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Sagitario (1): La cresta de la ola
Cuando Ainhoa le dijo a todo el mundo que dejaría su frenética rutina en la ciudad para recorrer el país en una furgoneta, a nadie le sorprendió. Sin embargo, mientras metía toda su vida en tres cajas de cartón, se preguntó si estaba tomando la decisión correcta. El miedo inicial se fue transformando en la sensación de que iba a enfrentarse al mayor desafío de su vida, y eso le motivaba mucho. Desde hacía años, se sentía atrapada bajo la luz de los semáforos, atada a un trabajo en una oficina que no le aportaba nada y, por ello, la idea de ser libre y dejarse llevar por las aventuras que le deparase un futuro impredecible le resultaba muy seductor.
Después de poner en orden todo lo necesario, se había dedicado a camperizar una furgoneta hasta que la sintió como su hogar. Ahora vivía en una Citroën Jumper por fuera y una minicasa con decoración minimalista por dentro.
En los tres meses que llevaba de vida nómada, había recorrido gran parte del norte de España y conocido a gente muy diversa. Maya ocupaba ahora el asiento de copiloto de su furgoneta, mientras se dirigían a Vitoria-Gasteiz y era, sin lugar a dudas, la persona más interesante con la que había coincidido.
Se habían cruzado por primera vez cuando ella hacía autoestop cerca de Zarautz y, a Ainhoa, verla con una tabla de surf le dio confianza, aunque no supo bien por qué. En tan solo unos minutos de charla parecía que se conocían de toda la vida y, lo que iba a ser un trayecto corto, se convirtió en un viaje de varias semanas. Luego, en su nueva compañera de viaje.
Aquella tarde el sol se negaba a bajar. Después de varios días de cielos encapotados, había amanecido despejado y arañaba los últimos rayos de luz diurna. Se habían pasado medio camino hablando de grandes éxitos musicales y, ahora, con los grandes éxitos de The Cranberries inundando el vehículo, se había hecho el silencio. Maya tarareaba bajito los estribillos y Ainhoa la miraba de soslayo cuando la carretera se lo permitía. Incluso sin despegar la vista del asfalto, en su visión periférica podía ver el rosa que teñía el pelo largo y ondulado de la surfista. Incluso oler aquel aroma que parecía una mezcla de madera y salitre. Maya hablaba muy poco de sí misma, pero no le hacía falta contar demasiado porque emanaba confianza y carisma. Aun así, tenía una respuesta para casi todo.
—Me he dado cuenta de algo.
—¿De qué? —Maya se acomodó mejor en el asiento. Se quitó las botas sin necesidad de usar las manos y puso los pies encima del salpicadero.
—Antes me pasaba muchísimo tiempo en las colas de los supermercados. Desde que vas conmigo y me dices cuál es la mejor, siempre acabamos en la más rápida. ¿Cuál es tu secreto?
Ainhoa desvió los ojos de la carretera tan solo un instante para establecer contacto visual, luego volvió a centrar su atención en la calzada. Escuchó la risa contagiosa de la surfista y, aunque no la veía, supo que ponía esa sonrisa socarrona que tanto le gustaba.
—¿Y te acabas de dar cuenta de eso ahora mismo, mientras suena Just my Imagination?
—No, lo he pensado antes mientras estábamos en el súper, pero lo estaba analizando ahora —Hizo una pausa y repitió la pregunta—. ¿Cuál es tu secreto?
—Teoría de las colas. Algo muy curioso que aprendí en la universidad.
—¿Qué estudiaste?
—Solo estuve un tiempo en la universidad. Me quitaba las ganas de vivir.
El resol del atardecer bañó el interior de la furgoneta y también un silencio raro que las había acompañado a lo largo del día. A pesar de los varios intentos por parte de Ainhoa para que todo pareciera normal, algo había cambiado desde aquella madrugada, cuando la conductora había sorprendido a Maya masturbándose bajo las sábanas.
Entonces ya dormían en la misma cama por comodidad, aunque los primeros días la surfista se las había arreglado con un colchón hinchable. Aquella noche, Ainhoa le daba la espalda y Maya aprovechó para deslizar la mano bajo sus bragas con toda la discreción de la que pudo hacer acopio. Estaban húmedas y, su clítoris, duro. Hizo lo posible por no hacer un solo ruido, pero unos suaves gemidos despertaron a su compañera. Ella se giró, preocupada, y se encontró con aquel panorama.
A pesar de que la escena no daba lugar a confusión, ambas fingieron que nada había ocurrido. Maya simplemente se hizo la dormida y se dio la vuelta en la cama. La conductora, en cambio, tuvo que hacer un gran esfuerzo por olvidar lo que acababa de presenciar. Ella también quería tocarse, aliviar esa sensación abrasadora que la recorría desde que había conocido a la chica.
Ahora la carretera requería toda su atención porque habían entrado en poblado, pero tan solo el recuerdo de aquella noche había logrado excitarla de nuevo. Se removió en el asiento, disimulando, y fingió concentración mientras le daba al intermitente antes de salir de la rotonda.
—Yo estudié Económicas. Un aburrimiento, aunque se cobra bien —Ainhoa rompió el silencio. Si miraba un poco a la derecha podía ver las medias de rejilla que Maya llevaba bajo los shorts tejanos, así que se concentró en la velocidad a la que iba el vehículo. Cuarenta por hora.
—¿Sabes qué es lo que más disfruto aprendiendo? Y no se enseña en la universidad —le dijo la surfista, que parecía que acababa de incorporarse a la conversación.
—Dime.
—Cómo son las personas: dime cuándo naciste y te diré cómo eres.
—Nací el 30 de noviembre. Soy Sagitario, por si te lo preguntas.
Maya rio y luego dijo:
—Era una forma de hablar. Ya sabía que eras Sagitario desde el principio.
Todavía perpleja, Ainhoa entró en un descampado y aparcó la furgoneta. Harían noche allí.
—A ver si me conoces tanto como crees —la retó y, acto seguido, apagó el motor del vehículo. Se giró para quedar frente a Maya y la miró a los ojos.
—Eres lista, sincera, optimista, modesta, tienes buen humor —Fue enumerando con la ayuda de sus dedos—. Pero lo mejor es que anhelas la libertad y, cuando la tienes, la atesoras. Algunos dirán que eres superficial, incluso descuidada, pero no se trata de eso. Tienes tus prioridades: vivir aventuras y tu propia ética —Llevó la mano al rostro de la conductora y le acarició la mejilla.
Ainhoa asintió, le dio pie a seguir.
—Sea como sea, necesitas una sola cosa en esta vida. Sentirte libre, sin ataduras.
—Eso es cierto. A ver, ¿y qué más sabes?
Maya dejó ir una risita, se colocó el pelo y centró su mirada en los labios de Ainhoa. En el altavoz había comenzado a sonar Animal Instinct, y algo así fue lo que comenzó a ver en los ojos de Maya.
—Que te mueres por besarme.
Sin dejar un solo segundo para la duda, la surfista agarró a la conductora por el cuello y dejó que sus labios impactaran en los de ella. Se hundieron en un beso sincero, necesitado y tan poderoso como toda la energía que se mueve en la cresta de una ola.
Continuará…