Relatos eróticos

Islandia (1): O Holy Night – Relato lésbico

Adéntrate con Thais Duthie en las aguas termales de la gélida Islandia.

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Islandia (1): O Holy Night

La voz de Mariah Carey resonaba por todo el vestuario. Tarareé bajito cuando la canción de la Navidad llegó al «Make my wish come true» y yo me deshacía de mis pantalones térmicos —los únicos que soportaban aquellas temperaturas—, entonces oí una risita tras de mí. Era aquella pelirroja preciosa. Habíamos intercambiado miradas al entrar y estaba segura de que sus ojos no me habían abandonado desde entonces. Mi curiosidad hacia ella aumentaba con cada prenda que desaparecía de mi cuerpo.

Guardé todas mis pertenencias en la taquilla, decorada con motivos navideños, y fui hacia las duchas. En la recepción del área geotermal habían insistido mucho en lo importante que era asearse antes del baño y, ahora que veía cómo la mujer caminaba desnuda en la misma dirección que yo, me pareció un buen momento para tantear el terreno.

Las duchas se encontraban en un gran cubículo. Había por lo menos diez o doce grifos, pero solo estábamos ella y yo. Había leído que, a pesar del atractivo de aquellas aguas termales de nombre impronunciable, no era un lugar muy concurrido en la víspera de Navidad. Agradecí internamente la intimidad, luego presioné el botón para que el agua comenzara a correr. Di una vuelta bajo el chorro y, de forma disimulada, observé el cuerpo de la pelirroja. Las gotas bajaban por su anatomía salpicada por tantas pecas como estrellas había visto en el cielo la noche anterior, incluso una pequeña cascada se formaba en cada uno de sus pechos. Pensé que tenían el tamaño perfecto como para cubrirlos con mis manos y me pregunté qué sentiría si mi lengua hiciera el mismo recorrido que el agua. Escalofríos.

La mujer abandonó las duchas y luego me fijé en cómo se ponía un bañador rojo. Casi hacía juego con su pelo del color del fuego que, empapado, caía como una cortina hasta la mitad de su espalda.

Decidí concentrarme en la experiencia y lo que había ido a hacer: disfrutar de un baño en medio de la nada. Lo notaría mi piel, mis músculos y mi mente; llevaba años soñando con aquel momento. Con la emoción de quien espera los regalos de Navidad, me puse el biquini y salí de los vestuarios. Lo que no había imaginado es que los pocos metros que había hasta la piscina termal serían así de tortuosos; el viento me empujaba en la dirección contraria, podía sentir cómo cada vello de mi anatomía se erizaba. A la mujer la había perdido de vista y también se había extraviado en algún rincón de mi mente.

Una vez dentro del agua, al fin pude observar lo que me rodeaba. Las montañas se turnaban el marrón, el dorado y el blanco de la nieve. Una capa gruesa parecía cubrirlo cada superficie, hasta el cielo, que había adquirido un tono grisáceo. Cualquier pensamiento se había quedado en un estado indefinido de hibernación al tiempo que la fascinación y la belleza lo envolvían todo.

Había alrededor de cincuenta grados de diferencia entre el viento y ese líquido turquesa a causa de los minerales. Cerré los ojos, permití que las olas que creaba el viento me acariciaran la piel de las clavículas, parcialmente sumergida. Una llovizna fina me besaba el rostro.

—Soy Sloane. —Su voz me arrancó de la relajación y, en cuanto separé los párpados, la reconocí al instante—. Espero que no te importe, todo el mundo ha venido con alguien, solo quedamos tú y yo.

Reparé en que las pocas personas que había en la piscina eran parejas o familias. Y luego estaban los socorristas, que paseaban por el exterior con sus anoraks y trataban de ver algo a pesar de la neblina que cubría el agua cuando se evaporaba por la diferencia de temperatura.

—¿Solo quedamos tú y yo para qué? —pregunté, curiosa.

—Para ver el atardecer en esta noche tan especial —explicó—. En una hora el sol comenzará a ponerse.

Le sonreí y ella imitó mi gesto. Cuando lo hacía aparecía un hoyuelo en su mejilla, parecido a esos cráteres del Círculo Dorado.

—¿Y auroras boreales?

Sloane frunció los labios tras humedecérselos y dijo:

—La aplicación de My Aurora Forecast dice que hoy no tendremos suerte con eso. —Hizo una pausa, miró al horizonte—. Pero tal vez podamos tener suerte con otras cosas.

—¿Qué sugieres?

Volvió a mirarme como lo había hecho en los vestuarios y mi rostro debió de proyectar la excitación que me había golpeado con aquella frase, pues sacó la mano del agua y la llevó a su hombro. Acompañó el tirante grueso del lado derecho hacia el brazo, vi cómo caía despacio por su piel húmeda. Hizo lo propio con el otro y, ante la imagen, un suave gemido se liberó de mi garganta sin previo aviso.

Nos habíamos sumido en una burbuja. Fuera de ella estaban esos copos que caían como si se hubieran despistado, los quince grados bajo cero, la nieve espesa, los socorristas. Mis ojos estaban clavados en los movimientos que hacía Sloane: volvió a meter las manos en el agua para bajar lo que quedaba del bañador. Me hubiera gustado que fuera transparente para presenciar la lucha de sus dedos contra la tela elástica, pero tuve que conformarme con el reflejo de su labio inferior atrapado por los dientes.

No hablábamos, pero se respiraba esa tensión que hizo que mis pulsaciones se elevaran. Llegaron a un punto crítico cuando vi la prenda roja flotando entre ambas y la mano de Sloane tanteaba la mía bajo la superficie. Era suave y se movía en aquel elemento con familiaridad. Se transformó en decisión enseguida: tomó mi muñeca y la llevó a sus muslos. Mi mirada estaba clavada en sus iris del color del basalto, su mano guiaba la mía. Sabía adónde se dirigía, aun así, disfruté de la espera.

En algún momento el cielo gris empezó a quemarse, pero solo lo apreció mi visión periférica. Seguía concentrada ella y en cómo se le cerraban los ojos a medida que mis dedos se acercaban al centro de todo. Todavía con sus dedos alrededor de mi muñeca, me hice hueco en sus pliegues. A pesar del agua pude distinguir otro líquido más espeso: el de su excitación. Sloane me guiaba hacia dentro y yo quería entrar profundo. Sin embargo, algo que se movía rápido me hizo salir de la escena. Un miembro del personal se acercaba a nosotras.

Ya puedes leer la segunda parte aquí: Islandia (2): O Holy Night – Relato lésbico