No te pierdas el desenlace de este relato de Thais Duthie.
Si te perdiste la primera parte, puedes leerla aquí: Aries: Compatibles – Relato lésbico
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Aries (II): Compatibles
—Te encanta seducir y sentir que yo soy tu presa. Tus límites cambian con frecuencia porque quieres probarlo todo, no te importa hacerlo en cualquier lugar público. Te pone tener el control y jugar, jugar mucho. —Fue liberando cada frase como si se tratara de una estrategia perfectamente planificada—. Por eso te gustará saber que hace unos minutos que mis dedos están tanteando el terreno sobre mis bragas.
Andy suspiró ante aquella revelación. Miró abajo y descubrió que su mano derecha había trazado el mismo camino como por arte de magia. Desconocía cómo había terminado entregándose a ella, a la fuerza de los planetas. Se resistía, pero esa parte curiosa quería saber cómo sería dejarse llevar un poco más por aquella fuerza poderosa.
—Esto te divierte, ¿verdad? Te excita saber que allá afuera están Ángela y las demás y pueden entrar en cualquier momento.
—Mucho.
—Mucho es lo que están alineados tus astros para haberte cruzado justo con un signo como el mío.
—¿Qué eres?
—¿No has dicho que no crees en la astrología?
—Entonces no me lo digas —soltó, y buscó los ojos de la astróloga en la pantalla—. Dime si estás mojada.
—Estoy empapada. Me pone cachonda saber tanto de ti y que creas que me lo invento todo, pero, sin embargo, no dejo de usar toda la información a mi favor.
—Enséñamelo.
La astróloga se removió en su silla y acercó dos de sus dedos a la cámara. Su piel brillaba por la excitación, que impulsó el deseo de Andy.
—Me gustaría hacer que te mojes más mientras me muevo contra tu boca —se acercó al ordenador y lo susurró muy cerca.
—Ve a por tu juguete favorito. Sé que tienes más de uno para divertirte.
Andy se levantó y fue rápidamente a la mesilla, sin darse tiempo a pensar por esta vez cómo podría haber llegado a aquella conclusión. Se hizo con una especie de disco con una boca que simulaba los labios de una buena amante, volvió a sentarse y se lo colocó entre las piernas.
—¿Tú no tienes?
—Tengo mis manos, que serán las tuyas solo esta noche.
—Quiero que separes tus labios y te acaricies de arriba abajo muy despacio. Así lo haría yo. —Al tiempo que le daba la orden, encendió el estimulador de clítoris y echó la cabeza hacia atrás al sentir las primeras ondas sónicas.
—Eres una mandona, Aries —la provocó—. No cierres los ojos, mira.
Acto seguido, la astróloga se desabotonó la camisa negra vaporosa salpicada por un montón de planetas bajo la atenta mirada de la chica y dejó al descubierto sus senos, desprovistos de sujetador. Eran pequeños y tan firmes como la voz con la que la estaba guiando por aquel camino estelar. ¿El destino? Un orgasmo espacial, o eso esperaba.
—¿Por qué Ángela no me había hablado de ti? —gruñó entre dientes más para sí misma que para ella.
—Porque siempre que te habla de esto la mandas a paseo, seguro.
—Lo hago.
La primavera todavía estaba lejos, pero la temperatura pareció ascender atropelladamente en el dormitorio. Andy se quitó el jersey rojo que llevaba y el top deportivo de una vez. Vio cómo la astróloga se arqueaba, entonces gimió bajito.
El juguete mantenía a Andy a las puertas del clímax, pero no quería que el placer se concentrara en una gota y luego se diluyera del todo. No todavía. Quería seguir viendo cómo la astróloga se movía excitada frente a la cámara, cómo sus rizos le rozaban los pezones, ese rostro teñido por el morbo. Desplazó la boquilla hacia sus ingles y sintió un escalofrío.
—Ni siquiera me has dicho cómo te llamas.
—No necesitas saberlo. Solo que soy fuego, puro fuego… y tú también. —Sus palabras, por primera vez, sonaban desprovistas de la entereza que caracterizaba a la astróloga—. Somos los signos más compatibles, Andy.
Pensó que la meta estaba cerca también para ella, entonces volvió a acercarse el juguete y una descarga la recorrió de arriba abajo. Los primeros versos de I Want It That Way y las voces disonantes de sus amigas retumbaban fuera de la habitación como una clara señal de que todavía tardarían en notar su ausencia. Aprovechó el estribillo de la canción para gemir un poco más alto, un poco más fuerte.
Aquello atrajo todavía más la atención de la astróloga, que se sumó con jadeos y pequeños gruñidos. Andy pensó que le encantaría poder ver lo que ocurría fuera de cámara, bajo la mesa, pero imaginarlo le concedía un poder inexplicable.
Dejó caer los párpados un momento para centrarse mejor en todo lo que estaba sintiendo. Los fosfenos que le había causado el flexo le recordaron a estrellas que formaban una constelación. Le dio la impresión de que se unían entre ellas para crear aquella tira de luces y dibujaban la constelación de Aries. Abrió los ojos, fascinada, y observó la expresión de la astróloga, teñida por el placer. Su cuerpo se tensaba por momentos y ella, para seguirle el ritmo, aumentó la velocidad del juguete. La estimulación se volvió más intensa y un orgasmo arrollador comenzó a sacudirla.
En alguna parte Andy había leído que los días de luna llena las mujeres sentían más deseo sexual y, mientras el universo la recorría entera por dentro, se dijo que también debía de potenciar los orgasmos. No recordaba haber tenido sexo con luna llena, pero aquella noche definitivamente se había corrido mirando a la Luna en un sentido metafórico.
Abrió los ojos esperando encontrar a la astróloga sudorienta, jadeante, con su rostro teñido de rojo por el calor. Pero allí no había nadie. La pantalla se había fundido en negro y una notificación le indicaba que solo estaba ella misma en la llamada. Suspiró con el corazón latiéndole a mil todavía, y leyó un mensaje que había en el chat:
«Cuando creas en la magia de lo que acaba de pasar, búscame».