Relatos eróticos

¿Me permites? (1): La dependienta – Relato lésbico

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Aquel probador era uno de los mejores en los que había estado. El espacio, más grande de lo habitual, alojaba un silloncito de estilo boudoir y un espejo que cubría por completo una de las paredes. Había cuatro colgadores dorados de forma elegante, simétricamente colocados sobre un vinilo rosa palo. El suelo era de moqueta negra, impoluto, sobre la que un lazo rosa estampado aportaba un contraste de color. ¿Por qué no me había animado nunca a probarme cualquier cosa? Estaba claro que aquella marca, que pertenecía a una franquicia de lencería holandesa con cientos de tiendas alrededor del mundo, se tomaba muy en serio la experiencia de sus clientas.

Sin embargo, a pesar de lo bonito que era todo lo que me rodeaba y de la música con versiones acústicas de grandes éxitos, que sonaba por todo el local, me sentía más nerviosa que nunca. ¿Sabría Zaida lo que tramaba? Porque no era casualidad que siempre apareciera por la tienda a última hora, coincidiendo con su turno. En cada nueva visita me centraba en una sección nueva: ropa para estar por casa, sujetadores, bragas… mientras miraba de soslayo cómo la dependienta de pelo castaño y ojos azules iba de un lado a otro.

El uniforme negro, que se parecía mucho a un pijama, dejaba demasiado a la imaginación. Muchas veces me había preguntado cómo sería su cuerpo bajo la tela, o si preferiría ropa interior cómoda o los sofisticados sujetadores que vendía. Como decía, en ninguna de las ocasiones había entrado al probador: elegía las prendas a ojo a partir de la información de las etiquetas, y casi siempre acertaba. Pero aquella tarde no existía lugar para las excusas; la tienda estaba vacía y Zaida bajaría la persiana de la tienda en diez o quince minutos, no más.

«Puedes ir al probador, ahora estoy contigo», me había dicho. Y la espera se me estaba haciendo eterna. Repasaba mi reflejo en el espejo por enésima vez cuando oí cómo alguien golpeaba la puerta y contesté con un «sí» nervioso.

—Al final te has animado con el de encaje.

—Sí, no tengo ninguno, me apetecía probar algo diferente… —susurré. Lo hice con la intención de sonar amable y divertida, pero mi voz salió algo ronca.

—Siempre es bueno explorar —dijo, mientras se quitaba el metro de costura rosa que llevaba alrededor del cuello y buscaba los extremos—. Primero voy a tomarte medidas para traerte la talla que necesitas, ¿te parece?

Asentí, notando cómo mi respiración me traicionaba y mi corazón bombeaba sangre más rápido que nunca. Mi pecho subía y bajaba mientras yo alzaba los brazos para darle espacio tras su:

—¿Me permites?

Aquella pregunta revolucionó mi sistema nervioso. Ni siquiera me había tocado, pero mi piel se había erizado y temía por que se diera cuenta de aquella u otras decenas de señales que mi cuerpo parecía dispuesto a revelar. Zaida me pareció atractiva desde la primera vez que la vi, y estar en un probador con ella, a solas, había sido mi sueño durante meses.

—Es una 75C. —Retiró la cinta métrica y se la volvió a colocar en el mismo lugar de antes. Luego hizo contacto visual unos instantes y se dio la vuelta—. Dame un segundo.

Tardó diez o doce a lo sumo, y se presentó frente al probador con dos modelos del mismo sujetador, uno en negro y otro en burdeos. Era un sujetador de tipo balconette, con una copa que debía de llegar a la mitad del pecho y tirantes gruesos de un tejido que me recordó al satén. En las copas había un bordado de encaje que le daba un aspecto delicado. Me lo imaginé en mis pechos, y luego en los suyos. Me pregunté cómo serían, si podría acunarlos con mis manos. Suspiré.

—¿Te parece bien? Creo que el burdeos te quedaría muy bien, tienes la piel muy clarita y suele ser favorecedor.

La voz de Zaida me arrastró fuera de mi ensimismamiento. Agarré las prendas, que colgaban de sus respectivas perchas, y me di la vuelta. El espejo me permitió caer en la cuenta de que la dependienta no se retiró inmediatamente; permaneció un momento allí mientras liberaba el botón de mis tejanos y bajaba la cremallera. Una vez estuve sola, me desvestí a la velocidad de la luz. También me quité el sujetador deportivo, que me apresuré por esconder bajo la ropa, y lo sustituí por el balconette de encaje. Mientras lo abrochaba, me pareció oír cómo la persiana de la tienda comenzaba a bajarse.

Aquel sonido lo cambió todo. Precedió la imagen de mí misma con aquel sujetador que realzaba mis senos y, como Zaida había pronosticado, quedaba fenomenal sobre mi piel marmórea. Me quedé fascinada en medio del probador, sintiendo cómo mi respiración se calmaba y mis latidos se acompasaban. Ni siquiera el contraste con mis bragas negras básicas me sacó de aquel trance en el que parecía haberme sumido.

La dependienta golpeó la puerta y preguntó algo que no alcancé a comprender con la misma dulzura de siempre. Abrí la puerta, me quedé inmóvil frente a ella. Su mirada bajó a mis pechos, al sujetador, y me pareció ver cómo se mordía el labio antes de mirarme a los ojos y volver a pedirme:

—Hay que ajustarlo. ¿Me permites?

Le dije que sí en un hilo de voz, luego me giré. Sus dedos estaban calientes contra mi piel y dejé que jugara con los tirantes hasta que encontró el ajuste perfecto. Tocó mi hombro levemente como invitación a quedarme frente a ella, y sus ojos se extraviaron de nuevo en la zona delantera. Juraría que no se centraba en el sujetador precisamente, sino que parecía que su foco de atención era mi escote, o la parte de los senos que quedaban a la vista.

Me convencí de que eran imaginaciones mías, pero cuando nuestras miradas se encontraron sentí cómo mi interior echaba a arder. Sus esferas azules anidaron en las mías y mi cuerpo volvió a ir por libre. Mi pecho subía y bajaba como nunca, y Zaida reparó enseguida. Puso la palma de la mano en mi seno izquierdo, tras unos segundos sus dedos se trasladaron al borde del sujetador. Acarició el encaje que separaba mi busto de la tela, y pude sentir un aleteo contra mi piel. Deseé más, más contacto y más intenso, y se lo hice saber agarrando su muñeca para que se mantuviera allí.

—¿Sabes? Ahora que lo pienso, creo que tengo un modelo mejor… ¿Me permites? —Volvió a preguntar. Pero esta vez, sus manos empezaron a dirigirse, antes de que asintiera, al cierre trasero del sujetador.

Ya puedes leer el desenlace aquí: ¿Me permites? (2): La dependienta – Relato lésbico

*Este texto es ficción, pero en la realidad hay que tomar precauciones. Recuerda tener sexo seguro utilizando métodos de prevención de ITS.