Relatos gay

Horas azules – Relato erótico

Sumérgete en el último relato que Valérie Tasso nos ha entregado para celebrar el mes del Orgullo. Esta es la historia (no solo erótica) de Eva, una mujer transgénero.

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Relatos gay

Horas azules

Todo ocurrió cuando Eva se acostó con Pablo. Habían flirteado en un bar de moda, de luces dudosas y clientela sospechosa. Un bar de vómitos en los suelos y preservativos obstruyendo los váteres. Pablo sabía perfectamente dónde se había metido y Eva tampoco le había escondido nada sobre sus vivencias y, en general, sobre su trayectoria vital. Quizá, Pablo dijera que sí bajo los efectos del alcohol cuando hubiese querido decir que no. Maldito lenguaje ambiguo. Nunca se iba a saber. Lo que sí es cierto es que fue tan insistente e irresistible en su trato que Eva se tomó cada una de sus palabras como un halago. Palabras de cariño y piropos que jamás hubiese podido imaginar que pudieran estar dirigidos a ella. Solo a ella. Ella, la «rara».

La intención de Eva, aquella noche, era pasárselo bien. No pretendía nada más. Pero cuando vio a este hombre apuesto en la barra, esos ojos insultantemente azules, perdidos en el vacío y la soledad que intentaba ahogar en su vaso de ron con hielo en medio del tumulto en fiesta, no pudo resistir acercarse a él. Eva no era mucho de abordar a los desconocidos. Bueno, no abordaba jamás a los desconocidos. Y menos en un bar así. Pero pudieron más sus ganas de ayudar y de hacerle partícipe de la alegría colectiva del local, que de dejarle apartado con un estado de ánimo que parecía que iba a derrumbarse en cualquier momento. Como un viejo edificio que se tambalea. Eva era toda humanidad. Seguramente porque se había dado cuenta de que se había convertido en una cosa muy pequeña, friable, una muñeca de porcelana que se había roto y luego se había vuelto a pegar por trozos. Remendada pero… irreparable del todo, de hecho. De todas las imágenes que Eva guardaba de ella misma, esa era, sin duda, la más dolorosa. Y no soportaba ya el sufrimiento, ni el suyo ni el ajeno.

A pesar de su tristeza, Pablo recibió a Eva con una gran sonrisa. Y entabló conversación con ella sin dificultad. Parecía que la estaba esperando. Eva fue muy comedida en el trato. Nada de sacar dramas a la luz ni de ser histriónica. Esa época había terminado.

Fue iniciativa de Pablo. La última copa en casa de Eva.

Fue decisión de Eva. La última copa en su casa con Pablo.

Fue iniciativa y decisión de los dos el follar.

La pequeña lámpara azul de la mesilla de noche de Eva dibujaba líneas sinuosas en sus cuerpos sudados. La ropa no había tardado nada en acabar en el suelo, amontonada. La pasión se hizo urgente, los fluidos inagotables y los suspiros se convirtieron en un eco furioso contra las paredes de gotelé. Los dedos se entrelazaron y Pablo se arrodilló para chupársela a Eva. Ella exhibía su pene sin complejos esta vez. Bajo la luz azul de la lamparita, una montaña de saliva y líquido pre-seminal brotaba como un volcán. Un fuego azulado y caliente. Pablo le suplicaba a Eva que le eyaculara en la boca. Ella solo pudo agradecerle a Pablo este regalo. Dejarla correrse primero. Siempre había sido al revés. Su leche salió espesa y abundante. Y Pablo le lamió el glande sin parar.

Luego, la vergüenza destiló su veneno y prohibió pronunciar cualquier palabra. Luego la vergüenza del pene goteando de Eva cavó en la cama una desesperación y algo de asco. Luego la vergüenza acabó con la ternura y empezó la violencia soterrada.

Eva se había dejado llevar con facilidad. ¿Qué iba a pasar al día siguiente? Y eso que después de tantos años, se sentía menos culpable. O al menos, lo creía.

El día siguiente acabó con la lámpara azul en el suelo, iluminando un rincón de la habitación. Y moratones del mismo color que tomaban vida en la cara de Eva.

La investigación empezó realmente cuando Eva dejó la clínica. Fue despedida de su trabajo sin más. Tenía treinta y ocho años y acababa de perder casi todo lo que la mantenía viva. Siguió una temporada pagando su piso en el Eixample Derecho de Barcelona. Pero ya se le hacía un mundo todo, el alquiler, su casa demasiado grande para ella, con sus paredes blancas inmaculadas de gotelé. Entre estos muros enormes, se dejó llevar, alguna noche, por un eco lejano que la alcanzaba, a pedazos. Sus gemidos. Pablo y ella. Un eco furioso.

Durante años, Eva vivió con el recuerdo de algo que no pudo ser. Se podía adivinar la cantidad de fármacos que tomaba a horas fijas, las gotas de ansiolíticos diluidas en vasos de agua turbia. Su mirada se fijó en el suelo. O quizá, un poco más arriba. Justo debajo de la línea del horizonte. ¿Para qué ir más lejos?

Eva empezó a parecerse a algunas personas que toman antidepresivos en dosis altas. Su mirada es la misma, se sostienen de la misma manera, sus gestos tienen algo mecánico. Están lejos, protegidas del mundo, nada parece poder alcanzarlas, sus emociones están contenidas, reguladas. Bajo control.

Su mirada se fija en el suelo. O quizá, un poco más arriba. Justo debajo de la línea del horizonte. ¿Para qué ir más lejos?

Eva,

¡Mira!

Algo está cambiando,

El aire es más soportable ahora.

Sigue indefinible,

Pero algo está cambiando.

Bajo las nubes desgarradas

Aparece el cielo azul

Quieres contarte,

Amarte,

Tocarlo todo y,

Comenzar de nuevo.

Incluso si todo sigue indescriptible.

Levanta los ojos

Encima del horizonte.

Ve más lejos.

Deja de jugar con la jodida margarita.

Aplástala entre tus dedos huesudos,

En la puta primera opción…

Il m’aime.

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