Ya puedes disfrutar del desenlace de este excitante relato lésbico.
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«I told you» (2): La profesora
Tener un lío con mi antigua profesora de inglés y actual profesora de mi hija había sido sorprendente, inevitable… y muy placentero. Charlotte era sexy, amable, inteligente y tenía un punto tímido que me volvió loca desde la primera vez que la vi en las clases para adultos. Ahora que nos conocíamos lo suficiente, el rubor y los balbuceos habían desaparecido, por eso jugar a ser casi desconocidas me resultaba tan excitante. Aquel reto había sido cosa de las dos, como la apuesta: ¿seríamos capaces de fingir que no nos conocíamos apenas? Yo creía que sí, ella estaba segura de que no podríamos vencer las ganas de sentir nuestros cuerpos desde el principio.
Sin embargo, ahora que estaba allí me daba cuenta de que, tal vez, Charlotte tenía razón. El recuerdo de hacía dos noches, cuando fui a llevarle la cena al despacho y acabamos haciéndolo sobre la mesa tiraba por los aires mis intenciones de disfrutar a fuego lento en esta ocasión. La quería ya, y por mucho que intentase convencer a mi cuerpo de que el slow burn, como lo llamaba ella, podía ser muy estimulante, pero yo la necesitaba ahora.
El libro que buscaba la profesora parecía haberse esfumado, aunque ya no importaba. Quizá ni siquiera existía. Las manos de Charlotte ya no tanteaban en la estantería, sino que se sostenían con firmeza en el escritorio presa de la tensión entre ambas. No me hacía falta ver su rostro para saber que tenía los ojos cerrados, y que aquella respiración pesada era señal de que su excitación crecía por momentos. La tomé de la cintura para que quedásemos frente a frente y la miré a los ojos unos instantes. Eran de un color que solo había visto una sola vez: en un viaje al mar Egeo.
Bajé la vista a sus labios, que estaban entreabiertos y parecían tan jugosos como siempre. Llevé mi mano al inferior, dejé que las yemas de mis dedos lo acariciaran con suavidad. Gimió, y hundí mi índice en su boca. La profesora transformó su mirada dulce en una más retadora al tiempo que atrapaba mi dedo con su boca. Lo chupó, lo succionó y me desafió sin siquiera pronunciar una palabra. Acto seguido, tomó mis muñecas, dispuesta a hacerse con el control, pero fui más rápida y la sostuve de las caderas. Hice que quedara sentada en la mesa y, de un movimiento rápido, alcé su falda hasta su cintura.
Sus bragas eran de encaje blanco. Aunque me encantaba aquella prenda, las hice a un lado con rapidez. La anticipación me consumía a cada segundo que pasaba, como si estuviéramos perdiendo un tiempo valiosísimo. Así que mis dedos, atrevidos, se deslizaron por sus pliegues húmedos y gemimos al mismo tiempo. Ella por el contacto, yo al saber que era responsable de su excitación. Prácticamente me resbalaba entre sus piernas y las manos de Charlotte me alentaban a explorar más clavando las uñas en mis hombros. Acaricié su clítoris con insistencia con pequeños aleteos. Primero suave, luego más intenso, hasta que sentí cómo aquel órgano tan solo destinado al placer se endurecía entre mis dedos. Aquello era lo que había querido todo el día.
El sonido de una alarma nos interrumpió y la profesora se dio prisa en apagarla en su reloj inteligente. Resopló. Nos miramos con la respiración entrecortada, acto seguido dejó en beso rápido en mis labios antes de decirme:
—Cinco minutos.
—Puedo hacerlo en cinco minutos —le aseguré. Otras veces lo había hecho en menos tiempo.
Todavía con los ojos de Charlotte clavados en los míos, hundí dos de mis dedos en su interior. Pude ver cómo los entrecerraba y su boca se abría mientras emitía un gemido gutural. Curvé índice y corazón dentro de ella, dejando que la estimularan en pequeñas ondas, como sabía que más le gustaba. Ella rodeó mi cintura con las piernas para que me acercara más a su anatomía y dejé caer el peso de mi cuerpo contra la mano para conseguir una penetración más profunda.
Me ayudaba de mis caderas para embestirla una y otra vez, sin olvidar aquel movimiento que parecía derretirla por dentro, como ella a mí tan solo con mirarme. Seguía haciéndolo como en un desafío, mientras que yo la sentía más húmeda a cada momento que pasaba, su clítoris estaba hinchado contra mi pulgar. La frecuencia de sus gemidos me indicaba cómo de cerca estaba, y la tomé como referencia. Aumenté la velocidad y la penetré más hondo, hasta que mantuve mis dedos dentro y dejé que buscaran el punto exacto que le haría alcanzar el orgasmo. Lo conocía tan bien como la ciudad en la que crecí.
Charlotte apoyó la cabeza en mi hombro y mordió el lóbulo de mi oreja al mismo tiempo que lo que parecía un fuerte clímax la atravesaba. Se tensó por completo, por dentro y por fuera, y luego, de pronto, aflojó. Dejó que el placer la invadiera y relajó el agarre de sus piernas. Le temblaban las extremidades y jadeaba como si acabara de correr el maratón más largo de su vida.
—You’re such a bad girl… —me susurró al oído, algunas palabras sonaban entrecortadas. Lamió el lugar cerca de mi oreja donde acababa de morder, arrancándome un escalofrío que me recorrió de pies a cabeza. Apenas había terminado de pronunciar la última palabra cuando aquel molesto sonido volvió a interrumpir lo que estábamos compartiendo.
—I told you, didn’t I? Puedo hacerlo hasta en tres —prometí. Pero también era un desafío, tal vez para probarlo la próxima.
Retiré los dedos de su interior y, con mi mano libre, le acomodé el pelo. Un rubor delator cubría sus mejillas y su pecho todavía subía y bajaba sin control. Ella se bajó de la mesa, se colocó la falda y se alejó un poco de mí, como preguntándome si estaba presentable. Asentí, aunque solté una carcajada al darme cuenta de que sus manos todavía temblaban por los vestigios de un orgasmo intenso. También quería sus dedos dentro, pero el tiempo se había agotado. De momento.
—Ahora tengo que dar mi clase así —se quejó, fingiendo molestia—. Espérame aquí… quiero que sea un juego justo.
Me echó una mirada divertida y salió del despacho sin mirar atrás. Cuando se cerró la puerta, me llevé los dedos a la nariz, donde permanecía el aroma de su excitación. Mi corazón se aceleró ante la sola idea de volver a verla. A sentirla. Agarré mis cosas y fui tras ella. Aquella noche, Charlotte volvería a tenerme como alumna.