Tras algo más que un calentamiento en el coche (Luz verde), Iris, la instructora de autoescuela, va a conducir a nuestra protagonista a una autovía sexual de acceso restringido, al menos, hasta este momento…
Luz ámbar – Relato erótico lésbico
«Subamos a mi piso, quiero jugar con tu culo».
Nueve palabras, ni más ni menos, pero no lograba quitármelas de la cabeza por un par de motivos. El primero, por el fuego que parecía haberse instalado en mi bajo vientre. El segundo, porque aquello era una oración yuxtapuesta que tenía el mismo valor que «subamos a mi piso porque quiero jugar con tu culo». Y si era estrictamente necesario que subiéramos a su piso para que ella jugara con mi culo solo podía significar una cosa: que no podía hacerlo en el coche. Eso era evidente, pero puede que hubiera una segunda lectura que solo podía expresar con muchas dudas: ¿quería adentrarse en un lugar de acceso restringido?
Acceso restringido, que no prohibido.
No era prohibido porque, como suele decirse: ¿cómo sabes que no te gusta si no lo has probado? Por eso había tenido que probar a los hombres para saber que no era lo mío, o la pizza hawaiana, entre otros experimentos.
Aun así, aquello me hacía sentir tremendamente nerviosa, no podía negarlo. Nerviosa y excitada al mismo tiempo, ¿cómo era posible? Respiraba deprisa, mucho, e Iris se dio cuenta mientras subíamos en el ascensor, porque me dijo:
―Tranquila, no haré nada que tú no quieras.
¡Ese era el problema! Que desde que había dicho aquello de subir a su piso no podía dejar de pensar en otra cosa que no fuera ella explorando lo inexplorado. Incluso me sentiría decepcionada si no lo hiciera. A todo esto: era posible que hubiera entendido mal y que solo quisiera darme un par de azotes, a los que no iba a negarme en absoluto, pero después de ponerme el caramelo en la boca quería ir más allá.
No me quedó ninguna duda cuando, nada más entrar en el piso, me susurró al oído:
―Ve a asearte bien ―Señaló una puerta que había a la derecha―. Yo te espero aquí.
Asentí y solté un «ahora vengo» atropellado.
En otras circunstancias me habría fijado en la decoración, los muebles o el color de la pintura de las paredes, pero entonces era imposible. Sí reparé en los azulejos del baño al tiempo que hacía lo que me había pedido, notando la excitación latiendo en todo mi cuerpo. Cuando terminé abrí la puerta, inquieta, y suspiré al ver la imagen que tenía frente a mí: Iris se había quitado algunas prendas y me esperaba frente al umbral, con un conjunto granate de encaje, apoyada en la pared. Me regaló una sonrisa lasciva y me olvidé de casi todo.
«Déjate de pizza y de tonterías», pensé. Ya no tenía sentido pensar si me apetecía carbonara o cuatro quesos. Ni estaba en mi casa ni me apetecía pizza.
Si fue ella o fui yo no lo recuerdo, pero antes de decir nada sus labios presionaban los míos, abriéndose paso a mi boca. Sentí su lengua caliente y la mordí con firmeza, arrancándole un gemido. Sonrió muy cerca de mí y lamió mi labio inferior lentamente.
«Hostia puta».
Me estremecí por completo. Era incapaz de reaccionar o de hablar. Iris buscó mis labios una vez más mientras me empujaba hacia la pared, dejándome acorralada. Se separó y, con un gesto rápido e inequívoco, me obligó a darme la vuelta. Sentí su aliento en mi cuello y sus manos por todo mi cuerpo, ni siquiera podría decir en qué parte concreta se encontraban.
Tuve que sujetarme contra la pared para no desfallecer, porque entonces ella comenzó a mover las caderas contra mi culo y cada vez me costaba más no perder la cordura. Pero lo peor fue cuando empezó a juguetear con el botón de mi tejano y lo desabrochó con una habilidad asombrosa. Hizo lo mismo con la cremallera, bajándolo hasta los tobillos, junto a las bragas.
Me pareció que se había agachado y pude confirmarlo cuando noté cómo sus dientes se clavaban en una de mis nalgas. Solté un grito por la sorpresa, separando las piernas por acto reflejo.
―Vas a matarme, Iris… ―jadeé.
Mi muerte inminente parecía importarle poco o nada, porque entonces separó mis nalgas y recorrió mi humedad con su lengua. La introdujo en mi interior y me penetró con ella varias veces, para luego salir y succionar mi clítoris. Traté de acallar un gemido fuerte contra mi mano sin sentido; se hizo todavía más audible cuando recorrió todo mi sexo con su lengua hacia la parte de acceso restringido. Iba acercándose a la zona inexplorada y yo ya no podía pensar. Que hiciera lo que quisiera conmigo. Que entrara donde le apeteciera, yo me rendía a ella.
Fue poco después cuando sentí sus manos separando aún más mis nalgas y antes de poder anticiparme a lo que iba a ocurrir a continuación, la punta de su lengua recorrió esa parte de mi anatomía que no había recibido atención hasta entonces. Gruñí, en parte por el gusto y en parte por la sorpresa. Era una sensación extraña pero agradable, muy placentera.
Iris acababa de poner en alerta todas mis terminaciones nerviosas. Notaba mi corazón bombeando a una velocidad que no debía de ser ni medio normal, y tenía la sensación de que me estaba humedeciendo por momentos. Jugueteó con su lengua, introduciendo solamente la punta y volvió a sacarla. Aquella estimulación tortuosa me estaba haciendo enloquecer.
―Necesito que me toques ―dije contra la pared, sin por favor y sin nada. Ni educación me quedaba en aquellos momentos.
―Lo que necesitas es que entre dentro de ti, cariño ―murmuró contra mi piel, y besó una de mis nalgas antes de volver a introducir su lengua en mí―. Solo tienes que pedírmelo…
Ya puedes leer la última entrega aquí: Luz roja – Relato erótico lésbico