Si no lo hiciste, te recomendamos leer la primera parte aquí: Tiempo de latencia (1): La investigadora – Relato lésbico
Me remuevo en el sillón y dejo que la escena que Irene ha creado para mí me envuelva por completo. Decido guiarme por el improvisado experimento, olvidándome de las cintas negras que rodean mis dedos, de la pulsera de mi mano derecha, y llevo la izquierda debajo de mi falda. Me acaricio la cara interna de los muslos ante la mirada de mi cita, hasta que mis dedos se extravían en mi centro. Es entonces cuando ella se acerca, todavía moviéndose sinuosa con la música, y se quita la cremallera frente a mí, a la altura de mis ojos. Observo cómo se deshace del pantalón y, sin el más mínimo atisbo de duda, se sienta a horcajadas sobre mí.
—Hagamos que te actives de verdad —susurra contra mis labios, y luego me besa igual que la primera vez. Siento cómo su deseo me envuelve al tiempo que sus caderas comienzan a moverse ya no al ritmo de la música, sino al ritmo de mi excitación.
Ronroneo en su boca y dejo que nuestros cuerpos se mezan como lo haríamos si nos arrastraran las olas del mar en un día de fuerte oleaje. Mis manos arden por tocarla, y las deslizo por la piel suave y cálida de sus piernas cuando ella toma la derecha para mantenerla quieta y evitar que los cables del dispositivo se enreden. Deseo tener ambas libres y poder tocarla de la forma en que quiero, y me pregunto si esta restricción es una venganza por nuestra cita anterior, cuando Irene estaba a punto de llegar al orgasmo y lo frené un par de veces antes de complacerla de una vez por todas. Recuerdo sus gemidos contra mi oído, un escalofrío me recorre de arriba abajo. Quiero volver a sentirla así. Me río por lo bajo ante la idea de que sea una vendetta, y me rindo. Que sea a su manera esta vez.
Con los dedos libres, los que puedo mover, trazo un camino que se me hace eterno hasta su ropa interior. Lleva unas bragas de plumetí de color burdeos, y ver cómo la tela semitransparente deja a la vista parte de su sexo seguro que provoca que la línea de la gráfica ascienda a cada segundo. Sin embargo, no miro la pantalla e ignoro mi mano cautiva. Clavo mis ojos en los de Irene, cuyo rostro es ahora el que se sonroja, y busco su boca una vez más. Nos fundimos en un beso apasionado y profundo, un juego por el control que hoy pierdo de buen grado.
Al poco, siento que mis medias ya no me quitan el frío del ambiente, sino el calor que emana el cuerpo de Irene. Se lo susurro al oído, desesperada por besarla más, sentirla más, tocarla más, y se levanta tan solo un momento para ayudarme a deshacerme de las medias y de la falda. Aprovecha y se quita el jersey y el sujetador del conjunto, dejando al descubierto sus senos. Luego regresa a la posición, ese lugar privilegiado sobre mí y gimo ante el primer contacto de sus pezones en mi boca. Mi cuerpo, con una prodigiosa memoria táctil, recuerda al instante la sensación de la piel de la investigadora y me arqueo en el sillón. Irene aprovecha para hacerse un hueco en mi cuello, besar mi pulso y morder en el punto exacto donde sabe que pierdo la cordura.
Pero no se detiene ahí. Sus dedos resbalan entre nuestros cuerpos, a cada cual más deseoso, y hacen diana en mi centro de placer. Me siento húmeda, y me pregunto si el aparato que llevo en los dedos será capaz de captar también ese detalle. Si lo hace, no me importa. Aparto ese pensamiento de mi mente de un plumazo y llevo las caderas más cerca de su mano en señal de bienvenida o, tal vez, de entrega. Es en ese punto cuando cierro los ojos para luego someterme por completo e Irene, la mujer más habilidosa a la hora de reparar en los pequeños detalles, pone en marcha su movimiento final. ¿Lo habrá preparado igual que ese experimento ficticio? Vuelve a mi cuello, pero esta vez arrastrando los dientes por mi piel mientras sus dedos, que ya conocen el camino, se cuelan bajo mis bragas y se recrean con mi excitación. Comienza estimulándome con movimientos circulares en mi clítoris ahora de forma directa hasta que, entre jadeo y jadeo, soy capaz de emitir dos palabras de súplica.
—Por favor —murmullo en su oído, y ella se apiada.
Desliza índice y corazón hacia mi entrada para tantearla, como si también tuvieran un par de sensores que lo registran todo. A pesar de que tan solo nos hemos acostado una vez, recuerda a la perfección qué, cómo y cuándo, y esa certeza me excita más todavía. Es así como me penetra, pero solo con la punta de dos de sus dedos, justo cuando mis caderas son incapaces de mantener un patrón. La sensación de tenerla a medias, entrando para salir enseguida, me revoluciona por dentro y por fuera. No hay un solo rincón de mí que pueda resistirse a ella. No hay un solo rincón de mí que quiera resistirse a ella.
Si nos encontrábamos en un laboratorio frío y desapasionado ya no importa. El lugar en el que estamos, el que han creado nuestros cuerpos, es el más ardiente de la Tierra. Mis movimientos se vuelven erráticos en busca de más, más de Irene y más de la forma en la que me está tocando, abriéndose paso en mi interior con una delicadeza que me catapulta al clímax. Es el orgasmo más largo e intenso que he sentido en mucho tiempo, y parece crecer por momentos mientras Irene me sigue penetrando despacio. Me dejo caer hacia atrás, agotada por el placer que no para de multiplicarse y expandirse desde mi sexo hasta el recoveco más oculto de mi anatomía. Regresa a mi cuello y temo que sus dientes vuelvan a hacerme delirar antes de recuperarme siquiera, pero, por suerte, hacen parada en mi oído.
—Tenía que asegurarme de que te excito tanto como dices —bromea con voz provocadora, pero luego añade—: Ahora es mi turno de demostrártelo yo a ti.
*Este texto es ficción, pero en la realidad hay que tomar precauciones. Recuerda tener sexo seguro utilizando métodos de prevención de ITS.
Recibe más relatos como este en tu email (es GRATIS)