Relatos eróticos

Una historia de sumisión (II): «Love is a bitch»

Por fin, te traemos la continuación de esta excitante historia real de sumisión. Pero antes de adentrarte en los juegos de Mar Márquez, te avisamos de que este relato va un poco más allá en la dominación, con escenas de humillación, que no pueden ser entendidas si no se comprenden los juegos BDSM. Dicho esto, si no has disfrutado la muy excitante primera parte, puedes hacerlo aquí: Una historia de sumisión (I): La Perra. De modo contrario, sigue más abajo.

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«Love is a bitch»

El juego de Saúl se componía de ira fácil y cuidados supremos. Una mezcla que derretía los límites de mi intelecto hasta hacerme babear. Por eso, bajé uno a uno y encapuchada los escalones de ese precipicio en que se había convertido la escalera. «Esta es mi perrita. Vamos, ¡vamos perrita! ¡A por otro escalón! Lo estás haciendo muy, muy bien», me alentaba Saúl con caricias continuas en la cabeza. El suelo enmoquetado menguaba el dolor de mis rodillas escocidas.

«¡Y el último!», enunció con una alegría falsa e insuficiente teniendo en cuenta mi gran esfuerzo. «¿Tiene sed la perra?», preguntó mientras me abría la boca con el dedo pulgar y se acomodaba la polla. Me agarró del cuello empujando y moviéndola de lado a lado, como haciéndose hueco, deslizándola con suavidad y firmeza. Una polla corta y gorda que sabe que me hechiza tragar. «Chupa, perra. Dale despacito y con ganas. Este es tu premio perrita, mueve el rabito. Hazme saber que estás feliz».

Saúl tensaba y destensaba la correa a golpe de mamada. El culo respondía en alza, se abrían mis rodillas y me asaltaban unas irreparables ganas de ser penetrada por detrás. Sostenía sus tirones tanto rato como yo embutía su grueso pene en mi boca, sin hacer nada más. Activos e inmóviles; un cuadro de Caravaggio.

Rompió Saúl la quietud poética de nuestra imagen para soltar la correa, vaciarme la boca, agacharse a mi altura, mientras retiraba la capucha velada, y besar mis labios con fuerza, con lengua, con un amor paladeado. Este es el Saúl que me mata, un amo que tira al suelo la escena para comerme en un beso profundo y luego seguir.

Retiró sus labios de los míos, le miré a los ojos y sonreí. «¿Otra vez estás con esa risa de perra idiota?», soltó a la vez que un bofetón amenazante y suave. «Anda, túmbate», prosiguió.

Agradecí la bofetada y el descanso como un tirón de vuelta a la realidad. Cuando me tumbé y fui a colocar la cabeza en el suelo, apareció Gerard de nuevo con el cojín. «Esta perrita no debe posar la carita en el suelo nunca, gracias Gerard».

Se alejaron los dos. A unos pasos de mí, la chimenea escondía lo que tanto ansiaba adivinar. Cerré los ojos y dejé que la música me arrullara por un rato.

«I promised, I promised myself

not to slip back into old habit.

‘Cause heartbreak is savvy

and love is a bitch»

«Love is a bitch, como yo», andaba pensando cuando un tironcito de correa me espabiló en un segundo.

Seguí a mi amo pegada a su andar, pegada a sus pies en cada paso como un educado perrito obediente. Quedó a un lado la chimenea encendida y continué de rodillas con la cabeza gacha hasta los pies de un sofá. Oí cómo Saúl descorchaba una botella y vertía, sobre un plato que llevaba mi nombre, un líquido burbujeante. Me lo acercó empujándolo con el pié. «Esta noche cenamos juntos, perrita. Y para mi perra lo mejor: Veuve Clicquot Yellow Label, perra. Pero, ¿qué sabrás tú de clase? Si mira la mierda de moto que tienes…». Me azotó el culo con su mano de Goliat y se rió. El muy cabrón sabe cuándo, cuánto y cómo cabrearme. «Venga, lame tu platito que no vas a probar un champagne así en tu puta vida de perra», dijo con un exagerado y ridículo acento francés que hizo que sorbiera del plato un buche, me girara y le retara con la mirada y los carrillos llenos. «Hazlo. Atrévete, perra. Dame una buena excusa para pisarte el lomo después».

La imagen de su propuesta encendió un nudo de emoción y placer en mi estómago. Sé que se me iluminó la mirada. Eso lo vi en el reflejo de la suya. Un combate. Dos ganadores. No he deseado tanto a un hombre en mi vida.