Relatos eróticos

Islandia (2): O Holy Night – Relato lésbico

Ya puedes disfrutar la segunda parte de Islandia: O Holy Night.

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Islandia (2): O Holy Night

En algún momento el cielo gris empezó a quemarse, pero solo lo apreció mi visión periférica. Seguía concentrada ella y en cómo se le cerraban los ojos a medida que mis dedos se acercaban al centro de todo. Todavía con sus dedos alrededor de mi muñeca, me hice hueco en sus pliegues. A pesar del agua pude distinguir otro líquido más espeso: el de su excitación. Sloane me guiaba hacia dentro y yo quería entrar profundo. Sin embargo, algo que se movía rápido me hizo salir de la escena. Un miembro del personal se acercaba a nosotras.

—Disculpen, señoritas, ¿quieren su consumición? —El chico se puso de cuclillas y nos miró desde fuera de la piscina.

Mi mano seguía en el mismo lugar, entre las piernas de aquella mujer pelirroja que me había traído de cabeza desde que habíamos entrado en los vestuarios. Afortunadamente bastó con hundirnos un poco para que el agua turquesa nos cubriera y no revelara lo que estaba ocurriendo bajo la superficie.

—Dos copas de vino blanco, por favor —pedí por las dos.

—Claro, en diez minutos las tienen aquí.

Él se alejó de la misma forma que había aparecido en escena, casi por casualidad.

—¿Lo has oído? Diez minutos —medio gimió Sloane. Acompañó mi muñeca al lugar en el que nos habíamos quedado, su entrada húmeda.

Tanteé con mis yemas mientras recuperaba la visión de sus ojos del color del basalto. El cielo se había teñido de anaranjado y comenzaba a despedirse perezoso. Era un tono mucho más claro que el del pelo de la chica, que ahora fruncía ligeramente el ceño al tiempo que dos de mis dedos se abrían paso entre aquellos pliegues hinchados.

Prácticamente sentí cómo contenía un gemido y quise acallarlo con mi boca. Fue un contacto breve, apenas unos segundos, pero Sloane aprovechó para jadear en aquel beso. Me aparté con desgana, cada vez resultaba más complicado disimular. Aquel chico volvería en siete u ocho minutos y pensé que no necesitaba más de cinco para hacer que se corriera en mis dedos.

—Necesito que te concentres, Sloane —murmuré, asegurándome de pronunciar cada una de las letras. Mi voz sonó ronca—. No sé si ya has navegado por alguno de los glaciares islandeses, pero va a ser lo mismo. Allí tienes que sujetarte bien fuerte a la barca para no caer al agua… Ahora debes estar callada, quieta y pensativa. Que parezca que miras al horizonte u observas los copos de nieve, ¿lo entiendes?

La chica asintió y, junto a su cabeza, uno de sus mechones le cayó por la cara. Lo aparté tras su oreja, observé cómo fruncía el ceño y añadí:

—Voy a ser muy rápida, pero tú tienes que hacer todo lo que te he dicho.

Recordé la suavidad con la que mis manos habían jugado con la arena volcánica de una playa un par de días atrás. Era harina negra, los granos tan pequeños que se deslizaban por mi piel como si fueran líquido. Con esa misma delicadeza me hundí en su interior. La sentí estrecha al inicio, sus músculos oponían resistencia y fui cuidadosa. El agua hacía que la inserción fuera algo más difícil, pero mantuve un ritmo lento, constante.

El tiempo se me escurría en las manos como aquel líquido azul pastel y se extendía igual que la noche en el cielo invernal. Debían de quedar seis minutos para que el chico volviera con nuestras dos copas de vino, así que alentada por esa circunstancia arqueé los dedos en su interior. El rostro de Sloane parecía impasible, pero estando tan cerca podía percibir los detalles: sus ojos medio cerrados, la tensión en su boca. Necesitaba más. Mi pulgar se hizo un hueco sobre su clítoris y lo acarició tras un par de toques suaves.

En cambio, mi mano libre se sentía inquieta. La saqué del agua y me moví un poco para acercarme a la orilla. La nieve no estaba tan fría como había podido imaginar, o mi piel demasiado caliente como para percibir la diferencia de temperatura real. Tomé un poco y, ante la atenta mirada de la pelirroja, dejé que se deshiciera antes de que las primeras gotas cayeran cerca de su cuello. Resbalaron por la geografía de sus clavículas hasta que se perdieron en el resto del agua. Con la mano helada por la nieve y el viento sobre la piel húmeda volví a sumergirme. La llevé rápido a uno de sus pechos y los noté cálidos pero endurecidos bajo mi tacto. Primero acaricié, luego pellizqué y terminé arañando su areola. Suspiró, y su aliento se transformó en humo blanco.

Veía cómo Sloane trataba de perder su mirada, pero de forma inevitable sus ojos acababan cayendo en mí. La forma en que me observaba quemaba, tanto como mantenerme cuerda al tiempo que mis dedos se deslizaban en un suave vaivén junto a las caderas erráticas de la chica. Las movía cada vez más rápido, con desesperación. Sus músculos ahora abrazaban mis dedos de un modo delicioso y me acompañaban en esa ruta inconfundible. No había pérdida.

—Voy a llegar. —Sus labios se movieron lo justo como para desprenderse de esas palabras.

—Vamos, Sloane. El chico está acercándose —mentí.

Todavía no veía el chaleco fosforito que diferenciaba al personal del área geotermal, pero mis palabras surtieron efecto. En cuestión de segundos la espalda de la pelirroja se arqueaba, su vagina se contraía, su mano agarraba con fuerza mi muñeca mientras mis dedos se curvaban por última vez. La sentí estrecharse y luego relajarse, y volví a presionar mis labios contra su boca. Un gemido me reverberó dentro, fui capaz de sentirlo en cada célula de mi anatomía.

—Eso ha sido… —empezó a decir.

—Lo sé, ha estado genial. —Respiré hondo y me acomodé mejor bajo el agua. Apenas quedaba un rastro naranja en el cielo, la noche se había extendido por todo lo que mis ojos alcanzaban a ver.

—Gracias por hacer que cumpliera esta fantasía, cariño.

Sonreí mientras Sloane se removía bajo la superficie para volver a ponerse el bañador. Sonreí al descubrir sus mejillas teñidas de rojo, parecido a su pelo. Una farola nos iluminaba con pereza desde unos metros más allá y, con tanta oscuridad, el agua parecía menos inofensiva.

—Lo que sea por mi esposa.