Relatos eróticos

Escorpio (2): Viaje astral – Relato lésbico

No te pierdas el desenlace de este excitante relato lésbico, escrito por Thais Duthie.

Si no estáis familiarizados con la terminología BDSM, os recomendamos visitar esta publicación: Atando términos: El diccionario BDSM para kinksters advenedizos

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Escorpio (2): Viaje astral

Antes de que el beso las dejara sin aliento, Melanie la tomó de la mano y tiró de ella para llevarla al único lugar de la tienda de labores que no conocía todavía, el almacén. Isabel esperaba altas estanterías repletas de cajas de lana, hilos, agujas y pasamanería, pero encontró algo distinto. Era una estancia de paredes color burdeos y estaba casi vacía. Un fuerte olor a incienso se coló en sus fosas nasales mientras entraba en la habitación. Al observar con más detenimiento reparó en unas argollas que había en el techo y en las paredes, así como lo que parecía una colección de cuerdas perfectamente anudadas.

—Bienvenida a mi mundo —dijo Melanie y giró sobre sí misma.

—¿Dónde estamos?

Jamás había visto una sala como aquella. Una alfombra, una silla y una pequeña mesa redonda eran las únicas piezas, además de las cuerdas.

—Es mi habitación de deseo. Del fetiche. Del shibari.

—¿El shibari? —Isabel se fijó en lo que había sobre la mesa: una bandeja con unas tijeras que no había visto antes y una linterna. Se preguntó para qué serviría aquello.

—Significa atadura en japonés. Es un estilo de bondage.

Había oído hablar del bondage alguna vez, pero no había profundizado demasiado. Lo relacionó con el BDSM, un mundo que le había llamado la atención desde que comenzó a descubrir su propio placer.

—Las cuerdas siempre han sido mi pasión, en cualquiera de sus formas. Una vez, en clase, te até las muñecas en una atadura simple con un hilo de ganchillo. Sentí que despertaba tu curiosidad y juraría que estabas excitada… ¿Lo recuerdas? —explicó

—Lo recuerdo —afirmó antes de que hubiera terminado de formular la pregunta—. Estaba muy excitada, lo confieso —La miró a los ojos y luego añadió—: Quiero probarlo.

La expresión de Melanie la delató. Ella también lo quería. Sin más dilación, guio a Isabel hacia un gran espejo que había pasado desapercibido hasta ese momento y se colocó detrás de ella. Jugaron con sus miradas unos instantes. Con una lentitud desesperante, comenzó a quitarla la ropa, prenda por prenda. Con cada pedazo de piel que descubría, acariciaba, arañaba y pellizcaba, testeando la resistencia de su alumna.

La morena dobló cada pieza con meticulosidad y paciencia, y la dejó sobre la silla antigua de madera que había en una esquina. Le recogió el pelo con una goma que llevaba en la muñeca en un moño, así no molestaría. Acto seguido, pulsó un interruptor en la pared y un foco se encendió sobre ella. Miró a Isabel en el espejo y le besó el hombro una última vez antes de tomar sus brazos y llevarlos a la espalda. Melanie le sostenía las extremidades superiores en un pequeño preludio de lo que vendría a continuación. Le hizo sentir un escalofrío.

—Mantén los brazos en esta posición —dijo, ahora en un tono más serio—. Es un espacio seguro, puedo deshacer las cuerdas en cualquier momento. Si quieres parar, di «encaje». ¿Entendido?

—Entendido.

A través del reflejo, Isabel vio cómo su profesora de ganchillo tomaba una de las cuerdas de la pared y la desenrollaba. Primero la acercó al cuerpo de Isabel y dejó que sintiera la textura en todas partes, jugueteó con el efecto que producía al pasar muy rápido por su piel. Se le erizó el vello y sintió cómo la humedad entre sus piernas era cada vez más evidente.

La atadura empezó por sus cervicales. La cuerda no estaba demasiado apretada, pero sí lo suficiente tensa como para restringir el movimiento de Isabel. Una parte de ella quería liberarse de aquel objeto extraño que comenzaba a rodearla por toda su anatomía, pero otra, mucho más fuerte, necesitaba vivir aquella experiencia.

Poco a poco, sus brazos quedaron inmovilizados de arriba abajo. La tensión de las cuerdas era ligeramente dolorosa, pero la excitación que le estaba generando aquello hacía que el conjunto fuera muy placentero. La noción del tiempo se esfumó, solo podía observarla en el espejo y permitirse sentir cómo estaba atrapada.

Melanie terminó en sus muñecas y, con cuidado, le hizo voltearse. Observó la atadura que cubría sus brazos y le pareció lo más bello que había visto. Después, la morena la ayudó a ir a otra zona de la estancia, donde estaba la alfombra de pelo negro sintético. Con la asistencia de la morena, Isabel pudo sentarse. Sentir la suavidad de la alfombra contra sus nalgas desnudas le provocó un escalofrío, y le hizo ser más consciente de lo que deseaba seguir explorando todo lo que la profesora quisiera mostrarle. Cualquier cosa.

—Has sido muy buena chica —le susurró con una ternura en la voz desconocida hasta entonces—. ¿Quieres que te toque?

—Por favor —dijo Isabel con la voz entrecortada.

Melanie la rodeó por la espalda y dejó que apoyara la cabeza en su hombro. Fue el primer momento en que Isabel cerró los ojos. A continuación, pudo sentir los dedos de la morena en su cuello, en sus hombros, en sus pechos. Le acarició los pezones lo suficiente para endurecerlos, y siguió bajando. Trazó un camino invisible y se detuvo en el vello de su monte de Venus.

—Estás muy excitada, ¿verdad? Y no he podido comprobarlo todavía.

Isabel gimió a modo de respuesta.

—Las cuerdas son maravillosas —le susurró al oído antes de morder su lóbulo—. Me excita que te exciten tanto como a mí.

Melanie siguió bajando, se acercaba peligrosamente a la zona más necesitada del cuerpo de Isabel. Esta jadeó en cuanto tocó su clítoris, y cerró las piernas, atrapándola en el contacto. La morena rio por la sorpresa y, a pesar del poco margen de movimiento que le quedaba, colocó su palma contra su centro. Comenzó a moverla jugando con la presión, primero despacio, y luego permitió que las piernas controlaran la intensidad del roce.

Isabel se sentía como si, durante la última hora, hubiera estado trabajando a fondo en su placer. Ver a su profesora de ganchillo a través de la cristalera ya había sido lo bastante estimulante —otros días había bastado para una buena sesión de masturbación al llegar a casa—, pero lo que había pasado después lo había potenciado todo. Todavía podía sentir la primera caricia de la profesora, su reflejo mientras la ataba, la poderosa sensación de pertenencia que la recorría.

Y quería tocarla, se moría por poner las manos en su cuerpo de una vez por todas, pero el orgasmo la cegó. Era inminente y no pudo controlarlo cuando se desató y la sacudió por completo. Quiso arquearse, pero las cuerdas se lo impidieron, y gimió fuerte. La intensidad fue tal que se quedó quieta contra el cuerpo de Melanie. Ella aprovechó para deshacerse de cada uno de los nudos y quitarle la atadura.

Isabel estaba agotada, no solo físicamente, sino también en el ámbito sensorial. Se sentía sobrestimulada, y le llevó unos minutos de silencio regresar a la realidad, al almacén de shibari, a Melanie. Cuando se sintió lista, estiró las manos y suspiró al volver a sentirlas libres. Las miró. Las marcas de las cuerdas eran frescas y, al tocar, un pequeño hormigueo le recordó la sensación de estar atada.

—¿Qué ha sido esto?

—Tu viaje astral. Espero que no te arrepientas, mañana será importante —le dijo bajito.

—¿Por qué?

—Porque comienza el segundo nivel de ganchillo —explicó—. También planeo contarte lo que son las suspensiones en shibari.