, pero mañana por la noche tengo una cita. Y no, no quiero que sea solo sexo, me gusta de verdad.
Beth arqueó una ceja observando a Gemma y se incorporó en el sofá.
―¿Quién es?
―La vecina de enfrente.
―¿La pelirroja? ―preguntó sorprendida―. Si parecía hetero…
―Sea lo que sea, aceptó cenar conmigo.
―¡Esa es mi chica!
―Sí, sí. Ahora vete, que tengo que hacer un montón de cosas y ya me has dado la lata un buen rato.
***
Un silencio absoluto reinaba en el piso de Gemma. Había sacado el árbol de Navidad de la caja y lo había dejado prácticamente en medio del salón. Estuvo a punto de ponerse con los adornos, pero hacía frío y decidió volver al sofá y envolverse en la manta más caliente que tenía.
Entonces, oyó aquel ruido tan característico que hacía el ascensor cuando se detenía en un piso, y tenía que ser el primero porque le había parecido cercano. Apartó la manta y se puso en pie, andando de puntillas hasta la puerta y no hacer ruido. Se asomó a la mirilla y… allí estaba. Helka acababa de llegar del súper y había dejado las bolsas en el rellano mientras abría la puerta, cuya cerradura daba casi tantos problemas como la de su vecina. Desde su refugio, Gemma vio maldecir a la pelirroja e, incluso, quitarse la chaqueta. La dejó sobre las bolsas y probó a meter la llave una vez más. Pero la morena no se estaba fijando en aquello, sino en lo ajustado que le quedaba aquel jersey negro y la forma en que delineaba su cuerpo, centímetro a centímetro.
Así, desde el otro lado de la puerta y a través de la mirilla, Gemma vio una de las imágenes más sugerentes del día, y se recreó en ella durante los cinco minutos que Helka tardó en abrir la puerta de su piso. Las vistas le resultaron tan irresistibles, que no pudo evitar que su mano se colara bajo sus bragas y acariciara superficialmente su intimidad, obligándola a abandonarse a su fantasía, antes de saber si tendría la oportunidad de convertirla en realidad.
***
«No se ha quitado la chaqueta en toda la noche», pensó Gemma.
Pero lo que le preocupaba a ella no era eso o, al menos, no de forma directa. Sino que aquel detalle, en Finlandia o en España, era sinónimo de que la cita había ido fatal. No se sentía cómoda. No podía negar que hacía un frío horrible en Helsinki, y más a aquellas alturas del año, pero seguro que si ella hubiera puesto la carne en el asador, a Helka no le habría importado desprenderse del abrigo de cuadros negros y azules. Y aunque le hubiera encantado poder odiar aquella prenda, le resultó imposible, porque el contraste con el pelo rojizo de su vecina era increíble.
Solo eran las once y media, y parecía que iban a despedirse de un momento a otro. La morena entró en el ascensor después de su cita, pulsando el botón del primer piso. Se volvió hacia ella con una sonrisa que fue correspondida de aquella manera o, cuanto menos, con mucha timidez. Las puertas del ascensor se cerraron enseguida, mientras Gemma pensaba…
«Como no diga que quiere volver a verme mañana, subo a pedirle azúcar para el brownie».
Pero, justo en ese momento, de forma impulsiva, Gemma dijo:
―Espera, déjame llevarte a un último sitio ―Y, sin darle tiempo a contestar, pulsó el botón del séptimo.
―¿A la azotea? ―preguntó tímidamente, en un intento por declinar su oferta en forma de indirecta.
Gemma asintió, orgullosa de su idea, y se volvió para mirar a su vecina. Ay, si las miradas hablaran… la de la morena diría de todo y nada bueno. Tenía un par de copos de nieve en la chaqueta que ya habían empezado a derretirse y su rostro ahora lucía indescifrable. Por lo menos, hasta que el ascensor se detuvo en seco entre la cuarta y la quinta planta, sin signos de que fuera a retomar su camino.
Durante los primeros segundos, Helka se mantuvo inmóvil y, luego, miró a su alrededor, nerviosa. Presionó varios botones para hacerlo funcionar de nuevo, pero ninguno se iluminaba. Mientras, Gemma la observaba con asombro, estudiando todos sus movimientos.
―Tranquila, seguro que se pone en marcha de un momento a otro ―susurró con calma, y presionó el botón de la campana para pedir ayuda, pero nada.
―Me estoy agobiando ―Se quitó la bufanda de cuadros, dejando su cuello de piel pálida a la vista.
La morena se entretuvo un momento con aquella nueva imagen y deseó acariciarlo, besarlo, morderlo. Pero volvió a la realidad tan pronto como oyó un fuerte suspiro por parte de su vecina.
―No te pongas nerviosa, es peor ―advirtió.
―Tengo calor, mucho.
―Quizá deberías…
Pero antes de llegar a decirlo, su cremallera empezó a abrirse, dejando al descubierto aquel body negro con escote de corazón y mangas de transparencias. Gemma contuvo el aliento, puede que más tiempo de lo que debería, sin poder apartar la mirada de los semicírculos que cubrían los pechos de Helka. Y no, no llevaba sujetador porque no veía los tirantes por ningún lado. Y los hubiera visto de haberlo llevado, seguro que se transparentarían.
La finlandesa, ajena a la reacción de su cita, apoyó la cabeza en la pared y cerró los ojos, respirando hondo. Sentía que, a medida que pasaba el tiempo, se terminaba el oxígeno en aquel cubículo del infierno. Siempre había odiado los ascensores, y prefería subir andando, excepto si tenía que cargar con algo. En aquel caso, solo se había imitado lo que su vecina hacía, tratando de no parecer demasiado tiquismiquis.
Cuando Gemma se dio cuenta de que Helka estaba agobiada de verdad, dejó a un lado su instinto animal y la miró con preocupación. Quizá subir a la azotea había sido una mala idea, y más sabiendo que el ascensor había fallado varias veces en aquella misma semana.
«Eres lo peor, Gemma.»
Aun así, no podía apartar la mirada de la tela que se ajustaba a su cuerpo como un guante ni era capaz de deshacerse de la excitación, que parecía consumirla tan rápido como el oxígeno en aquel ascensor. Tragó saliva y, en un intento por disimular, dijo:
―¿Qué suele relajarte?
―No sé, ahora no puedo pensar. ―Se agarró la cabeza con las manos, hiperventilando.
―¿Qué haces cuando estás muy nerviosa? ―insistió Gemma.
―No sé. Bueno, a veces…
―¿A veces…?
―A veces me masturbo ―Con aquella confesión, toda la sangre del cuerpo de la finlandesa se acumuló en sus mejillas, y bajó la mirada.
Gemma rio, en parte restándole importancia y, en parte, porque ver a Helka sonrojándose de aquella manera le pareció precioso y sumamente íntimo. El rubor que tiñó su rostro combinaba a la perfección con su pelo rojizo y su piel pálida, dándole un aire más inocente si cabía. Y es que, a la morena, aquel rasgo en una chica le volvía loca.
―No tienes de qué avergonzarte. Yo también lo hago ―confesó.
La pelirroja levantó la vista y se tropezó con la mirada cálida de su vecina. Fue la primera vez en toda la noche que sus ojos se encontraron de verdad y se dijeron de todo. De pronto, Gemma comprendió que la chica era muy vergonzosa y tenía miedo de dejarse conocer, a pesar de que la atracción era mutua, y Helka fue consciente de que la morena llevaba meses pillada por ella.
Entonces, sus labios se encontraron a medio camino y se besaron con lentitud y firmeza. El oxígeno dejó de importar, los nervios desaparecieron, y las manos de Gemma se posaron cautas en la cintura de su vecina. Descendieron tan despacio, hasta descansar en sus caderas. Se separaron brevemente, solo para tomar algo de aire, y volvieron a la carga poco después en un nuevo beso, esta vez más apasionado. Acortaron la distancia que separaba sus cuerpos, pegándose lo máximo posible. Ya no hacía calor, pero sí había una fuerte necesidad de sentir la anatomía de la otra contra la suya propia.
«Piiiip, piiiip, piiiip», pero ambas lo ignoraron.
La mano de Gemma se coló bajo la cinturilla de los pantalones elásticos de Helka, en busca del cierre del body. Siguió la tela de terciopelo hasta que llegó a su intimidad, caliente y húmeda, incluso con esas dos prendas de por medio, y desabrochó los botones. Luego apartó la tela a un lado y se hizo un hueco en sus bragas de encaje, suspirando, al notar cómo su dedo resbalaba por sus pliegues con una facilidad pasmosa.
―Dime cómo lo haces ―le susurró Gemma al oído, tanteando la zona.
La finlandesa cerró los ojos y acalló un gemido. Se escondió en el cuello de su vecina para murmurar muy cerca del oído:
―Así… y luego entro dentro.
La morena asintió y siguió sus instrucciones. Lubricó dos de sus dedos y pronto dio con su entrada. La acarició en círculos para prepararla y los introdujo con lentitud, moviéndolos poco a poco. Jadeó en su oído presa de la excitación mientras la miraba de reojo. No sería capaz de olvidar sus facciones teñidas por el placer…
«Buenas noches, acaba de contactar con el centro de emergencias de ascensores –dijo una voz, a través del intercomunicador–. ¿Qué sucede?»
Ya puedes leer el desenlace aquí: Primero con ascensor (2) – Relato erótico lésbico
Sigue disfrutando con los mejores relatos lésbicos