Relatos eróticos

Libra (2): La Princesa del Zodiaco – Relato lésbico

Érica ha conseguido entrar en el privado de una streamer, La Princesa del Zodiaco, que, ahora, tiene un dildo entre sus manos. Este es el muy excitante desenlace de esta historia lésbica, escrita por Thais Duthie.

Si te perdiste la primera parte, puedes empezar aquí: Libra (1): La Princesa del Zodiaco – Relato lésbico

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Libra (2): La Princesa del Zodiaco

—Me alegra que nos encontremos de nuevo, mi Libra favorita —aseguró contra el micrófono—. He visto tu nombre entre los espectadores. Hacía días que no sabía de ti, te echaba de menos —añadió con un puchero.

Érica sintió mariposas en el estómago y escribió en el chat con impaciencia:

«Yo también te echaba de menos. He estado un poco ocupada».

Mintió, pero ¿cómo podía decirle que mantenerse alejada de ella había sido su intento por vencer las ganas de traspasar la pantalla? Intento que terminó en derrota, claro estaba. Pero si aquello era el fracaso, pensaba, bendito fracaso. La tez pálida de la pelirroja estaba surcada por sombras y haces de luz causados por la lámpara, y con cada movimiento de sus caderas contra la punta de un dildo realista el aspecto de su piel cambiaba. Lo había incorporado al juego a media tarde, cuando el sol se estaba poniendo y un rayo rojizo acariciaba parte de su cuerpo. El chat se había caldeado de repente y un montón de participantes dejaron de ser respetuosos. Ahora Érica podía ver cómo sus labios íntimos rodeaban el juguete y jugaban a atraparlo y a expulsarlo. Sus senos, recién descubiertos por el corpiño, se balanceaban también con los pezones erguidos.

—La última vez te dije que las libra sois de mis favoritas. Encantadoras, sociables, idealistas, pacíficas y románticas. Os gusta la belleza y la armonía… —El dildo entró un poco más y ella gimió en medio de la frase—. Os encanta el placer.

«Hasta ahora creo que has acertado con todo».

La mano de Érica temblaba, igual que todo su cuerpo. Tuvo que borrar y volver a escribir varias veces para que fuera inteligible. Había perdido la noción del tiempo, del espacio y de sí misma. Tan solo podía mirar la pantalla y moverse contra su mano, ya mojada, bajo el pijama.

—Dime por qué letra empieza tu nombre. Ya nos hemos masturbado juntas muchas veces, ¿no crees que merezco saberlo? —De nuevo, aquel puchero que acababa con el ápice de cordura que a ella le quedaba dentro.

«Está bien».

—Comenzaré a acariciarme desde el cuello mientras digo cada letra y tú me pararás cuando llegue a la tuya. ¿Te parece bien?

Acto seguido y, sin esperar a que ella contestara, la pelirroja comenzó a trazar una línea invisible desde la base de su largo cuello. Las yemas de sus dedos serpenteaban cuerpo abajo, como si tuviera su propia topografía. Pensó que podría estudiarla y crear su mapa particular, ampliando el que ya tenía de ella en su cabeza.

—A, be, ce —Recitaba cada letra con parsimonia, parándose en distintos puntos estratégicos. Gemía entre sonido y sonido—. de, e…

Estaba justo sobre su ombligo.

«Para».

—¿Es la e? Te pega. Apuesto a que hoy hubieras preferido que tu nombre empezara por zeta —rio suave y miró a cámara otra vez—. ¿Sabes? No te conozco, pero siento que sé mucho sobre ti.

«¿Ah, sí? ¿Como qué?».

—Te va experimentar, Libra con e. Quieres que cautiven tu mente, eso sí. Que jueguen un poco con ella, que no te lo pongan tan fácil —Sin previo aviso, su mano empujó el dildo y se deslizó en su interior. Profirió un sonido gutural y se arqueó por completo. Le llevó unos segundos volver a mirar a la pantalla para leer la respuesta.

«¿Qué más?».

—Necesitas que exista una conexión, ¿no es cierto? —La princesa del Zodiaco se acomodó mejor. Apoyó la espalda en el cabecero de la cama y se aseguró de que en la cámara se veían sus piernas abiertas y también su rostro. En su mirada se entremezclaban picardía e intensidad—. Y cuanto mayor sea, más placer sientes. Por eso estás aquí.

La mujer se sintió descubierta. Por un instante olvidó que estaba resguardada por una pantalla, en la oscuridad de su dormitorio. Olvidó que la opción de bajar la tapa del portátil existía. Si había una realidad, era aquella en la que estaba hablando con la pelirroja.

«Tocada».

—Hazlo conmigo, Libra con e, estoy a punto —Sus palabras ahora sonaban cargadas de necesidad. Gimoteó mientras esperaba contestación.

Érica estaba absorta. No había nada que pudiera sacarla de aquel estado de trance, nada más allá de la voz y los gestos de la chica. Se movía como si lo hubiera hecho miles de veces y, al mismo tiempo, conservaba una inocencia que la cautivaba.

«Yo también estoy a punto».

Le gustaba cómo se sonrojaba cuando estaba cerca del orgasmo y la forma en que sus piernas temblaban sin control. Se lo había memorizado y sabía qué pasaría y cuándo. Así que al ver cómo sus músculos se contraían, ella metió también la otra mano bajo el pantalón para acelerar el proceso y acompañó el vaivén, como si no fueran sus dedos los que rozaban su clítoris en bucle, sino el sexo de la Princesa del Zodiaco. Érica gimió en cuanto la chica lo hizo y, esta vez, se arrojó al clímax. Aunque nunca había saltado en paracaídas, pensó que la sensación que se le adueñó entonces debía de parecérsele mucho.

Quería seguir mirando la pantalla, porque cada músculo de la pelirroja se tensaba, pero sus ojos se cerraron sin más. Le pareció ver un cielo estrellado bajo los párpados y cada una de las estelas de luz que formaban parte de aquel panorama se propagaron por su anatomía. Apenas había recuperado el aliento cuando escuchó la voz de la Princesa del Zodiaco.

—¿Libra? ¿Sigues ahí? —le costaba hablar y sus piernas todavía se sacudían con los restos del orgasmo.

«Ha sido espectacular. Gracias».

La chica sonrió complacida y, aún con su pecho subiendo y bajando, se sentó sobre la cama y miró al objetivo de la webcam una última vez.

—Gracias a ti. Me dijiste que vivimos en la misma ciudad, ¿te gustaría tomar algo un día?