Relatos gay

La despedida de soltero (II) – Relato erótico gay

En el relato anterior, nuestro personaje, Arkaitz, practicaba sexo oral en los baños de la discoteca con el tío más guapo del local. Entretanto, la despedida de soltero continúa ajena a su desenfrenada pasión. ¡No te pierdas el desenlace!

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La despedida de soltero (II)

Aún recuerdo cuando tuve mi primer novio. Nos conocimos por unos amigos, pero no supimos que ambos nos gustaban los chicos hasta que coincidimos en un bar de ambiente. Los dos estábamos en el armario y no queríamos que nadie se enterase.

La sensación de tener un secreto me erizaba la piel cuando nuestras miradas se cruzaban en mitad de la cuadrilla de amigos. A veces éramos más atrevidos y nos escondíamos unos segundos para besarnos. Los nervios en el estómago al saber que podíamos ser descubiertos eran una sensación increíble.

La inocencia de aquellos días se desvaneció y el que entonces era mi novio, también. Pero vuelvo a sentir ese mismo nerviosismo en la boca del estómago, atenazado a mi diafragma y acelerando mi respiración.

Miro a los ojos al desconocido, encerrado conmigo en el reservado del baño del pub, y vuelvo a introducirme su erección en la boca. El entreteje sus dedos en mi pelo y ahoga un gemido con la espalda arqueada.

Introduzco mis dedos en sus labios y el los lame, desesperado por tener la boca ocupada y evitar así hacer ruido. Su propia saliva me sirve de lubricante. Y poco a poco jugueteo con mi ano. Al principio solo las yemas, después un dedo. Luego dos.

Me aparto un segundo para sacar uno de los condones que hemos repartido en la despedida de soltero, por aquello de la broma. No pensé que le daría uso. Se lo coloco con suavidad y mi lengua vuelve al ataque.

Me levanto y observo su erección, dura y brillante por la saliva que la recubre. Sin soltarla, me doy la vuelta y me siento sobre ella, con cuidado. Entra con más facilidad de la que esperaba y él no puede contener el gemido que yo acabo de ahogar en mi garganta.

El calor se adueña de mi cuerpo y del suyo. Siento su vientre hervir bajo mi culo cada vez que me penetra por completo. En mi mano, mi erección parece fuego.

Su mano se agarra a mi cadera, la otra a mi pelo, y me pone en pie, apoyado contra la puerta del servicio. Sus caderas aceleran el ritmo a medida que sus manos aprietan mi piel con deseo. Esta vez no soy capaz de contenerme ni él tampoco. Nos dejamos llevar por aquel frenesí de gemidos a medias, de gritos contenidos en el secreto del reservado del baño.

Su erección palpita con fuerza. Durante ese instante soy totalmente consciente de cómo su semen asciende en un orgasmo réplica del mío, que derramo sobre la puerta.

Me da la risa floja y él se ríe. Me besa el cuello y yo le muerdo el mentón sin girarme por completo. Ambos nos quedamos rígidos cuando la puerta del baño vuelve a abrirse y la sensación de vértigo de ser descubiertos se agarra a mi pecho:

—¿Arkaitz, estás por ahí? —Reconozco la voz de Asier con facilidad.

Aprieto los ojos y maldigo mi suerte.

—Sí, sí —respondo aparentando normalidad.

—Sal ya, tío, que estábamos preocupados —La puerta vuelve a abrirse y la música suena más fuerte—. ¿O es que te estás replanteando casarte conmigo? —añade con voz socarrona—. Venga te espero fuera.

La puerta del baño se cierra y yo miro de reojo al chico con placer culpable.

—¿No decías que no era gay? —me pregunta. Yo me muerdo los labios.

—Y no lo es —respondo, consciente de lo bien que me viene siempre la bisexualidad de Asier para el juego de palabras. Antes de salir del reservado me giro para hablarle otra vez. Lo agarro del cuello y lo miro con actitud suplicante—. Por cierto, ¿crees que podrías presentarle a tu amiga? Creo que le debo un orgasmo de despedida a mi futuro marido.