Relatos eróticos

Placer a domicilio (1): La repartidora – Relato lésbico

Disfruta de esta nueva historia de Thais Duthie sobre una mujer «adicta» a los juguetes eróticos. Al final del relato, encontrarás los enlaces a los artículos sobre los masajeadores que se describen.

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Relatos eróticos

Placer a domicilio (1): La repartidora

Nunca unas pocas palabras habían dado para tanto. Seguía releyéndolas una y otra vez en la pantalla del móvil, aunque ya estaban grabadas en mi memoria: «Recibirá su pedido entre las 18:00 y las 18:30». Miré una vez más el reloj que colgaba de la pared, donde la manecilla larga se acercaba con pereza al seis.

En casa una penumbra agradable transformaba los muebles en sombras, una lámpara de sal proyectaba una luz cálida de la que disfrutaba las tardes de otoño. Aquel día, no obstante, el nerviosismo me carcomía y no solo por el paquete que iba a recibir, sino por quién iba a entregármelo.

Llevaba en aquel piso más de diez años, desde que entré compartiéndolo con dos amigas de la universidad para repartirnos los gastos. Primero se fue una y luego la otra, y aproveché mi nuevo puesto como bióloga en un laboratorio para hacer frente al alquiler sin ayuda. Vivir sola fue un desafío al principio, luego comencé a disfrutar de la soledad. Me acostumbré a la rutina y me instalé en ella bastante tiempo, hasta que se volvió aburrida. Y, entonces, di con una marca de juguetes eróticos de alta gama que aseguraba darme la dosis de diversión que necesitaba.

Como fiel defensora del comercio local, en muy contadas ocasiones compraba por internet, pero hacerlo en una tienda erótica era otra historia. En mi primer pedido en línea me atreví con una discreta bala vibradora y, después de aquella experiencia tan excitante, fui aumentando mi colección. Incorporé un conejito vibrador, un masajeador que vibraba al sonido de la música y… un estimulador con ondas sónicas que me trajo ella por primera vez. Oír su voz al telefonillo pronunciando mi nombre me provocó un escalofrío, pero cuando la vi allí, en el umbral de la puerta, sentí que se trataba de atracción a primera vista.

A pesar del polo naranja de su uniforme que parecía acaparar la atención, me fijé en todo. En su pelo rubio oscuro y ondulado que caía por sus hombros, en sus ojos verdes, en las pecas que salpicaban sus mejillas, en la sonrisa que me dedicó al entregarme el paquete… Se me congelaron las manos de tal manera que la caja cayó al suelo y ella, por hacerme el favor, se agachó a recogerla. En ese momento pude observar la forma de su trasero bajo el pantalón, lo tonificados que tenía los brazos y, desde luego, lo amable que era. Aquel fin de semana me masturbé con mi nuevo estimulador pensando en aquella repartidora e imaginando que las ondas sónicas eran, en realidad, la sensación de sus labios rodeando mi clítoris con vehemencia.

A los pocos días volví a comprar un nuevo juguete y también ella lo repartió. Y seguí haciendo un pedido tras otro a la misma marca para asegurarme de que lo traería ella, disfrutando de los orgasmos y de las entregas. Degusté cada segundo en la puerta para luego crear mi propia fantasía que tenía lugar tan solo en mi mente. Mientras, recogía tanta información como podía sobre la chica: se llamaba Ada, tenía veintiocho años y acababa de entrar a trabajar de repartidora en aquella empresa.

Me volví adicta a comprar nuevos juguetes eróticos, aunque no sabía del todo qué me motivaba más: si la tecnología de placer que se escondía en cada artilugio, volver a ver a Ada o la potente combinación de ambos que ocurría cuando me masturbaba. Siempre estaba muy atenta a las novedades, así que al enterarme del lanzamiento de un nuevo masajeador de triple estimulación hice el pedido enseguida.

Tenía que llegar aquella tarde y estaba segura de que, como siempre, Ada repartiría el paquete. Me había puesto unos leggins de polipiel que utilizaba a menudo y una camiseta básica blanca; casual pero sexy. Ya pasaban de las seis y media y me extrañó, la repartidora nunca se retrasaba. Pensé en prepararme un té para calmar los nervios y, justo cuando la tetera comenzó a hervir, sonó el timbre. Escuché mi nombre desde la calle, a pesar del ruido de fondo la voz de Ada me provocó lo mismo que una caricia. Presioné el botón, me coloqué el pelo frente al espejo del recibidor y abrí la puerta para esperarla delante del ascensor.

—Perdona por la tardanza, esta vez he querido dejar tu paquete para el final porque siempre nos quedamos hablando. Es el último y acabo mi turno —dijo divertida mientras cerraba la puerta del ascensor.

—Tranquila, ya sabes que cuando un paquete está en reparto no me muevo de aquí.

Cogió su tablet y tocó varias veces la pantalla antes de mirarme a los ojos por primera vez esa tarde. Me pareció descifrar una expresión de sorpresa en su rostro, que enseguida recuperó su habitual sonrisa.

—Estás muy guapa, ¿sales hoy?

—No, últimamente prefiero quedarme en casa. —Mi voz, aunque prometía sonar segura mientras ordenaba las frases en mi mente, salió algo críptica.

Ada miró al interior del piso y señaló la oscuridad.

—¿Tú sola?

Asentí, mientras firmaba con el dedo en la tablet y tomaba el paquete que Ada me tendía. Estaba tan nerviosa que a duras penas había hecho algo un poco parecido a mi firma. Además, el paquete amenazaba con escapárseme de las manos como la primera vez que nos vimos.

—¿Será hoy el día en el que presencie el unboxing de estos paquetes misteriosos? Te prometo que no he buscado el remitente en internet para respetar tu intimidad, pero me da mucha curiosidad. —Hizo una pausa para conectar su mirada con la mía y luego añadió—: Me encantaría que quisieras mostrármelo.

Había algo distinto en la forma en que me hablaba aquel día, sonaba más interesada, más intrigada. Sus ojos ahora estaban clavados en mi boca cubierta de gloss y deseé que me acercara a ella y me besara. Sin más. Luego volví al presente, recordé que mi entrega era la última de su jornada. Guiada por las señales que me parecía percibir, di el paso.

—¿Quieres entrar?

—Por favor —respondió mientras me seguía al interior del piso y cerraba la puerta tras de sí.

Encendí la lámpara de pie para que viéramos mejor, me hice con un cúter y nos guie al sofá. Bajo la atenta mirada de Ada, corté la cinta adhesiva con las manos temblorosas. Ojalá no se diera cuenta. Abrí el paquete con el corazón latiéndome desbocado en el pecho, y fingí suma concentración al abrir la caja. Deseé con todas mis fuerzas no espantarla, cuando de pronto me arrancó los miedos de golpe.

—Espera, esa caja me suena.

—¿En serio?

—Tengo un juguete de esta marca. Me lo regalaron mis amigas por mi cumpleaños —explicó.

—Menos mal que no te has asustado —confesé.

—Pocas cosas me asustan. ¿Todos los paquetes eran… juguetes?

—Todos.

Ada se fijó en la caja que había en mis piernas. Un artilugio púrpura con forma de interrogante se ocultaba en el paquete: parte dildo, parte succionador. Recordé cómo lo presentaban: «un espectacular masajeador sónico de triple acción». Me excité todavía más solo de pensar en utilizarlo. En silencio, lo saqué de su elegante estuche y acaricié la superficie suave. La lámpara de sal se reflejaba en el acabado metálico mate del juguete.

La repartidora lo tocó también y deslizó los dedos por la superficie del masajeador hasta que encontraron los míos. En respuesta, acortó los pocos centímetros que nos separaban y unió nuestros labios. Fue un beso corto pero intenso, más bien un preludio de lo que estaba por venir. Como sellar un pacto, la promesa de que, entre las dos, había mucho más que entregas. Clavó los ojos en los míos todavía muy cerca de mi boca y, con la voz algo ronca, pidió:

—Enséñame cómo se usa.

Ya puedes leer el desenlace aquí: Placer a domicilio (2): La repartidora – Relato lésbico

Los juguetes eróticos del relato:

Las batallas del placer (I): HULA Beads vs LYLA 2 o «Las Esferas» contra «La Bala»

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