Relatos lésbicos

Primero con ascensor (2) – Relato erótico lésbico

Deléitate con esta historia erótica de Thais Duthie. El desenlace de Primero con ascensor o el relato de las dos vecinas atrapadas en el ascensor.

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Primero con ascensor (2) – Relato erótico lésbico

«Buenas noches, acaba de contactar con el centro de emergencias de ascensores –repitió la voz del intercomunicador–.  ¿Le puedo ayudar en algo?»

A Gemma, la voz del intercomunicador le llegó casi amortiguada, como si estuvieran en otra dimensión. Era música de fondo, nada importante, nada que pudiera hacerla detenerse. Porque mientras sus dedos fueran entrando y saliendo rítmicamente en el cuerpo de su vecina, no podía imaginarse algo que la obligara a parar.

Helka, por el contrario, oyó a la perfección aquella voz femenina, pero decidió ignorarla. Ella tampoco podía pensar por qué debería dejar de gemir, si lo estaba pasando tan bien. Lo que sí hizo fue acallar sus gemidos con fuertes mordiscos en el cuello de la morena, no fuera a ser que la mujer al otro lado del ascensor la oyera.

Sin pretenderlo, aquel gesto se volvió extraordinariamente sensual e íntimo, porque Gemma comenzó a jadear tan bajito como podía, y en cuestión de segundos lo único que se oía era el sonido húmedo de sus dedos penetrándola.  De pronto, salir de aquel cubículo ya no era una prioridad. Le faltaba el aire, claro que sí, pero no era porque en aquel metro cuadrado se estuviera acabando el oxígeno.

«Hola, ¿hay alguien ahí?».

―Dime… ¿cómo te tocarías ahora? ―le susurró la morena al oído, con una voz muy ronca.

«Piiiip» –la chica del intercomunicador había desistido.

La finlandesa resopló y sintió cómo el calor se instalaba en sus mejillas. Abandonó su cuello, el escondite que le había permitido permanecer muda un par de minutos, y miró fijamente a su vecina. Sus ojos conectaron al instante y se perdieron la una en la otra. Helka notaba cómo su corazón latía muy muy rápido, y pensó que lograría ralentizar la velocidad si le daba una respuesta:

―Me acaricio ―murmuró a centímetros de su boca―. Los pechos.

Gemma ahogó un gemido y prácticamente se abalanzó sobre ella en busca de sus labios, y sacó los dedos de su interior. La finlandesa gruñó por ese frenazo brusco. Sus lenguas volvieron a encontrarse y se exploraron una vez más, mientras la morena bajaba la cremallera de la parte trasera del body de su compañera.

Cuando lo consiguió, le quitó las mangas por los brazos y lo bajó hasta su cintura. El beso, que había empezado como uno pasional, iba tornándose cada vez más sensual y necesitado.

Helka movía las caderas contra las de su compañera de forma errática y desesperada, sin poder soportar un minuto más aquel fuego abrasador, que parecía consumirla desde su bajo vientre. A Gemma parecía divertirle la escena, hasta el punto de acariciar su escote recién descubierto con una lentitud exasperante. La pelirroja gruñó una vez más, y Gemma podría jurar que acababa de encontrar su nuevo sonido favorito.

―Vuelve dentro, por favor ―le pidió, esta vez sin bajar la voz ni ser políticamente correcta. Ya no había nadie que pudiera oírlas. Por si aquella súplica no hubiera sido suficiente, enredó los dedos en su pelo, alentándola a seguir.

Sin más miramientos, la morena apartó las copas del sujetador que cubrían los pechos de su vecina y descendió para meterse uno de ellos en la boca. No esperó a una reacción por su parte: coló la mano entre sus piernas y entró en ella de nuevo, embistiendo ahora con más fuerza. Helka gritó demasiado cerca de su oído, pero no le importó, y cambió al otro pecho para atenderlo como al primero.

―Gemma… Me excita cuando me observas, me excita cuando me tocas.

La aludida detuvo los movimientos por unos segundos, mientras intentaba evaluar cuál de las dos cosas le gustaba más a su vecina. La que parecía haberla ignorado hasta aquel día, ahora se derretía en sinceridad sensual. ¿Significaba algo? ¿Tendría que parar y mirarla mientras ella se masturbaba? ¿Era eso lo que le estaba diciendo?, se preguntaba Gemma, cuando un nuevo gruñido de la finlandesa la arrancó de sus pensamientos y retomó la cadencia de antes. Incorporó el dedo pulgar para masajear su centro y, por un instante, volvió a dudar de lo que Helka le había dicho. Pero le dio igual, lo importante es que estaba muy cerca del clímax.

Tan cerca que ignoró el cansancio de su brazo, la posición incómoda y el calor que tenía. Pensó solo en complacerla, y así lo hizo poco después. La pelirroja se corrió en sus dedos, mientras tiraba de su pelo con fuerza, porque tenía toda la pinta de ser un orgasmo intenso.

Después de aquello ambas se quedaron varios minutos en silencio, dejando que sus respiraciones se acompasaran y sus latidos fueran recuperando poco a poco un ritmo más lento. Luego, Helka buscó los ojos de Gemma de nuevo, y luego sus labios, para dejar un beso suave sobre ellos, y le dijo:

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―¿Intentamos subir a la azotea o prefieres observarme a través de la mirilla?

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