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Aries: Compatibles
Eran las cuatro de la madrugada y lo único que quería Andy era que su casa se despejara. Que se quedara vacía. Ir a su aire. Desde que su grupo de amigas había propuesto eso de las fiestas de la Luna Llena temía por que le llegara el turno de ceder su hogar para semejante revolución. A Andy eso de las estrellas le importaba más bien poco, pero la Luna había resultado una excusa para verse con cierta frecuencia, y eso sí le gustaba.
Debía reconocer que la jornada había empezado bien: unas tapas, intercambio de cotilleos, buena música. Pero en cuanto las demás empezaron a darle al vino y luego a los chupitos como si no hubiera un mañana, la cosa empezó a torcerse. Para aquel punto de la noche todas sus amigas habían consumido una cantidad considerable de alcohol y lo demostraban frente al televisor, con un botellín de agua vacía como micrófono. Les había seguido la corriente al principio, pero después de cantar a pleno pulmón casi toda la discografía de los Backstreet Boys comenzaba a aburrirse. Era abstemia desde hacía algunos años y verlas a ellas entregadísimas a las melodías de los noventa le hacía sentir un poco fuera de lugar, porque Andy siempre había sido más de las Spice Girls. Como en otro mundo. Hubiera preferido una discoteca, cuerpos sudorosos y, con suerte, alguna chica entre sus sábanas al acabar la noche.
Recordó entonces el paripé de la astróloga. Una de sus amigas, Ángela, le dijo que había contratado a su astróloga de confianza en formato online durante unas horas para que todas pudieran charlar con ella y aprender más sobre su signo zodiacal. A Andy le había parecido una tontería y se lo había dicho sin miramientos, pero mientras el tic tac del reloj de la cocina potenciaba esa sensación de decaimiento, la propuesta le resultó un poco más atractiva.
Fue hasta su habitación, el espacio elegido por Ángela para hacer el despliegue astrológico. Abrió la puerta con unos nervios tontos que no sabía dónde nacían. Con una curiosidad inusual. La estancia estaba iluminada por el flexo del escritorio y, justo debajo, el portátil que Ángela usaba en su trabajo mostraba una videollamada en curso que había empezado a saber cuándo.
Tomó asiento como si, en lugar de su dormitorio, se encontrara frente a un tribunal. El corazón le latía deprisa por la expectación, la curiosidad, la posibilidad de que aquello no fuera un teatro después de todo, sino la pieza que necesitaba para que aquella noche mereciera la pena.
«Finge que te lo crees, solo un poco».
—¿Hola?
—Bienvenida, querida. —La voz que le respondió sonaba cálida y firme y, definitivamente, mucho más joven de lo que había imaginado en una profesional de la adivinación.
Enseguida el logotipo de una gran S que ocupaba la pantalla se transformó en la figura de una mujer joven de cabello oscuro y muy ondulado. Era delgada, de facciones marcadas. Sus ojos le recordaron a los de los felinos, sus labios parecían tan jugosos que, por un instante, se quedó prendida ante tal imagen. Definitivamente aquella no era la astróloga cincuentona a la que había imaginado cuando Ángela le hablaba de ella. De saberlo, tal vez habría entrado antes a esa charla supuestamente esclarecedora sobre su presente y su futuro.
—¿Cómo te llamas? —La voz la sacó del trance.
—Andy. Y no te voy a decir mi signo, ese es tu trabajo, ¿no? —La impresión de ver a aquella mujer tan atractiva frenó su intento por asemejarse a una devota del Zodiaco.
Una suave risa inundó la habitación entera. No sonaba molesta, solo divertida. Incluso la forma en la que recuperó su expresión neutra era cautivadora.
—Responde a tres preguntas y podré adivinarlo.
—Hecho. —Sonaba justo, ¿cuántas trampas podría hacer en tres preguntas?
—¿Siempre eres tan directa?
—Siempre.
—¿Por qué no habías entrado antes para hablar de tu signo?
—Porque no creo en la astrología, me parece una pérdida de tiempo.
La astróloga arqueó las cejas, luego adoptó una expresión de interés. La forma en la que comenzó a observarla desde entonces demostraba tanta curiosidad como Andy sentía y ya no hubo vuelta atrás. Ambas estaban enganchadas a demostrar, o desmentir, que su perspectiva sobre la vida era la correcta.
—¿Eres muy ordenada?
—Vivo en mi desorden ordenado —dijo Andy, y levantó los brazos haciendo referencia a su dormitorio.
—Entonces Aries es una escéptica. —Lo dejó ir como si nada, pero a la anfitriona le dio un vuelco por dentro.
—Aries es… una escéptica —confirmó, pero una parte de sí misma comenzaba a prestar una atención más detallada a lo que la astróloga le decía—. Y preferiría estar ligando contigo en un bar y hablando de cosas de verdad. De ciencia, yo qué sé.
De nuevo aquella risa y la mirada sensual que le siguió después. Desde el principio la astróloga le había hecho sentir una cercanía inusual, unas vibraciones que seguro que estaba imaginando. Porque no podía ser real, no podía tocarla a través de la pantalla con sus superpoderes de estrellas y planetas alineados.
—Sé que sí. Preferirías que estuviéramos en la barra, bajo un neón, tú fingirías que bebes porque querrías tener todos tus sentidos intactos, charlando de cualquier cosa solo para que compruebes si funcionaríamos en la cama o no. Y sí que funcionaríamos, yo lo sé, y el universo también lo sabe. Te transmitiría esa seguridad y acabaríamos en los baños antes de que pudieras proponerme siquiera que fuéramos a tu casa.
Sonaba a su modus operandi, a pesar de que no le había dado ninguna información tan reveladora, o eso creía. Nada que le hubiera hecho llegar a aquella reconstrucción de su forma de seducir.
—¿Cómo sabes todo eso?
—Es mi trabajo. ¿Quieres saber más?
Andy asintió, aunque su escepticismo se esfumaba por momentos. Tal vez las estrellas sí tenían un poco de información al fin y al cabo.
—Sé cómo eres: segura de ti misma, activa, entusiasta, impaciente. Terca. Te encanta mandar. Pero sé algo más interesante: lo que te gusta en la intimidad.
—¿Qué es lo que me gusta, según tú? —Su fachada, aun así, seguía intacta. Aquel tira y afloja provocaba que su centro de placer comenzara a latir sin previo aviso.
—Te encanta seducir y sentir que yo soy tu presa. Tus límites cambian con frecuencia porque quieres probarlo todo, no te importa hacerlo en cualquier lugar público. Te pone tener el control y jugar, jugar mucho. —Fue liberando cada frase como si se tratara de una estrategia perfectamente planificada—. Por eso te gustará saber que hace unos minutos que mis dedos están tanteando el terreno sobre mis bragas.
Ya puedes leer la segunda parte aquí: Aries (II): Compatibles – Relato lésbico